I.
El 31 de diciembre de 1960 comenzó una gran movilización militar popular que duró tres semanas, con el fin de prevenir o enfrentar un ataque de Estados Unidos contra Cuba. Todo el mundo le llamó la movilización “del cambio de poderes”, y la expresión quedó fijada durante muchos años como nombre del hecho histórico en la documentación personal de miles de revolucionarios.
El cambio aludido era la entrega del cargo presidencial por Dwight D. Eisenhower a John F. Kennedy, fijada para el 20 de enero de 1961. La opción posible era que el viejo militar imperialista decidiera aumentar la escalada de agresiones violentas que su país ejercía contra el nuestro desde el triunfo de la Revolución, y lanzara una invasión en los días que faltaban antes de entregar su cargo al joven del Partido Demócrata que había resultado electo presidente en los comicios de noviembre de 1960. Le prestaría así, además, un servicio postrero a los intereses dominantes en su país, consumando el hecho “sucio” antes de que asumiera el nuevo gobernante.
Fue la primera vez que la Cuba liberada y en revolución se enfrentó a la coyuntura de un cambio de presidente en ese país, opuesto durante más de un siglo a que la isla fuera una nación independiente, que la ocupó militarmente en 1898 y le impuso una dominación neocolonialista durante sesenta años. Pero ni los miles de jóvenes que esperamos el Año Nuevo con el arma en la mano aquella vez, ni millones de cubanas y cubanos que hemos vivido de entonces en adelante, sabíamos cuántos cambios de presidente norteamericano nos tocaría vivir y escrutar, más de una vez diferentes pero siempre peligrosos.
La catadura de Eisenhower estaba clara. El joven teniente de la “expedición punitiva” contra México de 1917 había hecho una vida de oficial de administración, pero su papel al frente de la participación norteamericana en la guerra en Europa en 1943-1945 le dio rango de protagonista, lo convirtió en una personalidad muy destacada en su país y le franqueó el acceso a la presidencia de la república en 1953. Reelecto en 1956, en sus ocho años de mandato impulsó el sistema nacional de autopistas, trató de fortalecer el poder federal y dictó algunas medidas para paliar el sistema racista antinegro y prevenir el auge de la resistencia contra él. Al mismo tiempo, cumplió bien sus funciones al frente de la superpotencia, que ahora controlaba al capitalismo mundial en la nueva fase de imperio del dólar, comercio libre y explotación más concentrada, paso al predominio del neocolonialismo, manos libres para dominar la América Latina, derrocamiento de gobiernos en Irán o Guatemala, gran presencia cultural y militar norteamericana en todo el planeta y liderazgo ultraimperialista de una geopolítica disfrazada de lucha mundial de “la democracia contra el comunismo”.
La Doctrina de Represalias Masivas –también conocida como Doctrina Eisenhower–, proclamada en 1954, aseguraba que Estados Unidos “reaccionaría ante ataques” con armas convencionales mediante represalias muy superiores a la agresión, “en los lugares y con los medios que elijamos”, como declaró el Secretario de Estado John F. Dulles. Es decir, amenazaban con ataques nucleares para decidir a su favor cualquier situación que estimaran no controlable, y ponían todo lo que les conviniera dentro del marco de la “guerra fría”. Estados Unidos se erigía abiertamente como el policía mundial.
La Revolución cubana no formaba parte de esa supuesta guerra fría, y los que hasta el día de hoy lo repiten cometen un serio error. Estados Unidos trató de que no sucediera, se dedicó a combatirla en cuanto fue una realidad y no dejó de hacerlo después de 1991, sin hacer caso al final de la bipolaridad. Lo hizo, y lo sigue haciendo hasta hoy, porque la Revolución cubana logró liberar al país de su dominio y establecer la más completa soberanía nacional, emprendió las más profundas transformaciones sociales, que niegan al orden y la cultura del capitalismo sobre los que se basan los Estados Unidos, y constituye el peor ejemplo para los pueblos de América y el mundo, de que es factible liberarse y establecer sociedades con libertades, justicia social, soberanía y bienestar de las mayorías.
El “Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro”, firmado por el presidente Eisenhower en marzo de 1960, no se refiere al comunismo ni a la URSS, sino a la necesidad de llevar al pueblo de Cuba a tal grado de privaciones y desesperación que admita la liquidación de la Revolución. El programa ya había sido firmado con sangre el día 4, con el sabotaje al barco La Coubre, que causó un centenar de muertos en la acción criminal con más víctimas que ha sucedido en La Habana. La disposición oficial secreta daba continuidad y ordenaba multiplicar la escalada de agresiones de múltiples tipos contra Cuba. Aquellas actuaciones violatorias de todo derecho y de las reglas más elementales del decoro, crímenes vestidos de una legalidad que tiene su única base en el poder material y los recursos del agresor, han sido repetidas hasta la saciedad durante décadas y constituyen una lección que jamás olvidaremos los cubanos.
