Iraida es la estampa de la sencillez. Tiene la mirada más iluminada que he conocido hasta hoy. En su casa, dispuesta a revelar toda la inquietud espiritual que le circunda, nos recibió una tarde de septiembre. La tierra olía a lluvia y las buganvilias reinaban en su jardín. Ligera, guapa y cálida como siempre abrió la puerta.
Penetramos en los dominios del cuento de hadas que es su vida —su intimidad— y la pedagoga, coreógrafa, guionista, directora artística y cineasta nos dijo de un tirón: “Tengo 81 años y no puedo dejar de trabajar, si dejo de hacerlo me muero de tristeza”. Le creo.
Desde aquel día, no puedo olvidar la voz de niña de Iraida Malberti Cabrera. Su timbre anhelante y travieso. “Empecé con tres años, mi mamá me llevaba al ballet. Pasé por la Corte Suprema del Arte. Me hice Doctora en Pedagogía en el año 1962. Me gradué de profesora de Ballet y Bailes Folclóricos gracias a un curso emergente que organizó Chely —Ramona de Saá—, y soy directora de televisión”, así intentó la Maestra resumir su currículum. Pero no se lo permitimos.
Iraida Malberti dirige el Ballet Infantil de la Televisión cubana desde 1962 y es una de las creadoras más apasionadas y apasionantes del medio, pertenece a una estirpe de desprendidos, potentes, críticos y fieles, que hoy amenaza con extinguirse por completo. Su productiva y sólida carrera ha nutrido a un proyecto cultural único y necesario en la Isla, La Colmenita, cuyo director es su hijo, Carlos Alberto Cremata.
Madre de “los Cremata” —Carlos Alberto, Juan Carlos y José Carlos—, cómplice y leal esposa más allá de la cruel ausencia, la Malberti es una mujer con una fe ciega en el sacerdocio público desde el arte, porque ha asumido —como León Tolstói — que “no hay más que un modo de ser felices: vivir para los demás”.
“El mundo de los niños”
Iraida Malberti Cabrera. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Ha trabajado por más de 70 años con y para los niños. Bendito empecinamiento, decimos las generaciones que hemos crecido durante ese tiempo, que no son pocas.
Nunca intenté a hacer nada que no fuera con niños. Incluso cuando empecé había un programa en el Canal 2 que querían que lo animara, pero nunca quise. Empiezo a trabajar en la televisión un año después del triunfo de la Revolución, a través de mi hermana —que era actriz desde pequeña—, necesitaban una coreógrafa para el primer programa para niños que se hizo después de 1959. Se llamaba El mundo de los niños, con Carmen Solar y Edwin Fernández. Carmen era la dueña de la casa donde se reunían los pequeños, y Edwin, el Trompoloco de siempre. Ahí comencé montando algunos bailecitos. Fui de emergente y más nunca me separé.
Entró para siempre en “el mundo de los niños” montando “algunos bailecitos” y ha sido la coreógrafa de casi todos los programas de la programación infantil de la televisión cubana.
Sí, hice muchos programas, El Circo, Juguete, Amigos, Y dice una mariposa, Cuando yo sea grande, hasta coreografías con títeres, en Tía Tata. Muchos que se me han olvidado, imagínate, ha pasado el tiempo. Muchísimos niños han pasado por mis manos, algunos que ya no lo son tanto —sonríe—. En El mundo de los niños estaba Juan Julio Alfonso, lo veo hoy y le digo ‘qué viejo estás’, y él se ríe.
Un programa que recuerdo con mucho cariño es Variedades infantiles, con Gina Cabrera y Manolo Ortega. Lo cogí de una forma y lo fuimos transformando. Celebrábamos los aniversarios de los países, se hacía una leyenda en sombras chinescas, era semanal y en vivo. Zenaida Romeu —la mamá de Zenaidita— se encargaba de la parte musical y yo de la coreográfica. Fue interesantísimo porque aprendimos muchísimo.
Teníamos que investigar tenazmente. Algunos países no tenían nada escrito —no había Internet—, íbamos de un lado a otro averiguando cuáles eran las canciones y los juegos de los niños en cada una de las regiones. Una vez tuve que entrevistar a un diplomático escandinavo. Cuando llegué me dijo ‘yo no tengo nada, no tengo grabaciones de canciones infantiles’ y le dije ‘pero usted tiene que acordarse de cuando era niño’. Era un señor altísimo, una vara de pescar enorme, muy serio. Y fue comiquísimo, porque aquel señor terminó saltando, cantando y bailando en su oficina. Me enseñó los juegos y las canciones que él mismo disfrutaba cuando era pequeño. Y las repetía varias veces, comiquísimo.
