Seguramente en alguna ocasión se ha puesto a pensar en la cantidad de personas y naciones del mundo donde se habla español. Sin intención de precisar, nuestra lengua es hablada por alrededor de cuatrocientos millones de personas; se habla en América —con excepción de algunas naciones caribeñas, Brasil (cuyo gobierno cree que pronto unos treinta millones de personas tendrán este idioma como segunda lengua), Canadá y Estados Unidos (donde la comunidad hispanohablante ocupa un segundo lugar); en África —República Árabe Saharauí Democrática y Guinea Ecuatorial—; y Eurasia —España y Filipinas.
Resulta obvio que la región del mundo con un mayor número de hispanohablantes es América, vastísimo territorio, donde la colonización no pudo extirpar la raíces autóctonas, por lo cual nuestros pueblos han hecho numerosos aportes a la lengua española. Es por eso que en la última edición del Diccionario de la Real Academia Española (Drae), los americanismos estuvieron en franca mayoría entre las nuevas incorporaciones.
Pues bien, en cierta ocasión, una persona me envió el siguiente comentario: “¡No a los americanismos! El español es un lenguaje rico y los que lo hablamos lo hemos regionalizado”. Semejantes palabras me causaron asombro: pensaba que ya todo el mundo estaba consciente de que esas diferencias dan al idioma su diversidad y riqueza y, por supuesto, no obstaculizan el entendimiento; pero parece que no es así… Incluso, sin asumir una actitud tan drástica, muchos se detienen frente al Drae —por lo general, la versión 2001, que es la que casi todos tenemos— y si la palabra no está incluida, la rechazan. En diferentes ocasiones me he referido a términos como desertificación, liderear, políclino, descarga, buldócer…
Más de una vez he tocado el tema de la diversidad lingüística y entre las voces que generalmente empleo como ejemplos, además de los antes citados se encuentran: piscina y sus sinónimos alberca, más usado en México, y pileta, “pila pequeña”, en el sentido de “tina” o “piscina de baño”, más común entre los argentinos; clavado como llaman los mexicanos al “lanzamiento al agua” que los limeños nombran zambullida, mientras que en Cuba ambos términos resultan de uso común, aunque el primero más como práctica deportiva y el otro más relacionado con la recreación; tranque como llamamos en Cuba a lo que en Colombia se nombra trancón, en Venezuela cola y en España embotellamiento o atasco…
Una realidad de estos tiempos es el surgimiento de lo que se ha dado en llamar nuevos ricos; aquí en Cuba, con un matiz despectivo, los apodamos macetas, aunque el término ya no se oye mucho. Pues lo curioso es que se les llama pijos en España; sifirnos en Venezuela y súticos en Argentina.
De igual modo, el familiar término amigo, puede ser sustituido en España por la palabra colega —que para nosotros no tiene ese sentido populachero—; un peruano se referiría a su pata y un cubano, en un entorno familiar, diría socio o ambia. Y si estos tres personajes hablaran de ir al trabajo, el español diría que va al curro, el peruano a la chamba y el cubano a la pincha. Por supuesto, este es un lenguaje muy coloquial.
Las primeras acepciones de la palabra bodega, “depósito, almacén” están relacionadas con la elaboración, conservación y venta de vinos; aunque, en general, se extiende a almacén de productos varios. Para el establecimiento de venta minorista, en Cuba, México y Venezuela se emplea bodega; en Ecuador, abarrote, y en Costa Rica, pulpería; mientras que otros pueblos de América usan abacería “puesto o tienda donde se venden al por menor aceite, vinagre, legumbres secas, bacalao, etc.”, y en Ecuador y El Salvador, trastero o desván.
Como todos saben, si del ómnibus o autobús se trata, los cubanos preferimos guagua; pero ¿sabía que así dicen también los canarios? Sin embargo, en Sevilla dicen pegaso y en zonas más rurales de la propia España, camioneta, mientras que los mexicanos dicen camión.
Larga sería la lista; pero lo cierto es que las múltiples variantes regionales que existen expresan la forma de ser de nuestros pueblos y dan color a la forma en que nos expresamos. No les cerremos la puerta.