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El estigma de la repetición

Existen libros que ya has leído sin siquiera abrirlos, libros repetidos de alguna manera en las páginas de otros. De cualquier forma los temas siempre serán los mismos, solo muta el estilo y varían algunas palabras y los giros de las historias.

Con Hijos del polvo (Sed de Belleza, 2014) del joven periodista y escritor villaclareño José Ernesto Nováez la sensación de déjàvu no es transitoria, sino que persiste, se reconstruye. El primer cuento La sobrevida abre esa puerta que quizás se disipe un poco en otras narraciones, pero late como un recuerdo en mi mente cada vez que tránsito hacia otro de los seis cuentos restantes. Sería injusto suponer que cualquier otro lector pudiera sentir o decodificar los mensajes que trasmite el autor desde los mismos códigos de quien escribe ahora.

Este es un primer cuaderno de cuentos, un tanteo a ciegas del terreno cenagoso que es la literatura y en conjunto no ha sido un mal intento. El autor se debate por los laberínticos entramados de las técnicas literarias y sabe transitarlos sin mayores contratiempos. Emplea el dato escondido, los vasos comunicantes, hace cambios de narrador en sus tramas, construye narrativas verosímiles, personajes sólidos…pero ninguna obra, ni esta, a pesar de la perfección estilística de Nováez, es indemne.

La sobrevida ahonda y perpetúa la idea que somos producto de nuestro tiempo y del entorno que nos circunda. Un adolescente necesita demostrar mediante acciones su valía y enfrentar radicalmente su realidad. La muerte es la primera opción, la muerte del otro, no la propia, el asesinato. Un amor no correspondido y un padre alcohólico no labran otro destino porque como dijera el narrador: “Sí, matar a un hombre era muy fácil”.

Y si recorremos las historias que para nosotros ha tejido Nováez chocamos con la tristeza de frente, la misma que nos mira desde los rincones más sucios de la angustia de las hermanas del brigadier Leocadio Montoya, desde la necesidad de persecución del asesino del Moro, desde la repulsión del inútil boxeador que ya no lanzará más golpes, desde el fuerte construido por un niño, desde la tormenta que habita en el interior de un personaje X.

Solo dos cuentos se revelan de ese estigma de repetición infinita: La muerte del brigadier Leocadio Montoya y La soledad vertebrada. El resto cede el paso, te abre puertas para que huyas a otras obras. En el primero desde las voces yuxtapuestas de varios narradores: uno personaje, un omnisciente, uno en segunda persona del presente y de nuevo la primera persona. Las diferencias de ritmo marcan con agudeza, y describen la pérdida del hermano mambí, su significación sentimental y psíquica para cada una de las hermanas, incluso para la prudente, para la que se queda.

La soledad vertebrada yace bajo un velo casi imperceptible de realismo mágico. Presenta la vejez desde la arista misma de la soledad. Mientras el protagónico presiente la llegada de la tormenta. El autor describe las montañas de libros que pueblan el piso del estudio, los sesenta años de sedienta lectura, los cinco mil volúmenes, la antigüedad de muchos, el exotismo de otros. Un templo del conocimiento que será destruido por la añoranza, por la desidia que se esconde tras de ella.

El viejo, el personaje, deambula por los pasillos de su vetusto domicilio, inmerso en la desdicha de estar solo hasta que encuentra a Vera, la olvidada. Ella toma forma con la tormenta, se desnuda, lo invita y entre gemidos,  la ventisca, la lluvia y la soledad destruyen los sesenta años de sedienta lectura, los cinco mil volúmenes, la antigüedad, el exotismo.

Nováez ha escrito un libro triste y no se precisan muchas palabras para decirlo.

Yadiris Luis Fuentes

(Tomado del periódico 5 de Septiembre)

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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