Y la coreógrafa “emergente” se convirtió en la directora del Ballet Infantil de la Televisión, ¿cuándo?
Desde el año ‘61 o ‘62, ya ni sé cuántos años. Al principio eran 30 niños, lo hacíamos en un pasillo, ahora serán un poco más de 100, no es muy grande. Pero no cambia mucho, porque apenas aprenden un poquito hacen los exámenes para las escuelas de arte y se van. Y soy la primera en decirles si abrieron una u otra convocatoria, es su futuro. Yo digo que el Ballet Infantil es la colocación.
¿Por qué no vemos al Ballet Infantil de la Televisión en la TV?
Es que no hay espacio para nada en la televisión. Nosotros llegamos a tener un espacio por día, todos los días había un programa diferente, en la etapa grabada y en vivo. Había muchas más oportunidades para los niños antes, en todos los programas infantiles habían coreografías.
Y “Cuando yo sea grande”…
Empecé a hacer Cuando yo sea grande con Juan Carlos —director de cine y teatro— y ahora, en la tercera entrega, José Carlos fue el guionista. Es un programa que le dedicamos a las profesiones y a los oficios, porque si es importante un médico, un aviador, es muy importante un pintor de brocha gorda. ¿Te imaginas una ciudad sin pintores de brocha gorda? Sería gris, sería horrible, el pintor es muy importante para que la ciudad tenga color y así muchísimos otros oficios. Recuerdo que el primer programa fue sobre un aviador.
La segunda etapa se la dedicamos a los clásicos, hicimos Romeo y Julieta, Don Quijote. No es edad para que comprendan las obras, pero sí para aproximarlos a ellas. Recuerdo que de niña yo tenía un libro gordísimo que era El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, a esa edad yo no iba a leer eso, pero sabía que existía y luego me interesé por descubrir qué había escrito allí. Si les cuentas las historias, los interesas por la lectura, luego van en busca del libro en el futuro, les despiertas la curiosidad, vas creando su acervo cultural. Eso es lo hay que hacer, porque los niños van conociendo elementos que después la desarrollan.
Me habla de una televisión que extraño muchísimo.
Se hacían tantas cosas con la televisión de palo. Yo no me conformo, al extremo que acabo de hacer Cuando yo sea grande—por tercera vez—, lo hice con RTV Comercial, con cámaras mejores, con otra tecnología, pero no estoy muy complacida. A la medida que va pasando el tiempo se van perdiendo muchas cosas, la televisión en vivo tenía dos aventuras diarias, complicadísimas, de época, con caballos, escenas de acción… Y se hacían.
Había “bomba” —se da palmaditas en el pecho—, se hacían con un amor. ¿Por qué ahora no, si hay gente muy buena. No sé si es porque le dejan a la técnica lo que antes teníamos que hacer con el cerebro y con ganas. Ahora queremos poner el Malecón en el recortador, ¡noooo!, si lo tenemos ahí mismo.
Falta de “bomba”, imaginación y curiosidad, esas carencias pueden llevarnos a extremos absurdos, como decía Carpentier.
Mira si es así que esta entrega me costó más trabajo, complican mucho las cosas, lo que hacían cinco personas ahora lo hacen 34. El tema económico tiene mucho que ver, no es lo mismo trabajar por dinero que trabajar por amor. Además, esta vez el programa tuvo muy poca promoción, se trasmitió durante el verano, los miércoles en el horario de la mañana.
Entonces, deduzco que “el gancho” no está en los trucos que traen las nuevas tecnologías y la superproducción.
La televisión en sí engancha, pero hoy tiene que competir contra todos los equipos electrónicos —tablets, teléfonos…— que el niño tiene en sus manos y puede manejar, controlar a su antojo, así que tener a un niño frente al televisor no es muy fácil, pero se logra.
Uno de los programas más bonitos que quedó fue el de una campesina, lo hizo una niña de La Colmenita que tiene 4 años, ella se encuentra en una revista un pollito saliendo del cascarón, el niño urbano no conoce eso, ve los huevos y los pollos, y es muy simpático porque como ve eso va para el refrigerador y empieza a cascar huevos… y el embarre que arma es espantoso, el programa como es fantástico, es exponer lo que ellos piensan a través de la música y la imagen, porque no se habla. El padre la lleva al Museo y allí se entretiene y entra en uno de los cuadros que es un paisaje de campo, cuando regresa con el padre tiene el pelo mojado.
