Tras el triunfo revolucionario de enero de 1959, Ernesto Guevara de la Serna se había convertido no solo en una figura entrañable para nuestro pueblo, sino también imprescindible por su madurez y eficiencia en las múltiples tareas que se le asignaron y por su espartana ejemplaridad. En importantes quehaceres del INRA, como presidente del Banco Nacional, en lucha denodada por el rescate y saneamiento de nuestras finanzas; como ministro de Industrias al frente del desarrollo económico del país; en la defensa; en la diplomacia, en fin, en innumerables e imprescindibles labores que de él demandaba la joven Revolución, volcó su clara inteligencia, su entrega apasionada y su disposición de sacrificio.
Sin embargo, desde los días de México, le había planteado a Fidel que algún día, cuando la Revolución estuviera consolidada, partiría hacia otras tierras para continuar luchando por un mundo mejor. Y ese día se acercaba…
En diciembre de 1964, representó a Cuba en el XIX periodo de sesiones de la ONU y alzó su voz para denunciar lo que sucedía en África y, en particular, el asesinato de Patricio Lumumba, ocurrido bajo los auspicios de las propias Naciones Unidas. Después inició un recorrido de tres meses por varios países del mundo, la mayoría de ellos africanos. De este acercamiento —y del ejemplo de Cuba— brotó la solicitud presentada a nuestro gobierno en 1965 para brindar ayuda a los rebeldes del Congo, tarea que el Che aceptó con entusiasmo…
El 1.o de abril, con pasaporte a nombre de Ramón Benítez y el rostro modificado, acompañado por el comandante Víctor Dreke y el capitán José María Martínez Tamayo, partió Ernesto Guevara hacia África: el día 5 arribó a Tanzania y, el 24, se hallaba ya en el Congo. Sin embargo, aquella experiencia, considerada por el propio Che un fracaso, terminó cuando los dirigentes congoleses solicitaron la retirada de los asesores cubanos y Guevara fue a parar a la embajada cubana en Praga.
En Cuba, el 3 de octubre de ese año, al constituirse el Comité Central del Partido Comunista, Fidel había dado a conocer a todo nuestro pueblo la carta de despedida del Che y, oficialmente, habían sido rotos los vínculos entre Ernesto Guevara y la República de Cuba. El propio Che había escrito: “Hago formal renuncia de mis cargos en la Dirección del Partido, de mi puesto de Ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba, solo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos”.1
Por esos días del fracaso en el Congo, ya se pensaba en el frente guerrillero en Bolivia y se daban los primeros pasos en ese sentido; pero el Che estaba atrapado en Praga, donde corría el riesgo de ser reconocido y donde se dificultaba la preparación del disperso grupo. Justo en esas circunstancias, le envió Fidel una trascendente carta que, una vez más, revela el extraordinario poder de convencimiento del líder cubano, así como los ideales revolucionarios e internacionalistas que compartía con el Che:
Junio 3 de 1966.
Querido Ramón:
[…] me parece que, dada la delicada e inquietante situación en que te encuentras ahí, debes, de todas formas, considerar la conveniencia de darte un salto hasta aquí.
Tengo muy en cuenta que tú eres particularmente renuente a considerar cualquier alternativa que incluso poner por ahora un pie en Cuba […]. Eso, sin embargo, analizado fría y objetivamente, obstaculiza tus propósitos; algo peor, los pone en riesgo. A mí me cuesta trabajo resignarme a la idea de que eso sea correcto e incluso de que pueda justificarse desde un punto de vista revolucionario.
[…] No media ninguna cuestión de principios, de honor o de moral revolucionaria que te impida hacer un uso eficaz y cabal de las facilidades con que realmente puedes contar para cumplir tus objetivos. Hacer uso de las ventajas que objetivamente significan poder entrar y salir de aquí […] no significa ningún fraude, ninguna mentira, ningún engaño al pueblo cubano o al mundo. Ni hoy, ni mañana, ni nunca nadie podría considerarlo una falta, y menos que nadie tú ante tu propia conciencia. Lo que sí sería una falta grave, imperdonable, es hacer las cosas mal pudiéndolas hacer bien. Tener un fracaso cuando existen todas las posibilidades del éxito.
No insinúo ni remotamente un abandono o posposición de los planes ni me dejo llevar de consideraciones pesimistas ante las dificultades surgidas. Muy al contrario […]
[…] Tú sabes absolutamente bien que puedes contar con estas facilidades, que no existe la más remota posibilidad de que por razones de estado o de política vayas a encontrar dificultades o interferencias. Lo más difícil de todo, que fue la desconexión oficial, ha sido logrado, y no sin tener que pagar un determinado precio de calumnias, intrigas, etc. ¿Es justo que no saquemos todo el provecho posible de ello? […]
[…]Espero no te produzcan fastidio y preocupación estas líneas. Sé que si las analizas serenamente me darás la razón con la honestidad que te caracteriza. Pero aunque tomes otra decisión absolutamente distinta, no me sentiré por eso defraudado. Te las escribo con entrañable afecto y la más profunda y sincera admiración a tu lúcida y noble inteligencia, tu intachable conducta y tu inquebrantable carácter de revolucionario íntegro, y el hecho de que puedas ver las cosas de otra forma no variará un ápice esos sentimientos ni entibiará lo más mínimo nuestra cooperación.
Leche2
Sin embargo, hay algo más que surge de la lectura de esta carta y es la certeza de que a estos dos seres extraordinarios los unían poderosos lazos de confianza y admiración mutuas, los unía una entrañable amistad basada en la comunidad de criterios y maneras de ver el mundo.
Por supuesto, la carta convenció y el Che regresó a Cuba el 24 de julio de 1966 y se instaló en una finca en San Andrés de Caiguanabo. Allí, Fidel compartió con él; allí escogió a quienes lo acompañarían en su nueva misión y allí completaron el entrenamiento, que concluiría el 21 de octubre. Dos días después partiría…
No regresaría hasta treinta años después, en octubre de 1997, cuando, al frente del “destacamento de refuerzo” y convertido en leyenda, sus restos serían honrados en la Plaza de la Revolución José Martí, en La Habana, en la Sala Caturla de la Biblioteca Provincial de Villa Clara, desde donde serían trasladados al Complejo Escultórico Ernesto Guevara, en Santa Clara, la ciudad del Che.
Notas
1 Ernesto Guevara: “Carta de despedida”, en El diario del Che en Bolivia, Editora Política, La Habana, 2003, p. XXIX.
2 Fidel Castro: “Carta a Ramón”, 3 de junio de 1966, en revista Paradigma, vol. 1, año 1, Centro de Estudios Che Guevara / Ocean Sur, La Habana, febr. 2013, pp. 92-96.