La primera razón para el surgimiento e incorporación de cubanismos —o americanismos— al idioma español fue la necesidad de dar nombre a las nuevas realidades que el “descubrimiento” traía a la palestra.
Este fenómeno generó, incluso, confusiones, creadas por el hecho de que se designara, por ejemplo, una planta, con el nombre de otra similar, existente en España o Europa, como ocurrió con el cedro o el pino, pues nuestra Cedrela odorata o el Pinus cubensis son variedades diferentes.
Lo cierto es que, por esa primera razón, se adicionaron al español términos —muchos de ellos aborígenes— que dan nombre a nuestras plantas: almácigo, baria, bermuda, caguairán; a nuestra fauna: almiquí, aura, caimán, cobo; a algunos objetos de uso común: canoa, cabuya, hamaca; e incluso, a algunas comidas como el casabe, los deliciosos chatinos o el bacán —masa de plátano cocido, relleno de carne, tomate y ají, que se envuelve en hojas de plátano y es un plato típico de Baracoa.
Pero el asunto no termina ahí. ¿Ha pensado usted a cuántos términos los cubanos les hemos “ajustado” el significado de acuerdo con nuestro jaranero modo de ser? Veamos algunos:
Todos sabemos que un barco es un medio de transporte; pero un barco en Cuba puede ser una “persona que no cumple sus compromisos y realiza mal los trabajos que se le indican” ¿Y bibijagua? Bueno la bibijagua es un tipo de hormiga; pero en Cuba es también esa “persona muy activa y ligera al ejecutar cualquier actividad”. ¿Y bicho? Para nosotros, un bicho no es precisamente un “animalito despreciable”, sino una “persona inteligente, astuta y habilidosa”.
¿Y qué me dice del término bárbaro, con el desde la época de los griegos y los romanos se conoce a los extranjeros y que, además, se asocia con la crueldad? Pues para nosotros, cubanos, tiene una connotación positiva y es el “calificativo que se aplica a la persona que sobresale entre las demás, que es admirable” en algún campo, y es también la “expresión con que se indica aprobación”.
De igual modo, amarrarse lo usamos como “casarse, contraer matrimonio”, en el sentido de pérdida de la libertad y amelcocharse, como “acaramelarse, mostrarse meloso o excesivamente cariñoso”.
La palabra descarga recoge, entre sus acepciones, dos que son muy cubanas y así aparece especificado en el Diccionario de la Real Academia Española (Drae): “actuación musical, espontánea o programada, de uno o varios artistas ante un público reducido” y “reprensión, regaño”. Así, que ya sabe, amigo, cuando escuche a alguien decir: Ese grupo de amigos realizó una buena descarga o Me echó tremenda descarga, esa persona ni está cometiendo un error, ni habla en lenguaje figurado, simplemente hace uso de un cubanismo.
En cuanto al término argolla, “aro grueso, generalmente de hierro”, en América se usa como “anillo de matrimonio que es simplemente un aro”; pero en Cuba y Venezuela es “pendiente en forma de aro, arete” —este último término también aparece recogido en el Diccionario básico escolar, del Centro de Lingüística Aplicada, de Santiago de Cuba, como cubanismo—. Con un carácter muy coloquial, tenemos la frase o locución adverbial de argolla, que se usa en el sentido de “de cuidado”: Ese tipo es de argolla.
La palabra bochinche, de bochincho, “sorbo”, y este de buche, significa “tumulto, barullo, alboroto, asonada”, “buche, porción de líquido” y también “chisme, a veces calumnioso, contra una persona o familia, que cobra mayor proporción y maledicencia a medida que pasa de una persona a otra”. En el Léxico mayor de Cuba (1959), de Esteban Rodríguez Herrera, aparece bochinchera, y se explica que es voz usada en la parte oriental de Cuba, para designar a “la mujer lengüilarga o amiga de cuentos y enredos”. Los orientales dirán si se sigue usando porque, en general, bochinche, por su escasa utilización, está considerada una palabra en peligro de extinción.
Así, con esa chispa criolla, le ponemos al español un poquito de sabor cubano.