John F. Kennedy fue más capaz, decidido y atractivo que cualquier otro presidente de Estados Unidos desde entonces hasta hoy. Durante su campaña electoral reconoció abiertamente que su país había dominado a Cuba y apoyado a la dictadura de Batista, y que nuestra patria solo era libre a partir del triunfo de la Revolución. Al mismo tiempo, asumió que Cuba podía poner en riesgo la seguridad norteamericana si se aliaba al bloque liderado por la URSS. Por cierto, fue en la campaña presidencial de 1960 que por primera vez se televisaron debates entre los candidatos, las elecciones sucedieron el martes 8 de noviembre y el resultado fue sumamente reñido. Kennedy obtuvo el 49.7% de los votos, contra el 49,5% de Richard Nixon, pero el sistema politiquero de colegio electoral le permitió ganar con 303 votos contra 219.
Kennedy asumió la responsabilidad y jefatura suprema de la invasión mercenaria a Cuba en abril, y en los treintaiún meses siguientes, hasta su asesinato, mantuvo una intensa y sistemática actividad de agresiones múltiples contra Cuba, que incluyó el proyecto de invasión militar directa que desembocó en la Crisis de Octubre de 1962. Fidel y el pueblo de Cuba en masa, unidos, se enfrentaron sin temor y con principios a los riesgos de la guerra nuclear y de la invasión yanqui, mientras que Estados Unidos y la URSS resolvieron su enfrentamiento de acuerdo a la geopolítica de superpotencias y al marco general de su diferendo. Pero ambos se vieron obligados a respetar a la revolución del pequeño país caribeño y a la soberanía de Cuba.
En diciembre de 1960 ya habían sucedido los hechos fundamentales que desplegaron la determinación consciente del pueblo cubano de cambiar su sociedad y sus vidas, y ya era inmenso el poder de la Revolución. Pero se acercaban jornadas, campañas y procesos que serían decisivos. Ese fue el marco de la movilización revolucionaria del cambio de poderes.
La noche del 31 de diciembre se celebró una cena gigante en Ciudad Libertad, presidida por Fidel, en la que participaron diez mil maestros. Fidel inicio así su discurso: “La Revolución entra hoy en su tercer año. Felizmente, los cubanos podremos ir contando los años de la Revolución con el calendario; felizmente un día Primero de Enero llegó al poder la Revolución. Y este tercer año es el Año de la Educación”.
Fidel expuso datos de la inmensa transformación que se había producido en la educación en solo dos años, factible únicamente por la Revolución, y las medidas extraordinarias con las que se realizaría otra transformación colosal en el año 1961: la alfabetización de la enorme masa iletrada del país en solo un año. Pero anunció que era preciso abordar otra cuestión, muy grave, en ese mismo momento: la posibilidad de una invasión militar inminente de tropas norteamericanas. Ante el fracaso de sus intentos de socavar y dividir primero, y de asfixiar después económicamente y agredir mediante bombas, sabotajes, alzamientos contrarrevolucionarios y asesinatos, Estados Unidos podría apelar a que el gobierno de Eisenhower atacara directamente a Cuba en sus últimas semanas de mandato y le dejara el hecho consumado al nuevo gobierno, que podría alegar que no había sido iniciativa suya. La CIA crearía el clásico incidente falso tantas veces repetido en la historia del imperialismo, y la invasión sería la “respuesta”.
Cuba había recibido informaciones sobre ese plan, pero al mismo tiempo podía constatarse la puesta en marcha de una operación que combinaba la difusión de informaciones falsas con presiones directas a gobiernos latinoamericanos para que rompieran con Cuba y se prestaran a ser cómplices de la agresión. El día 30, la prensa uruguaya hizo escándalo con la llegada del embajador de ese país ante la ONU, con una información recibida de Estados Unidos, que motivó su informe inmediato al Consejo de Gobierno uruguayo, en una larga sesión. Presionado por la prensa, el 31 de diciembre, el canciller de Uruguay reconoció que se trataba de un extenso informe, pero de naturaleza reservada que él no podía revelar. Al mismo tiempo se publicó que al parecer Estados Unidos había circulado aquella información confidencial a los gobiernos de América Latina.
