En este aniversario 60 de la caída en combate de José Antonio Echeverría, conocido entonces como Manzanita, (16 de julio de 1932-13 de marzo de 1957), entonces Presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) de Cuba, aún duele su pérdida temprana, faltándole pocos meses para cumplir 25 años.
Si hubiera sobrevivido después de aquel día aciago, y de las decenas de trampas, batidas, persecuciones y batallas que debería afrontar en su lucha contra la tiranía; si hubiera podido ser testigo y protagonista principal del triunfo revolucionario; y si la vida le hubiese sido generosa para permitirle la longevidad, este año cumpliría 85 años de edad.
Sin embargo, su trayectoria y su obra revolucionaria lo mantienen eternamente joven y vivo en el seno del pueblo cubano y, especialmente, en el estudiantado universitario y, en general, de todos los estudiantes del país.
Fidel asaltó el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953, faltando días para su 27 cumpleaños. Con su rebeldía y junto a sus compañeros, bautizados como la generación del centenario martiano, arremetió contra un símbolo del poder castrense de la tiranía batistiana. Pudo morir en combate o asesinado, como ocurrió con muchos de sus compañeros. Pero vivió, se salvó y pudo seguir luchando y vencer una y muchas veces más hasta poder ver sus sueños y los del pueblo cubano convertidos en realidad desde una existencia vertiginosa y desde una longevidad fecunda.
Después del asalto al Moncada, Fidel sufrió prisión, organizó el Movimiento 26 de Julio, salió hacia el exilio en México, y preparó al grupo de revolucionarios que luego integrarían la expedición libertadora del Granma y serían el núcleo inicial de la lucha arma en la Sierra Maestra.
Fue en tierras aztecas que Fidel y Echevarría firmaron el 30 de agosto el pacto conocido como Carta de México, y publicado el 1 de septiembre de 1956, en el que ambas organizaciones que dirigían, el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario, se comprometieron a “unir sólidamente su esfuerzo en el propósito de derrocar la tiranía y llevar a cabo la Revolución cubana”.
Al año siguiente, y mientras la guerrilla de Fidel proseguía sus pasos de desarrollo insurreccional frente a un ejército mucho más numeroso y armado, Echeverría concibió el asalto del Palacio Presidencial, símbolo del poder político detentado por la dictadura batistiana, a cargo de un puñado de sus compañeros, nucleados en el Directorio Revolucionario o brazo armado de la FEU.
En unas de las acciones desarrolladas aquel día, la toma de Radio Reloj, bajo su mando, para anunciar a Cuba del asalto y posible ajusticiamiento del tirano, Echeverría libró su último combate frente a la policía. Pudo tomar la radioemisora, y transmitir parte de su alocución al pueblo cubano. Después, en el traslado hacia la Universidad, ocurrió el suceso fatal y el final de su existencia. No pudo salvarse aquel día como algunos de sus compañeros, que pudieron vivir en los días y años posteriores, y ver el triunfo y hasta pudieron disfrutar la concreción de aquellos sueños juveniles.
Al triunfo de la Revolución, Fidel inició la marcha, conocida como la Caravana de la victoria, desde Santiago de Cuba hacia La Habana, y en la madrugada del 8 de enero llega a Cárdenas, donde en la casa de José Antonio abraza a su madre y a sus familiares y luego acude al cementerio a rendirle homenaje al mártir estudiantil.
Años después, en 1962, Fidel asiste al acto conmemorativo del 13 de marzo en la Universidad de La Habana. En su discurso plantea:
“Esta universidad de hoy, este estudiantado, estas filas nutridas de jóvenes aquí presentes, nos están diciendo que tenemos derecho a sentirnos satisfechos un día como hoy, y que estamos honrando de manera digna, de la única manera digna con que se puede honrar a los muertos, así estamos honrando a José Antonio Echeverría y a todos los que cayeron aquel 13 de marzo…”
Luego Fidel pasa a analizar críticamente la omisión realizada en la lectura de un párrafo del testamento póstumo de Echeverría, y señala el contenido textual, que reza:
“Nuestro compromiso con el pueblo de Cuba quedó fijado en la Carta de México, que unió a la juventud en una conducta y una actuación; pero las circunstancias necesarias para que la parte estudiantil realizara el papel a ella asignado no se dieron oportunamente, obligándonos a aplazar el cumplimiento de nuestro compromiso…” “Creemos que ha llegado el momento de cumplir. Confiamos en que la pureza de nuestras intenciones nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra patria.”
Después Fidel expone sus juicios políticos y éticos sobre aquella lamentable lectura omisa:
“¡El invocar sus sentimientos religiosos —si esta frase fue expresión de ese sentimiento— no le quita a José Antonio Echeverría nada de su heroísmo, nada de su grandeza y nada de su gloria, porque fue expresión del sentimiento rebelde de la juventud universitaria, del sentimiento generoso de aquella juventud que, por boca de uno de sus más valerosos dirigentes, escribió tan sereno y desinteresado Testamento, tan sereno y generoso Testamento, como quien tuviera casi la certeza de que iba a morir!
Con esos esfuerzos, con esos sacrificios, con el conjunto de toda esa sangre generosa, de esa sangre rebelde, de esa sangre heroica, donde se mezcló el afán de libertad de todos los jóvenes, desde Mella hasta José Antonio Echeverría; con la sangre de Mella y con la sangre de José Antonio Echeverría, y con la sangre de muchos como ellos se fue haciendo la historia de la patria! Y la grandeza de la Revolución es saber ir uniendo todo ese esfuerzo, toda esa sangre para hacer la Revolución y para llevarla adelante.”
Hoy que rememoro estos acontecimientos inolvidables, aún recuerdo la voz estremecida de mi madre, con ojos llorosos, con la impactante noticia: “Hijo, han matado a Manzanita”.