La primera o la última llamada telefónica, la manera de romper el protocolo de cualquier conversación o de saludar a los amigos más queridos siempre tenía para Antonio Moltó una frase preferida y gustosa: “¿Cómo estás, hermano? Y así sellaba una amistad o comenzaba la persuasión para una tarea que desde ese inicio nadie podía decir que no.
Mucho se ha escrito en menos de 24 horas sobre el único presidente de la Unión de Periodistas Cubanos que apagó su vida en ejercicio de sus funciones al tiempo que regalaba una crónica insuperable para publicar con cero adjetivos, solo sustantivos y verbos: ejemplo, humanismo, superación, entrega; conversar, persuadir, escuchar y unir.
Todos quienes lo conocimos en cada una de las decenas de tareas cumplidas tendremos siempre una anécdota para recordarlo. Su confianza en los más jóvenes por convicción no por decreto, su profesionalidad para buscar la palabra exacta en cada comentario, su irrenunciable raíz santiaguera y su infinita capacidad de soñar con un mejor periodismo en Cuba son imágenes recurrentes hoy.
En una de las últimas conversaciones con Moltó, sentado en su oficina para recibir una orientación, supe de primera mano cómo fue que llegó a La Habana. El Comandante de la Revolución Juan Almeida, lo llamó a su despacho en Santiago de Cuba y le dijo que al otro día salía para La Habana a un puesto de dirección en la radio nacional. Que lo había cambiado por un estudio de televisión para esa provincia.
Asombrado y sin contradecir, por disciplina revolucionaria, la decisión evidentemente tomada sin vuelta atrás, Moltó sólo le preguntó a Almeida por qué lo había seleccionado si él cada vez que viajaba a la capital del país lo hacía con el boleto de regreso en el bolsillo porque no sabía vivir sin sus calles santiagueras.
La respuesta de Almeida lo silenció de golpe y le sirvió como lección para aplicarla luego en muchos momentos. “Por eso mismo te elegí, Moltó, porque de todos los candidatos el único que no aspiraba a vivir en La Habana, el único que no trabaja para encantar a ningún jefe, el único que puede representar a Santiago con modestia, desinterés, pero con sobrados conocimientos para cumplir la tarea eres tú”.
Y tenía razón el otrora jefe del Tercer Frente. Y se lo agradecemos hoy como lo hicimos en vida, aunque nunca hubiéramos deseado escribir en pasado el homenaje a un Moltó que burló varias veces la muerte, por más que las enfermedades se empeñaran en molestarlo desde hace poco más de una década.
Ha vuelto a sonar el teléfono de la oficina y Elsa, la secretaria, me avisa que “el jefe quiere hablarme para un cohete de última hora”. Dígame, Moltó, le respondo con un bolígrafo y una libreta de notas delante. “¿Cómo estás, hermano?”, abre su diálogo y de momento siento que la nueva tarea ya está dada. Tengo que intentar ser mejor periodista y mejor persona. Y todos los colegas del país pueden rendirle homenaje a su presidente intentando lo mismo.
Cuba y Moltó nos miran. Cuba y Moltó nos invitan a guardar el llanto para el próximo combate.
Por Joel García / Tomado de Trabajadores