¿Barrer las banderitas cubanas de papel en la Plaza de la Revolución, después de una Marcha del Pueblo Combatiente o de un acto patriótico, constituye una ofensa dolorosa a la bandera?… La semiótica tiene la respuesta, para los avisados que esgrimen esa limpieza de la Plaza, como escudo de objetivos subversivos en la actual guerra cultural; justificando una repulsiva fotografía de la bandera cubana, cuyo triángulo es sustituido por una jicotea roja con la estrella blanca en su carapacho.
Dos dimensiones fundamentales aquilatan los símbolos: una simbólica y otra representativa, que se traducen en valores. El significado y su representación: uno opera como significado mientras la otra se visibiliza como representación de ese significado. Así, las banderitas cubanas de papel, que se agitan en la Plaza durante la Marcha, son solo la representación de cuanto significa la bandera, la representación del símbolo.
Luego el valor simbólico, que constituye una dimensión subjetiva, inmaterial, enrola la historia del país, las tradiciones del pueblo, sus luchas, sus mártires y héroes glorioso, “los valores en los que se cree”, su cultura y su riqueza; enrola la patria en su exacta acepción. El valor representativo, en cambio, constituye la dimensión material del símbolo, equivalente a su vez al valor utilitario, ya sea una bandera de papel, de tela con grandes dimensiones (o una estatua, un monumento u otra representación material del símbolo). Y ese valor utilitario es el que decide su representatividad, su vida útil.
De modo que cuando una banderita cubana de papel se deteriora, se rompe, se moja y pierde su utilidad, pierde también su valor representativo. Se impone entonces barrerla de la Plaza, o retirarla de cualquier espacio donde se exija aquella representatividad del símbolo; en fin, porque ha dejado de representar la dimensión simbólica.
Otros ejemplos se pueden emplear en este sentido. Cuando en otros países han quemado la bandera norteamericana (lo cual no se practica en Cuba por el arraigado respeto a los símbolos y a los pueblos, que signa las pautas de la educación cubana), se está destruyendo la representación del símbolo, la representación de lo que significa esa nación. Es el mensaje que se envía con esa acción.
Del mismo modo, cuando se emplea la bandera cubana en una pieza de vestir sucia, deteriorada, sudada, ajada, el mensaje que se envía es de irrespeto a cuanto significa la bandera cubana. Y si se visibiliza la bandera en una pieza que forma parte del símbolo, como es el caso de nuestro deportista en eventos internacionales, también se está enviando un mensaje, pero de respeto y veneración a la patria.
Empero, mientras el símbolo, lo que significa la bandera no lo pueden destruir a corto plazo (no es dable arrancarlo de las psiquis de los pueblos, dada su naturaleza subjetiva, inmaterial), sí se puede socavar el respeto de los pueblos a los símbolos, acostumbrarlos a irrespetar los símbolos, que significa el reblandecimiento de la cultura. Ello desembocaría, a mediano plazo, en abrir las puertas a la asimilación de símbolos hegemónicos, culturas hegemónicas y modos de vida hegemónicos.
Se anularía entonces, casi en su totalidad, la resistencia de la cultura del país y se cumpliría el objetivo final de esa guerra de los símbolos, que consiste en destruir la Revolución y los procesos democráticos planeados.
Por: Enrique Martínez Hernández
(Tomado de Cubadebate)