Hay que volver a una visión del mundo mucho más modesta del papel de los periodistas: su poder sobre las palabras y su misión como mensajeros.
Post verdad fue la palabra del año recién concluido. En el 2015 había sido refugiado. Weapons of mass destruction, la frase en el 2002: era la guerra de los medios contra Irak. Como se ha hecho habitual, los medios deciden qué se dice y cómo; además de, claro está, qué se hace y cómo.
El lenguaje que se conocía ya en la segunda mitad del siglo XX como graznidos de pavo: los medios hablando como (por) los políticos, se redimensiona con las nuevas operaciones discursivas que develan, ocultan, disimulan o amplifican el lado oscuro de la noticia, de quienes la producen, la distribuyen y la consumen, independientemente del soporte, o sea, de las tecnologías.
Mutismo, silencios significativos, apelaciones constantes, profusión de estereotipos, fragmentación, coherencia imaginaria e ilusión de consenso (todos por muchos o varios) demuestran que la distracción (del discurso, del foco) es hoy más que nunca antes una importante táctica de información en la competencia represora de los grandes poderes.
Todo ello al amparo de una retórica consoladora que, siguiendo a Umberto Eco, finge innovar para excitar las expectativas del destinatario y hacerle consentir, en lo que –consciente o inconscientemente– ya sabe de antemano, y de un periodismo de rutina, con historias en torno a los datos rigurosos, definición que remite a las categorías burocráticas y a los sucesos burocráticamente definidos.
En un escenario de casualidades y falacias, de concomitancias y causalidades, los nuevos periodistas solo tendrían, en el mejor de los casos, la posibilidad de alcanzar una subalternidad decorosa. Precisamente uno de los máximos exponentes de aquel nuevo periodismo que fue movimiento social y estético y no mera clasificación, Tom Wolfe, escribía en 1991, justo cuando se avistaba una nueva era para la noticia, que la posición del nuevo periodismo no estaba asegurada por ningún concepto y que en algunos terrenos el desprecio que inspiraba carecía de límites, hasta quitaba el aliento.
La comunicación es a la vez privada y pública, extendida y almacenable. Contrario a lo que algunos piensan, la vieja sociedad de masas se refuerza con nuevas minorías accesibles y mayorías manipulables. El periodista transita de su primigenia condición de ordenador de informaciones y opiniones, al mutante status de chien de garde (perro guardián) como cuarto poder que vigila a cualquier otro de los grandes poderes sociales; de gatekeeper o guardabarreras (seleccionador de noticias, «portero» que deja o no pasar «algo» en la publicación), al content curator en (para) Internet.
Internet que ha coronado la fabricación de la noticia (Fishman) como la fabricación del consentimiento mediante la ingeniería del convencimiento (Bernays), pero también como escritura.
Urge entonces acercarse de una manera más heterónoma a los procesos de escritura y reescritura (lectura) de la noticia, ya que todo el periodismo es escrito, y que el referente objetivo es cada vez más inseguro.
Del hombre más noticiado del mundo, cuya muerte llegó a generar cientos de titulares por minuto, en incontables idiomas y dialectos, en los más variados tonos y estilos, y decenas de miles de tuits por segundo, no se ha destacado, sin embargo, que fue un experto en convencer mediante las palabras. Fidel fue un gran esteta, alguien con una enorme capacidad de actuar con sus palabras sobre los sentidos de individuos y multitudes que a su vez han construido sus propios nuevos sentidos; de provocar efectos sobre la sensibilidad de sus interlocutores, de sus lectores, de sus destinatarios; de reforzar en ellos la capacidad de percibir, sentir, y representarse lo percibido.
Su tesis de Revolución, tesis en cuanto establecimiento y propuesta de una afirmación cuya veracidad ha sido justificada y argumentada y se convierte en axioma, resitúa a los periodistas en tres hipótesis de partida.
In formar es dar forma. Una relación enunciación-enunciado informativos con su correspondiente dimensión implícita; es un recorrido de la palabra a la frase, marcado por la situación prediscursiva, la permanencia y renovación del discurso, y el sentido.
Un hecho es creíble si el texto periodístico que lo expresa permite hacer inducciones, deducciones y abducciones, y persuade reestructurando lo que ya es conocido a partir de nuevas premisas, con absoluta libertad correferencial.
Es periodismo nuevo si se recarga de significado en cada nuevo contexto; si es singular y es universal.
Entre el hecho noticioso y la presentación de la información periodística continúa actuando el lenguaje. Los consabidos factores tecnológicos, económicos, políticos, ideológicos y culturales caracterizan esta presentación que, no obstante, solo se realiza mediante el lenguaje. Para contar la noticia hacen falta dos condiciones: percibir el hecho noticioso y convertirlo lingüísticamente en texto periodístico. Para leer un texto periodístico en cualquier soporte hay que apropiárselo lingüísticamente.
Por tanto, hay que volver a una visión del mundo mucho más modesta del papel de los periodistas: su poder sobre las palabras y su misión como mensajeros.
Por: Yamile Hbaer Guerra
Tomado de Granma