Entre las múltiples versiones acerca del origen, desarrollo y perspectivas de la victoria electoral de Donald Trump en EEUU, está una que, por novedosa y diversa en su enfoque, me parece digna de ser tenida en cuenta por el lector ávido de objetividad. Me refiero al punto de vista que defiende el historiador y sociólogo ruso radicado en Moscú Boris Kagarlitsky, prolífico autor de libros sobre la historia de la Unión Soviética y Rusia, así como acerca del surgimiento del capitalismo globalizado.
Kagarlitsky es jefe de redacción de la revista en línea Rabkor.ru (El Trabajador) y director del Instituto sobre globalización y movimientos sociales, de Moscú. Kagarlitsky relata en un artículo que publicó en Estados Unidos la revista Counterpunch en su número de 23 de noviembre de 2016, que la ola de comentarios que levantó el inesperado desenlace de la elección refleja el desconcierto de los expertos y los ideólogos ante la nueva realidad, que se niegan a entender.
De repente –dice el escritor ruso- los liberales de Occidente y sus émulos de Rusia se dieron cuenta de la naturaleza nada democrática del sistema electoral indirecto de Estados Unidos que ellos han venido aceptando por su valor nominal. Antes de que fuera contada la última votación, cundió en ellos el pánico y luego argumentaron que dado que fue Clinton quien ganó el voto popular, no podría considerarse legítima la Presidencia de Trump.
Organizaron protestas contra unos resultados electorales que, según su propia admisión anterior, no eran violatorias de las normas constitucionales. Olvidaron convenientemente que así aceptaban dócilmente las falsificaciones que anteriormente ayudaron a Hillary Clinton a negar la nominación a su adversario Bernie Sanders. Resentidos con el sistema del Colegio Electoral, llamaron a sus miembros, en una petición para la que reunieron más de 3 millones de firmas, a ignorar la voluntad de los votantes en sus respectivos estados y votar por la Clinton. Esto, más que una convocatoria sin precedentes a golpe de Estado, pareció un grito de desesperación.
Por el contrario, los conservadores, tanto en Estados Unidos como en Rusia, estaban eufóricos aunque algo confundidos porque, aunque todos anunciaban el triunfo del magnate estadounidense desde hacía varios meses, su victoria fue inesperada. Todo parece indicar que con el recién electo gobierno de Trump ninguno de los grandes problemas sociales de EEUU se resolverá. No porque faltara disposición para ello, sino porque no parece tener clara idea de la existencia de tal problemática y piensa que bastará con crear unos cuantos millones de empleos y elevar un poco los sueldos. No parecen tomar en cuenta, dice Kagarlitsky, que la combinación del crecimiento económico con problemas sociales no resueltos es la receta más segura para una revolución.
Si Trump como presidente tuviera éxito en la solución de los problemas económicos, aunque lograra ser parcialmente exitoso en el cumplimiento de sus promesas y planes, ello no cancelará la urgencia de una modernización social a gran escala, con sistemas de educación y de salud universales y asequibles, la extensión de los derechos sindicales y la expansión del sector público.
La campaña de Bernie Sanders demostró que las clases más bajas de la sociedad están dispuestas a consolidar sus objetivos económicos independientemente de lo que digan los “defensores de las minorías”. Después de la capitulación del senador progresista su base social no le siguió, siguieron a Trump.
En el contexto ideológico ruso, la victoria de Trump ha minado ambos discursos dominantes: el liberal y el conservador.
Por otro lado, se nos promete que nada nuevo sucederá; que los Estados Unidos y el resto del mundo continuarán moviéndose en la misma dirección después de una pausa de cuatro años. Que solo tenemos que sobrevivir este tiempo desagradable.
Por desgracia, los autores de tales pronósticos se equivocan otra vez. No habrá ni Apocalipsis, ni vuelta al pasado. La victoria de Trump no es el resultado de una desagradable coincidencia; es el resultado de una crisis social y económica sistémica en el contexto de un modelo capitalista de desarrollo completamente agotado. No es que el sistema colapsará debido al éxito de Trump, sino que su éxito ha sido causado por el colapso del sistema. Volver a la trayectoria de la liberalización global no es imposible.
Las historias de una inminente represión totalitaria a que Trump someterá a las mujeres y las minorías diversas son simplemente absurda y falsa propaganda por los liberales, que lo utilizó para asustar al público estadounidense, pero solo tuvo éxito en la elaboración de sí mismos en un estado de histeria pánico.
Con respecto a Rusia, la lección americana es muy simple. Si el movimiento de izquierda seriamente aspira a desempeñar un papel en la política real, no imaginaria, debe romper con ilusiones liberales y el discurso correspondiente, concluye Kagarlitsky.
Fuente: Por Esto