¿De qué se trataba? De que en Cuba se estaban instalando 17 rampas de lanzamiento de cohetes nucleares soviéticos que amenazarían a las ciudades norteamericanas, tan próximas a la isla. Aquella mentira se repitió sin cesar la víspera del año nuevo, con los aderezos acostumbrados, en esos días en que se generalizan las vacaciones y se atiende poco a las noticias internacionales. Tampoco impidió el asueto la reunión urgente del poder ejecutivo uruguayo, ni la inesperada decisión del gobierno peruano de romper relaciones con Cuba el día 30, sin que mediara ningún incidente ni problema alguno entre ambos países. Fidel explicó en detalle la atmósfera creada como preparación, pretexto y sombrilla de la agresión militar y del acatamiento esperado de los gobiernos de la región, a los que Estados Unidos les habría informado que se vería obligado a utilizar sus fuerzas militares.
Aquellas informaciones no olvidaban denunciar el agravio que infería Cuba revolucionaria a los regímenes de la región. El mentado documento norteamericano la acusaba, decían, de “fomentar todos los movimientos populares de inquietud que se llevan a cabo en toda América”.
Para enfrentar aquel peligro, fue enviado el canciller Raúl Roa a la ONU a denunciar los planes imperialistas, Fidel alertó al pueblo y se ordenó la movilización inmediata de decenas de miles de miembros de las Milicias y las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Esto era acudir a un recurso indispensable a toda revolución que aspire a sobrevivir, y era, a la vez, una iniciativa militar y política. Los combatientes habían ocupado sus puestos en la defensa de la capital y otros puntos del país, y permanecerían en pie de guerra hasta que asumiera el nuevo presidente norteamericano. Decía Fidel: “movilizar al pueblo y adoptar aquellas medidas que puedan contribuir a persuadir a los imperialistas de que no será un paseo militar, de que no será un weekend (…) Estamos haciendo un gran esfuerzo por evitar que la agresión se lleve a cabo, y una parte del esfuerzo es hacerles difícil la agresión; una parte del esfuerzo es tomar cuantas medidas sean posibles para que se persuadan de que están cometiendo un gran error de estimación.”
La palabra de Fidel, una vez más, dejaba delimitados los dos campos y la imposibilidad de que hubiera nada intermedio, y fijaba la razón de esa disyuntiva:
Nosotros estamos en la obligación de defender, hasta con la última gota de nuestra energía, lo que estamos haciendo. Quieren destruir la obra de la Revolución y quieren destruir el ejemplo de la Revolución (…) mientras el pueblo forja sus planes, los enemigos de los pueblos forjan los suyos; y mientras nosotros trabajamos para hacer luz, ellos trabajan para sumirnos en la oscuridad, en la esclavitud y en el retraso.
Aquella gigantesca cena de fin de año reunió a tantos maestros como soldados había tenido la dictadura batistiana en el que fuera el mayor campamento militar del país, que como símbolo de la continuidad neocolonizada de la república mantuvo el nombre de Columbia hasta el 1° de enero de 1959. El acto cumplió a la vez varios propósitos. Rendía homenaje a una multitud de nuevos protagonistas que tendría la Revolución en 1961, que multiplicarían las capacidades de los seres humanos para que desarrollaran sus cualidades como tales y se convirtieran en actores conscientes del proceso revolucionario, y dejaba encomendado a esa maravillosa tarea de creaciones el año tremendo que se iniciaba. Informaba ampliamente al pueblo cubano la compleja situación y la amenaza de invasión por la cual se estaba movilizando. Comunicaba la verdad de Cuba a la opinión pública de América y el mundo, envenenada a diario por los medios del imperialismo. Se dirigía con esa verdad a una gama de gobiernos y de medios diversos de nuestro continente que veían con simpatía, vacilaban o se aprestaban a ir de comparsa de Estados Unidos contra Cuba, por mezclas diferentes de interés y miedo.
Al mismo tiempo, Fidel nos enviaba un mensaje a todos: había que hacer todo lo importante al unísono, no era posible dejar una parte para después, y hacerlo así era la garantía del triunfo. La consigna de “estudio, trabajo y fusil” no era una frase feliz, era un axioma matemático para la política revolucionaria. Y le enviaba un mensaje a Goliat: en medio de su interminable sarta de mentiras, tenía razón en algo esencial. Éramos ciertamente muy subversivos y peligrosos, porque habíamos aprendido a pelear y conocíamos el valor de la victoria, no les íbamos a conceder nada y seguiríamos apoderándonos de nuestro país y nuestras vidas, construyendo y creando, educando y reeducándonos, sin miedo a ellos o a no terminar nunca.