En muchos casos, los adultos necesitamos que nos expliquen las historias llenas de fantasía, los niños no, ellos las entienden perfectamente. Ahora se los voy a poner a los niños de La Colmenita, a los más chiquiticos a ver qué fue lo que pasó.
Antes el programa también le gustaba a los adultos y el niño es un ser social, le gusta ver las cosas en compañía, por eso ve las telenovelas y las barbaridades que no son para él, porque lo está haciendo en compañía de su papá de su mamá. Si los adultos se sientan a ver un programa infantil, los pequeños también.
Te lo cuento y no es invento
Para usted es esencial tratar a los pequeñines como adultos, respetarlos como televidentes.
A los niños no les gustan que los chiqueen, yo me entiendo muy bien con ellos, casi hablo su lenguaje. A través de los años, la experiencia me ha enseñado un poco. La gente me pregunta ‘¿qué método tú sigues?’, no hay un solo método para ellos, lo que te funciona con uno no tiene ningún efecto con el otro.
A mí me decían ‘los niños no actúan’ y es que ellos actúan desde la cuna. Si un bebé está llorando en la cuna y te vas, deja de hacerlo porque no tiene público, o llora más duro para que regreses. Cuántas veces actúan en casa para lograr lo que quieren y nos lo creemos. Ellos son actores en potencia. Por eso trabajo con cualquier niño, unos te cuestan más trabajo; otros, menos o más tiempo, pero todos pueden actuar.
Stanislavski hablaba de la memoria emotiva, por ejemplo, si un actor tiene que llorar se le pide que se remita a un hecho de su vida que le dé sentimiento. En el caso de un niño, eso es cruel, pedirle a un niño que recuerde cuando murió su abuelito o su perrito. Y nosotros hicimos Viva Cuba —filme que codirigió con Juan Carlos Cremata—, donde la abuelita de la protagonista se muere, recuerdo que a Malú —la niña que interpreta el rol principal—, que es muy buena actriz, le pregunté con naturalidad ‘qué pensaste cuando estabas en el cementerio y comenzaste a llorar a mares’, me dijo: ‘que se había muerto mi abuelita’, insistí, ‘cuál abuelita’, me respondió: ‘la de la película’. Ella se remitió a esa circunstancia, que para mí es lo importante, llorar por lo que te está pasando en ese momento.
La sinceridad de los niños es admirable
Ese es otro elemento muy importante, respetarle su verdad. No puedes inventársela tan fácil. Ellos cogen una escoba, la montan a horcajadas y dicen que es un caballo, pero tú no lo puedes hacer porque te dicen que es una escoba. Ellos tienden a mirar para la cámara, pero no se lo puedes prohibir, tienes que convencerlos de que si lo hacen lucen feos. Divino.
Tengo una alumna de ballet de 2 añitos, que cuando terminó su actuación en Cantándole al Sol le dijo a su mamá: “lo hicí, ¡fue fantástico!”, lo dijo mal pero en esa frase expresó toda la emoción que sintió en la presentación. Ellos sienten el escenario, las luces, el público. Disfruto, sobre todo esa edad, tremendamente.
Lo importante es que el tiempo que están con nosotros les sirva de diversión, de enseñanza. Es un trabajo muy atractivo, tan peligrosamente atractivo que difícilmente un niño empiece y no siga. Y eso les pasó a mis hijos. Empecé a trabajar embarazada del segundo, el primero tenía un año y algo, ellos eran niños de círculo, pero mi horario de trabajo era fuera del horario de clases y la mayor parte de las veces mi esposo los recogía y los traía al trabajo, ¿cuál era el trabajo?, un estudio de televisión lleno de muñequitos y luces, donde pasaban cosas muy interesantes para ellos, jamás pudieron despegarse de eso. Se han formado al lado mío, yo nunca les he dicho vamos a repasar un guión o a hacerlo, no tenía ni tiempo ni necesidad. Esa pasión se va pegando.
“Y dice una mariposa”
Pero dicen que no solo en el estudio de televisión, que en el hogar de los Cremata- Malberti también se jugaba y se pasaba muy bien, en aquella casa reinaba la felicidad y el buen arte que sus hijos han regalado en un plató o a través de la pantalla.
