Las expectativas fueron ampliamente superadas: en su pequeño pero bien dotado Estudios Ojalá, de la capital cubana, el primero propio que tuvo para recoger sus inspiraciones, el legendario cantautor cubano fue más allá de hablar sobre Perfecto Romero, un fotógrafo clave en sus años mozos y decisivo para la historiografía de la Revolución Cubana.
El encuentro concertado con ese fin derivó en una rica conversación entre amigos sobre los más diversos asuntos, en los que estuvieron desde la poesía hasta la Campaña de Alfabetización, sin que faltaran el humor y la risa.
Fue un contacto cálido desde el primer momento, a pesar del frío que primaba en el cubículo de grabación. Los saludos iniciales estuvieron ausentes de formalismos. En su casa editora recibía al hombre del lente que conoció cuando cumplía en la revista Verde Olivo, órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) el último año de su servicio militar, en 1964, y a sus acompañantes. Para su sorpresa, entre ellos estaba un camarógrafo testigo de algunas de sus andanzas, Antonio Gómez “El Loquillo”, Premio Nacional de Periodismo José Martí.
Silvio hizo gala de notable memoria cuando me identificó como alguien que conocía y… era cierto: lo entrevisté en 1990 (y he cambiado en 27 años) durante uno de los ensayos que hacía con la superbanda Irakere en La Habana, antes de viajar juntos al Chile sin Pinochet, al que regresó 17 años después de su primera visita.
La admiración que ha tenido y tiene por Perfecto fue catalizadora de una plática a la que concurrió con su cámara fotográfica, con el ánimo de utilizarla en captar imágenes de su veterano maestro, a quien acompañó en diversas ocasiones en sus misiones reporteriles de aquella época. Y como preámbulo a la grabación de la entrevista se fotografiaron uno al otro, entre risas.
Destacó que se sorprendió al conocer que ese hombre modesto y de pocas palabras –sigue siéndolo aunque la mañana del encuentro se mostró muy locuaz— había sido testigo activo de acontecimientos claves de la última etapa de la lucha insurreccional junto a Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Y esas características suyas subrayaron adicionalmente el respeto y admiración que desde entonces le tiene.
El intercambio con sus interlocutores rebasó el propósito inicial: de una de las imágenes tomadas por él y plasmada en un “pullover” en el que rezaba “Perfecto Romero, fotógrafo de la Revolución”, confeccionada por Amate, grupo que lleva a cabo la difusión de su obra en México y Estados Unidos, surgieron recuerdos de momentos en los que el poeta-músico estuvo presente.
Así fue cuando el guajiro villareño, devenido corresponsal de guerra por mandato de Che, le dijo que había nacido en Remedios, en las estribaciones del macizo montañoso Escambray, porque a esa región fue enviado Silvio, en 1961, como adolescente que formó parte del ejército de alfabetizadores que liquidó el analfabetismo en Cuba ese año.
Igualmente, al hablar sobre el contacto primero con este periodista, del cual quedaron como constancia algunas fotos que tomé y ahora le dejé, continuaron anécdotas de aquella histórica presentación a estadio repleto –más de 90 mil personas, con 20 mil que quedaron en las afueras- hecho sin parangón en la historia chilena.
Un largo pasaje fue dedicado a indagar sobre los sueños de este hombre que hace poemas musicalizados o música llena de poesía, hurgando en facetas no muy conocidas, algo muy difícil de lograr en una personalidad entrevistada cientos (¿miles?) de veces en sus 70 años recién cumplidos. Sus respuestas quedan en la incógnita que sólo responderá un trabajo en preparación.
Hubo más, mucho más, en las desbordantes dos horas de conversación a cuatro voces, presenciada y dejada constancia gráfica por Abdel, el hijo de Perfecto. Este es sólo un tímido acercamiento a aquella mañana de recuerdos y no sólo de ellos, porque de proyecciones y esencias también se habló, en la que Silvio mostró que con él la magia siempre es posible.