Para nada contó que en once ocasiones haya participado como jurado en la evaluación de trabajos periodísticos para determinar los mejores en cada uno de los géneros publicados en la prensa impresa.Siempre, cada año, hay elementos que me sorprenden en este aprendizaje. Y esta vez no fue la excepción.
Fue un trabajo agotador el de cuatro colegas —debíamos ser siete— leer y algunas veces releer la no despreciable cantidad de 250 envíos periodísticos llegados desde todo el país.
Debo confesar, en primer lugar, que fuimos testigos de un buen periodismo enviado desde los medios, principalmente de las provincias centrales y también de algunos periódicos nacionales.
De igual forma —hay que decirlo— hubo decenas de trabajos devaluados, con confusiones entre el género que parecía escrito y el seleccionado para competir. Pregunté entonces a varios colegas que ejercen como profesores en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, si el mal venía de la academia o si era descuido, falta de oficio o un actuar superficial de quienes incurrían en ello.
Supe entonces que en las aulas se enfatiza en estos temas y se imparten asignaturas que, bien estudiadas e interiorizadas, debían poner coto a la confusión.
El asunto, al que algunos llaman “desprofesionalización de la profesión”, puede traspasar la frontera de una información, un comentario, artículo, reportaje o crónica. Y, lamentablemente, es precisamente en la información —base de la noticia— donde más dificultades encontramos en las muestras enviadas al Concurso Nacional de Periodismo “26 de Julio” de la UPEC. A tal extremo que, el jurado estuvo indeciso entre dejar desierto ese premio o no dar menciones, como ocurrió.
Pero hubo y hay muchas expresiones de buen periodismo, de buen tratamiento de los géneros y de algo muy plausible, la utilización del periodismo de investigación en las páginas de nuestra prensa. Y, como valor añadido, en la mayoría de los casos los autores son jóvenes, los que más se involucran en ese verdadero periodismo vinculado con la sociedad donde vivimos, con sus dificultades y sus aciertos, con los males que aun nos laceran y con la contribución que cada cual, desde su puesto de trabajo o su aula, debe afrontar más que lamentar.
Me referiré, por supuesto, a algunos trabajos —el comentario de Katia Siberia, de Ciego de Ávila, o la crónica, de Osviel Castro, de la provincia Granma, donde ejerce como corresponsal de Juventud Rebelde.
Katia nos tiene acostumbrados, cada año, a excelentes facturas periodísticas. También sabemos que no pocos de sus comentarios y sus investigaciones no siempre caen bien entre alguno que otro funcionario aludido en los mismos.
Ella, joven y valiente, hurga hasta lo más profundo de cada tema que aborda.
Esta vez su comentario “La vida en un cilindro”, tocó, usando varias fuentes y con opinión propia, un tema tan sensible como la falta de cilindros para el oxígeno de quienes lo necesitan para aliviar enfermedades y hasta salvar sus vidas. Y no se trata, nunca podría ser así, que algún ciudadano muera por esta falta objetiva.
No, el asunto va más allá de la solución material y se dirime en el complejo entramado que ni el oxígeno de un cilindro puede salvar: la burocracia.
Se trata de la falta de cuidado y control cuando, se dice ausente en la dependencia de salud de la provincia, mientras hay “solidarias” personas que se ofrecen para vendértelos a precios muchas veces imposibles y sin que se sepa el porqué esos cilindros están y no están.
“La vida en un cilindro” lleva intrínseco el valor humano que pone la periodista cuando en esta como en otras muchas oportunidades, expone males solucionables pero que parecen detenidos en medio de una inercia espantosa que puede asfixiarnos.
El otro trabajo periodístico que leí y releí y que —confieso— no quisiera haberme imaginado, es la crónica del colega Osviel Castro que con el nombre de “La muerte pública de la gallina”, apareció en las páginas de Juventud Rebelde.
Bien escrita como es costumbre en Osviel, la crónica en cuestión se deslizó por las graderías del estadio Mártires de Barbados, de Bayamo, donde un juego de pelota de la serie nacional, tuvo menos atención del público, que esa especie de circo romano con una gallina como protagonista y quizás el aliento etílico como colofón.
De verdad que no me podía imaginar que ocurrieran hechos como el que describe el cronista y que, según el autor, llegan a repetirse ya sea con una gallina que termina descuartizada, sin cabeza y con sus vísceras colgando, o un pollo que corre igual suerte en medio de la euforia de una concurrencia que corea cada “lanzamiento del animalito hacia la letalidad”.
Estas conductas irracionales, en medio de un espectáculo público que muchos consideran el “principal pasatiempo nacional”, dejan mucho que desear y deben ser denunciadas y corregidas por las autoridades de cada lugar. La prensa, como es el caso que nos ocupa, advierte, denuncia… y espera que no sean oídos sordos los que se hagan eco y no den solución.
Como colofón a este artículo quiero destacar el intercambio que se produjo entre el jurado y la dirección nacional de la UPEC, una especie de evaluación final de aciertos y desaciertos cuya existencia refleja nítidamente el devenir de la prensa cubana actual. Por eso, varios miembros del jurado nos atrevimos a proponer a nuestra UPEC, que este debate no quede dentro del marco de un certamen periodístico y que constituya un taller permanente de trabajo en cada medio y provincia, tanto entre colegas como con los funcionarios políticos y administrativos que trazan pautas en la profesión.
Todos debemos interiorizar que lo evaluado es reflejo de lo que ocurre en un municipio, una provincia o a nivel nacional y que nuestra prensa —muchas veces con más dificultades de las que debiera— trata de llevar a la población, esa aspiración constante —aun no lograda— de hacer cada vez más un periodismo identificado con el país, con sus ciudadanos y con sus problemas…