Mi esposo era un tipo muy simpático. Simpatiquísimo, de morirte de risa con él. Y era un actor en potencia, dirigía el grupo de teatro de Cubana de Aviación, y cogió premios y todo. Le gustaba mucho el teatro.
En la casa, por ejemplo, una noche se fue la luz y hubo que empezar a cocinar y dijimos ‘mejor, ¡vamos a comer con velas!, como en el siglo pasado’. Cuando fuimos a comer vino la luz, qué hicimos, apagamos las luces. Los muchachos se divertían mucho con él y yo más, él me decía que yo era su mejor clienta, me reía mucho. Él me decía ‘el ocho’ y yo ya me estaba riendo.
Un día fuimos todos al cine, a ver una película japonesa, y no habíamos comido y aquellas bolas de arroz nos despertaron el hambre, cuando llegamos a la casa ellos quisieron que hiciera bolas de arroz, me metí a la cocina a inventar y cuando salí, estaban los cuatro sentados en el piso, con los trajes del judo, como unos japoneses listos para comer. Así era él. Un día fingió que se iba para la calle con la camisa y sin pantalones, solo para hacerme reír.
¿Dónde conoció a Carlos?
Iba en una guagua con una amiga que era muy burlona y delante de nosotros se sentó un muchacho con unas medias de colorines y empezamos a reírnos, a burlarnos de él. Y mira lo que me pasa, llego a mi casa en Coco (Santo Suárez, La Habana) y mi papá me dice: ‘Vamos a casa de un amigo que conocimos a una gente que tiene guardadas tapitas de botellas de refresco, acompáñame’. Mi hermana estaba postulada para reina de algo… y necesitaba chapitas para el vestuario.
Me monté en el carro y fui con él. Estando en la casa de este señor dice su esposa, ‘por ahí viene mi hijo’, cuando miré en esa dirección vi que era el mismo muchacho de la guagua, quería que la tierra me tragara. Así conocí a Carlos. Por suerte, él me confesó después que, aquel día, él no se había dado cuenta que nosotras nos estábamos burlando de su medias. A partir de ese día él empezó a visitarnos. Nada, lo enganché.
Tenía seis pies y no le gustaba que usara tacones, prefería que disfrutara de la comodidad. Era precioso, muy bonito y elegante. Si alguien me halagaba delante de él decía: ‘Tienes mi mismo gusto, pero no mi misma suerte’—sonríe desde el corazón—.
Yo la pasé muy bien con él, me divertí muchísimo con él todo el tiempo que me duró, porque él murió en el Crimen de Barbados ―era uno de los miembros de la tripulación del avión cubano que se precipitó al mar cerca de Barbados tras un sabotaje organizado por Luis Posada Carriles―.
“Que duerma una noche más con su papá”
¿Pudo despedirse de su esposo?
El día que se iba, sentí que me dio un beso y me dijo ‘me voy que ya está el taxi ahí’, estaba tan dormida que reaccioné tarde, porque yo siempre lo despedía en la puerta, cuando salí a la puerta vi el fondo del taxi. No lo despedí como siempre.
Sin embargo, escuché en un programa de televisión que ese día fatídico usted vio nacer un arcoíris, esa señal pudo ser un hasta siempre.
El día fatídico, yo estaba en un trabajo voluntario al fondo del Riviera, en un edificio de microbrigada del ICRT. Entonces, empezó un aguacero enorme, pero cuando dejó de llover se formó un arcoíris gigante y yo le decía a todo el mundo miren y nadie me hacía caso, pero yo sí lo vi en el cielo. Por cierto, ese día estuve escogiendo arroz en la cocina de la Micro con una señora que tenía su esposo muerto y hablaba de él como si estuviera vivo, como hablé yo después. Al cabo del tiempo, yo vi ese arcoíris como “nuestro final feliz” —entre comillas, por supuesto—. Pero la vida nuestra siguió, siguió…
En sus obras, en el amor de todo lo que fundan los Cremata- Malberti trasluce ese amor tan intenso que él les ofreció, su generosidad. Pareciera que ustedes dan felicidad para encontrarla.
