Quienes se aferran cual latiguillo al dudoso criterio de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, cuanto menos provoca sorpresa en estos tiempos de aceleración digital la supervivencia de la frase plasmada en las “Coplas” del escritor español Jorge Manrique (1440-1479) dedicadas a la muerte de su padre.
Lo cierto es que con harta frecuencia se le echa mano con una importante carga de individual subjetividad ante entrañables pérdidas humanas irreparables, o sin resignación y con excesivo encono cuando a desaparecidos tiempos de sobradas bonanzas materiales evocan.
Puede entenderse, sin esfuerzo alguno de abstracción el pasado llorado por la aristocracia ociosa que huyó de Francia durante la revolución iniciada en 1789 o sus iguales opulentos de la época de los zares lanzadas al exilio desde 1917. O sin ir tan lejos en almanaque y geografía, los que el incisivo humor popular llamó en Cuba “siquitrillados”, aquellos que al triunfo de la Revolución emigraron a Miami, donde también vertieron lágrimas a raudales por el pasado dejado atrás de lujos, disfrutes, abundancia y holganzas, por lo general “sin disparar un chícharo”.
Sin embargo, algunos de los que por edad alcanzamos a conocer y padecer aquellos años prerrevolucionarios de inequidades, a ratos, comparando las diferencias en abastecimientos y precios del mercado de los días que corren, nos entregamos a un estéril ejercicio de nostalgia, en el que evocamos con precisiones dignas de mejor causa determinados establecimientos comerciales desaparecidos y la variedad de artículos de consumo que ofertaban por entonces, a veces ante un juvenil auditorio, en casa, vecindario o compartiendo puestos de trabajo quienes parecen observarnos con genuino interés de saber o con la curiosidad suscitada ante extraterrestres desembarcados.
Estos y otros relatos de similares talantes resultan necesarios, útiles, e ilustrativos, siempre que se cumpla con el ineludible contexto narrativo, puesto que lelos en el encantamiento de la dichosa anécdota menor de antaño podemos borrar de la memoria, para no afearla, a los muchos que se iban a dormir en portales o en proliferados barrios citadinos de indigentes sin nada que comer o tocaban de puerta en puerta implorando por sobras de la mesa. El sistema acentuaba las desigualdades sociales, al tiempo que funcionaban aceitadas sus trampas de ofertas de ventas de cuanto llegaba de Estados Unidos, nuestro tirano suministrador, alquileres y plazos implacables bajo la omnipresente espada de Damocles de los despidos y desahucios al primer desliz de incumplimiento.
Ya compartiendo con generaciones medias, en ocasiones los ejercicios de nostalgia se remontan a la revolucionaria década de los 80 del pasado siglo, de la que no pocos acostumbran a decir que por entonces “éramos felices y no lo sabíamos”. Exageración tal vez, por cuanto los recuerdos evocadores se ceñían sobre todo a las relativas facilidades con que salarios modestos por medio armábamos la canasta familiar, la mesa de cada día, escapadas a restaurantes, estancias en playas y la proliferación de acceso a espectáculos, amén de la gratuidad y calidad de la salud pública, y la educación, por solo detenernos en lo emblemático.
Tampoco en este tramo ha de faltar la infaltable alusión contextual, con el derrumbe de la Unión Soviética y el campo socialista, nuestra principal y casi única fuente de abastecimiento e intercambio comercial, y luego el oportunista recrudecimiento del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba en un infructuosos propósito de rendir las banderas de la independencia y el socialismo, enarboladas bajo el firme y certero liderazgo histórico de la Revolución, encarnado por Fidel Castro.
Sin hurgar en el ayer, se hace difícil entender el hoy y mucho menos proyectar el mañana. Vale decir a la vez que del pasado aprendemos y del mismo debemos rescatar y enriquecer lo que en el fragor transformaciones sociales y las fatales circunstancias económicas, se nos fue junto al agua sucia que vertimos. Desde los extraviados valores legados para regir las conductas sociales de convivencia y solidaridad, hasta la deliciosa frita comestible que con justeza ha defendido Ciro Bianchi en su muy leídas páginas de Juventud Rebelde.
Requerirá de derroche de ingenio, inspiración, creatividad, esfuerzo y mente abierta en lugar de burocracia entorpecedora, pero por qué no aspirar al ideal de que cualquier tiempo futuro sea mejor.