Las generalizaciones suelen ser injustas. Y el oportunismo y su expresión discursiva deben provocar rechazo, más allá de que, como todo buen oportunismo, se afinque en verdades o medias verdades para empinarse sobre ellas y lograr el falaz objetivo propuesto.
Cada vez se va haciendo más notorio aquello que Abel Prieto llamó el surfing noticioso. Cada vez los conceptos son menos importantes y los principios parecen prehistóricos, y resulta más farandulero y aceptado el sintagma con colores incandescentes que no siembra ni construye.
Sobre la prensa se está debatiendo en estos días. Es un debate que no termina. Todos en Cuba saben que nuestra prensa tiene infinidad de problemas, pero maltratarla de la forma en que se ha hecho recientemente, eso es otra cosa. Y maltratar a sus profesionales, también es ofensivo. Y eso es lo que ha hecho un cronista que, ejerciendo su derecho y aprovechando una visibilidad construida, viene arremetiendo contra diversos sectores políticos e institucionales del país.
Cansados, subordinados, impotentes, cobardes, inconscientes y acomodados, les dice a nuestros profesionales de la prensa este articulista en una de sus entregas. Así lo entiendo cuando leo: “Existe mucha gente con talento y ganas que podrían darle un vuelco positivo al periodismo cubano si tuvieran la posibilidad, pero primero hay que tener conciencia del problema y disposición para cambiar una relación de subordinación que de seguro es cómoda…” Para más adelante decir: “Siempre me asombró el contraste que existía entre un periodista y su jefe, el estado de vulnerabilidad que tienen los primeros con el estado de confort de los segundos”.
No creo que nuestros profesionales sean así. Pero no me toca a mi hablar sobre ello y ni por ellos, que lo hagan los que a diario laboran en decenas de redacciones periodísticas. Las historias que yo conozco, más allá de limitaciones existentes no son de este estilo vasallo que destaca el “centrado” escribidor.
El periodista que así se sienta es su problema. Yo me quedo con los ejemplos de Julio el DX, de Guillermo, de Moltó, de Pepe Alejandro; de Garcés, de Elizalde, también de muchos jóvenes que siguen haciendo buen periodismo y de otros muchos periodistas que en sus provincias hacen de su profesión un orgullo y son respetados y queridos por el pueblo.
Tratar el problema de la prensa sobre la base de consignas, supuestos elogios, calificaciones injustas y frases prefabricadas, sin poner un argumento analítico de peso, es un acto inescrupuloso y hace que el escribidor raye con la desfachatez, al usar algo tan preciado y debatido como pretexto para fines que, a mi juicio, parecen ir más allá de una mera preocupación por la prensa.
El autor se lanza, una vez más, no contra nuestro sistema de prensa “que hace aguas”, según dice. Su enconada embestida es nuevamente contra el Partido, al cual dice respetar y del cual dice quiere ser parte, aunque cobre en euros o dólares su vocación de cronista “centrado”, que por cierto, despierta críticas de diestros y siniestros y también elogios. A esa actitud (¿aptitud?) en mi barrio le dicen “croqueta”. Vida dura la de la “croqueta”, pero sin dudas rentable.
El escribidor no pierde oportunidad para deslizar sus matrices, tan coincidentes en el fondo, no ya en la forma, con las que emiten medios marcadamente de derecha. Coincidencia que espero sea solo una casualidad y no una causalidad.
En su prosa de tono angustiante, el autor resalta un supuesto desgaste del Partido y deja entrever la vejez de la Revolución mediante una comparación cronológica que remarca un paradigma fracasado. ¿Por qué el autor insiste en atacar al Partido cuyas puertas ha tocado en varias ocasiones, trémulo a veces, suponiendo o confirmando el acecho de espías enemigos?¿Por qué no cuenta cómo se le abrieron esas puertas más de una vez cuando se mostraba sin vanidad, ni hambres de figurar?¿Será que el Partido solo ofrece sacrificios?
Sugiere el autor la existencia de una censura en torno al debate sobre la prensa minimizando el profundo debate que sigue hoy, y soslayando las discusiones de los años 70 y 80, reflejados con precisión conceptual y sin roña por Julio García Luis en su libro “Revolución, Socialismo, Periodismo”.
Ahí, en esa obra honesta, está tal vez uno de los más completos análisis sobre la prensa en Cuba, se apuntan las causas de sus problemas, criterios sobre sus valores, sus fortalezas y sus debilidades en distintos contextos, y se exponen propuestas de soluciones serias y verdaderamente revolucionarias. Se describe en ese libro con transparencia y desde la implicación probada las características de la relación Partido-Prensa en el proyecto cubano durante varios momentos, sin definir culpables, señalando responsabilidades, siendo sincero.
La prensa que se hace en Cuba va más allá de la que se hace en La Habana. Nadie podría negar el salto cualitativo que ha dado la prensa provincial y la municipal, hecha a lo largo y ancho del país. ¿Es toda perfecta, excelente, buena? No, no lo es. Pero ejemplos de compromiso con el pueblo, que es decir con la Revolución, conceptualmente hablando, hay muchos, que incluso llegan a ser regla en varias provincias.
En otras, rutinas, viejos conceptos, desprofesionalización, burocratismo,
censura y autocensura, pululan y evitan que exista una prensa más dinámica, apegada a los problemas y esparciendo soluciones. Ergo, el problema no es solo del Partido.
La prensa, como todos los sectores en Cuba, sigue sufriendo los estragos de una crisis que va ya por más de 20 años y el salto que requiere no será impulsado desde una oficina, ni aprobado en un Congreso. La fórmula no la conozco, hay que construirla y creo que andan muchos buenos y nobles periodistas, comunicadores, investigadores, juristas y políticos en ello.
Asombra el desparpajo con el que el autor ha hablado de nuestra prensa y sus profesionales que por cierto, jamás han mentido. Una prensa que no ha dicho todo lo que quisiéramos, pero que jamás ha mentido y que no puede ser evaluada por marcos referenciales ajenos a nuestra realidad. Sin embargo, el escribidor “centrado”, sí ha mentido en ocasiones y conjeturado malintencionadamente y tiene en su círculo de paradigmas a conocidos mentirosos, bautizados así por el propio Fidel, quien fue artífice de la prensa revolucionaria y de la comunicación política audaz que hoy, más que nunca, necesitamos.
Nuestra prensa y nuestro sistema de comunicación, como fidelistas, tienen que salir del trance actual con la ayuda de las plumas sinceras, no de las esquirlas traperas pagadas con euros y dólares.