Así es. Hemos dedicado la vida a disfrutar lo que hacemos y así lo dicen los muchachos. Cuando alguno coge un premio se lo dedican a su papá o me dice ‘esto lo hice por papi’. Todo depende de si tú quieres dedicar tu desgracia a sufrirla o a “disfrutarla”. Yo quise que Jose, que era el más chiquito —no había cumplido 11 años—, fuera a los funerales, que no se perdiera nada. Fue muy lindo ver en la caminata al Cementerio a todo el pueblo con una seriedad absoluta, rostros de puro dolor. Aquellos niños alineados con sus boinas rojas, eran flores, me daban la sensación que estaba viendo un mar de flores en fila, y todos estaban llorando. Eso hay que vivirlo.
Todo el tiempo estuvieron conmigo. El rato que Fidel estuvo hablando, cuando dijo: “Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”, fue tan emotivo, irrepetible. Aquella plaza, aquel silencio tan sepulcral. Se portaron tan divinamente los tres, los dos mayores, ‘Tin’ (Carlos Alberto) y Juan Carlos estaban con su uniforme de los Camilitos.
Yo los fui a buscar, al único que no fui a buscar fue a Jose, porque una amiga de nosotros que era profesora de la escuela me dijo ‘yo voy para allá’, le dije ‘si hay algún problema me llamas por teléfono, de lo contrario no voy a buscarlo hoy, para que duerma una noche más con su papá’. Pero a los Camilito sí fui, porque allí si veían el noticiero y la noticia estaba en la calle. Al otro día tempranito fuimos a buscarlo, cuando llegamos nos miró y dijo: ‘¿Y esta delegación?’. No le dijimos nada, él no preguntó más nada se montó en el carro y fue llorando durante todo el trayecto. Dice que él lloraba hasta las 12 de la noche, a esa hora paraba, dormía, y después volvía otra vez. Ese es el cuento que él hace. Y así estuvimos por mucho tiempo, ellos por mí y yo por ellos, tratando de ser fuertes.
Consolidó una familia en una época muy dura, tiene tres hijos que muchos admiran por su talento y espíritu.
Fue una época muy dura para Cuba, las madres que se quedaron solas pasaron mucho trabajo con sus hijos, las familias. En una reunión, una madre comentó ‘no es fácil’ y otro, de esos que se creen que se la saben todas, le respondió ‘no es fácil si no has hecho un buen trabajo’. Me levanté y dije: ‘Para tener hijos no se va a la Universidad, ni nos enseñan un método, hay quien no sabe, no puede, cómo vamos a criticarles. Lo que hay que hacer es ayudar a los que no pueden y a los que no saben”.
Precisamente, eso es lo que ha hecho La Colmenita, ayudar a formar hombres y mujeres de bien. Todos sabemos que su hijo es el director, pero que a usted la llaman la abeja reina.
Yo era como la directora general, pero “Tin” es muy fuerte, a él no hay quien lo dirija, y a mí tampoco. Y dos directores no funcionan —sonríe—, aunque yo nunca me he ido. Él dice que la parte estética es mía, porque él sabe que tiene muy mal gusto. “Tin” se paraba delante de los hermanos y preguntaba: ‘¿esto me pega?’ y los hermanos, que los dos tienen tremendo gusto para vestirse, hacían fiesta con él. Imagínense que para redondear es daltónico.
Dónde nace la fantasía, las historias que Iraida nos regala.
Los primeros huevos, de los que te hablé ahorita, se rompieron ahí —señala para el jardín—. Nos sentamos ahí los tres a cascar huevos —se divierte—. Hacemos el primer trabajo de mesa aquí, en casa.
Nunca ha dejado de jugar con sus hijos…
Nunca.
¿Es muy exigente?
Demasiado. Me busco unos rollos. Cuando dirigía a seis personas, eran seis problemas ahora son 34. Me gusta que la gente de verdad se comprometa con lo que está haciendo, con el mismo amor y cuidado que yo le pongo. Quiero hacer las cosas como me gustan, con corazón.
Con corazón… y con el alma de niña que conserva.
Sí, soy una niña de los 40. Hay un libro de Conchita Arzola que se llama El folclor del niño cubano, que ella se lo dedica a las niñas de los 40, las que crecieron con las rondas infantiles y los juegos tradicionales. El folclor se trasmite por vía oral y no se olvida tan fácil. Si alguien cree que se ha perdido, confieso que cuando empiezo con un grupo de niños nuevo, se saben las rondas, tal vez no perfectamente, pero sí las tienen en sus cabecitas, quizás en casa se las siguen enseñando. Si es así, estamos salvados.
Por: Dianet Doimeadios Guerrero, Irene Pérez / Cubadebate