MOLTÓ no creía en poses ni cargos. Moltó era, sencillamente, un soldado más de fila. Detestaba las consignas. Amaba la palabra fina y aguda, restauradora de lo malo y guardiana de lo hermoso.
MOLTÓ no era el presidente de los periodistas cubanos, era el amigo más íntimo, ese que, desde la naturalidad más pura, en lugar de estrecharte la mano te acogía en la amplia geografía de su abrazo.
Enemigo visceral de la retórica, era la poesía misma exhortando a la alegría en momentos de desánimo dentro del gremio, para hacer justicia donde debía levantarse esa bandera y sembrar la esperanza, sin falsas expectativas, luchando, día a día, por dignificar una profesión tan difícil, tan vilipendiada, tan poco remunerada no solo en el bolsillo sino, también, en los afectos, pero en la que firmemente creía.
Moltó no gritaba para imponer sus criterios, era la sabiduría misma diciendo las verdades cual deben de decirse, en voz baja pero claras, como El hombre extraño, de la canción de Silvio, que a su paso lo besaba todo.
Sus defectos perdían fuerza bajo esa aureola de bondad que coronaba la cabeza rapada por el tiempo, pero preñada, a pesar del inoportuno cáncer, de la mejor ambrosía de los sueños, cual si aún le quedaran siglos por vivir el destino de esta tierra.
Martiano hasta el tuétano y fidelista desde la mismísima raíz del Moncada, en una cercana visita a Santiago de Cuba vi pequeñas olas en sus ojos, la mejor crónica de las emociones, si frente a la gigante piedra que escolta ahora al Maestro, guardó un silencio profundo que anudaba admiración y respeto.
No creo que nadie pueda, entre nosotros, hacer ese retrato exacto de su altura si nos muerde la rabia ante la muerte y el único consuelo que nos queda es saber que marchándose se queda para siempre entre los nuestros.
Fue esta la única foto que me tomé contigo, Antonio Moltó Martorell, yo abstemio y tú con la prohibición médica de no poder beber, pero mojándonos los labios y el espíritu con un ron que, desde sus finísimos aromas y su nombre, Santiago, te define tan bien; si naciendo allí te llevas, no en pasado, sino en presente, los atributos que tan bien la dibujan y te dibujan a ti: rebelde, hospitalario y heroico siempre.
Que nuestro brindis a tu salud eterna sea el compromiso con un periodismo apegado a las mejores esencias patrias, lejos de todo paternalismo inoportuno y parásito, lleno de la decencia y el decoro con que siempre, en la conversación más simple, eras ese torbellino de palabras, dibujándonos el aire con el dulzón olor del maestro.
Por José Aurelio Paz, Premio Nacional de Periodismo José Martí