Líder supremo, educador, jefe y vocero de la Revolución y del pueblo, Fidel conversó a través de su discurso, orientó a todos, exaltó la determinación patriótica y la disposición al sacrificio del pueblo revolucionario, desafió con expresiones valientes al poderío imperialista, brindó confianza en la fuerza que tienen los pueblos que se ponen de pie y se arman, desplegó su dialéctica discursiva y mostró que la fiesta y la sangre pueden y deben andar juntos, para volverse invencibles.
No recuerdo si leí o me contaron aquel discurso de Fidel: estábamos muy ocupados. Pero me identificaba plenamente con todas sus acciones y actitudes, con su argumentación y sus palabras, con el sentido que le estaba franqueando a nuestras decisiones y nuestras vidas. Y no olvido a aquel joven, en las torres de Radio Progreso, que corría un poco a cada rato, con el fusil en porten, para combatir así un frío que hoy no existe, porque su camisa estaba totalmente rota.
II
John F. Kennedy comprendía que Cuba era algo que andaba mal en su concepción del mundo. Por eso, y por no ser un hombre pequeño, tuvo preocupaciones, ideas y actitudes contradictorias con su función de presidente de la exmetrópoli a la contraofensiva, representante máximo del imperialismo norteamericano y jefe de los verdugos del pueblo y la Revolución cubana. Pero no fue solo por eso. En 1959, Cuba se convirtió repentinamente en un país importante para el continente, y en los años siguientes su peso y su prestigio aumentaron sin cesar. Estados Unidos tenía que enfrentar la fuerza y el gran atractivo de sus tres ejemplos: liberarse del dominio yanqui y de la burguesía cubana, y mantenerse sin perecer o rendirse, cada vez más segura de sí misma; lograr transformaciones colosales a favor de la mayoría, con la participación activa y consciente de ella, mediante la negación del sistema capitalista y la asunción expresa del socialismo; e invitar a actuar, a relacionarse y llegar a unirse a los que pelearan por la liberación de toda dominación y a los que obraran con firmeza y principios para lograr que sus países fueran realmente independientes.
El gobierno de Kennedy debía enfrentar la situación en su complejidad y sus riesgos, y actuar en consecuencia utilizando diferentes vías y medios. Podía disimularlo en público, o repetir hasta el cansancio los lugares comunes de su propaganda contra Cuba, pero a la hora de valorar y actuar partía efectivamente de que se trataba de un adversario fuerte, muy capaz, decidido e indoblegable, a pesar de su tamaño. Cuando se examinan las actitudes norteamericanas hacia nuestro país hay que incluir también en el análisis las características, las victorias, la resistencia y la influencia internacional de Cuba.
Por otra parte, Kennedy pretendía sacar a su país de su retraso político y social respecto al mundo posterior a 1945, para que pudiera cumplir a cabalidad como conductor sagaz y guía atractivo sus papeles de jefe del campo del capitalismo mundial y del neocolonialismo. Mejor integración de los factores de la población norteamericana, iniciativas eficaces en la pugna geopolítica sostenida con la Unión Soviética y una política bien formulada hacia América Latina eran requerimientos puestos a la orden del día, y Kennedy se sentía capaz de resolverlos favorablemente, a pesar de las grandes dificultades y los enemigos, que incluía a una parte de los factores dominantes en su propio país, tan opuestos que en un momento dado decidieron matarlo. Esos fines y aquellos obstáculos condicionaron toda su actuación presidencial, y es necesario tenerlos en cuenta al analizar cada aspecto de ella.
Numerosos estudiosos han recontado y registrado las contradicciones de Kennedy, y los hechos que marcaron su actuación respecto a Cuba, que incluyen ciertos contactos informales que pudieran llevar a negociaciones entre ambos países. Un detalle terrible cierra la narración de esa historia: en el momento en que lo asesinaron un emisario suyo, el periodista francés Jean Daniel, estaba reunido con Fidel en Varadero. Pero más allá de las anécdotas, permanecen dos hechos incontrovertibles.
Con gran prepotencia, Estados Unidos ponía dos condiciones previas al inicio de negociaciones serias: Cuba debía repudiar y terminar sus relaciones con la URSS, y abandonar su apoyo a los revolucionarios latinoamericanos. A cambio de esas concesiones no sería invadida y cesaría la gama tremenda de actos criminales contra el país, que recibiría el perdón yanqui y podría entrar en relaciones económicas que la llevarían por un camino de prosperidad. Los norteamericanos más serios solo esperaban de aquellos tanteos saber más acerca del enemigo, de posibles diferencias entre los dirigentes cubanos y otros datos de alguna importancia. El diferendo entre Cuba y su aliado soviético, creado por la actitud de este durante la Crisis de Octubre, quizás podría aprovecharse. Los “geopolíticos” se preocupaban por la política norteamericana hacia América Latina, o jugaban a situar a Cuba en los Balcanes. El propio Kennedy y algunos colaboradores suyos sabían que las condiciones que ellos exigían impedirían el establecimiento de negociaciones.
Es lícito recordar al Kennedy que se muestra lúcido, o se da el lujo personal de reconocer virtudes a Cuba revolucionaria y a Castro, pero es indispensable juzgar al presidente Kennedy por sus hechos.
Es casi abismal la diferencia personal que existe entre Eisenhower y Kennedy, aunque hay que abonarle al primero que la nueva situación no cabía dentro de sus pensamientos posibles. Cuba, esa republiquita de nosotros, azucarera y burdel, a dos pasos de la Florida, no puede ser cierto que se esté convirtiendo en un infierno ante nuestras narices. Además, la información que recibía el presidente era muy deficiente. Actuó en consecuencia Eisenhower, sin detenerse en respetar el derecho ni la moral, y ordenó o aprobó asesinatos selectivos y crímenes masivos, guerra económica para rendir por hambre al enemigo, numerosos actos terroristas diversos, promoción, adiestramiento, suministros y control de la contrarrevolución, cerco político y económico a Cuba con ayuda de sus subordinados y aliados, y una gigantesca y sistemática campaña de propaganda anticubana.
Cuatro días después del discurso de Fidel en Ciudad Libertad, Estados Unidos rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba.
Kennedy estuvo en mejores condiciones personales y de información que Eisenhower en cuanto a Cuba, y contó con un equipo más apto para enfrentar la nueva situación y elaborar una estrategia más realista y eficaz contra el nuevo enemigo. Pero lo que le dolió de Girón es que fuera una derrota desastrosa para el imperialismo, que restaba prestigio a su presidencia, y una gran victoria que fortaleció mucho a la Revolución cubana, y no que fuera consecuencia de una gran agresión armada de su país contra el nuestro, sin declaración previa de guerra, ilegal e inmoral, con la impunidad del que sabe que no será enjuiciado ni sufrirá represalias. Si fuera cierto que sintió muchos deseos de venganza sería porque el capitalismo, la educación supremacista y el ejercicio de un gran poder pudieron corroer su personalidad y hacerlo caer en sentimientos monstruosos.
En realidad, podría repetir sobre sus actos siguientes contra Cuba lo mismo que enumeré en el párrafo anterior que hizo Eisenhower, si no fuera porque Kennedy los superó y fue mucho más lejos. Y no creo que predominó en él la sed de venganza, sino la continuidad criminal de la política imperialista. En noviembre de 1961, Kennedy aprobó el Plan Mangosta, una escalada de agresiones que constituía una guerra a muerte contra Cuba, reforzada por la ampliación del bloqueo económico firmada en marzo de 1962; el plan debía culminar en la invasión militar directa norteamericana, que hubiera bañado en sangre al país y causado incalculables daños. A pesar de los enormes recursos empleados y el alud de acciones emprendidas, la Revolución desarticuló las acciones de Mangosta, y la Crisis de Octubre frenó la invasión directa. Entonces la necesidad movió a Kennedy a la exploración mediante contactos informales, pero, a mi juicio, sin pretender jamás llegar a sentarse a discutir con un igual.
Los hechos llevaron al presidente a comprender y valorar las cualidades extraordinarias de su adversario, la valentía y determinación del pueblo que él dirigía y la eficacia del sistema de defensa cubano. Además, en un marco más general de su política, después de la Crisis de 1962 era necesario poner límites al enfrentamiento con la URSS. Su discurso del 10 de junio de 1963 en la Universidad Americana anunció el inicio de una dilatada etapa de distensión entre las superpotencias. Era prudente relacionar las relaciones con Cuba a esa nueva fase, o parecer que se haría. Y los esfuerzos dirigidos a evitar una “nueva Cuba”, la Alianza para el Progreso, recetada a los países latinoamericanos y auxiliada por algunos agnados, exigían acompañar el control de los gobiernos, el intervencionismo, los golpes de Estado y la formación de torturadores y oficiales que enfrentaran a los revolucionarios e hicieran prevención antisubversiva, con políticas más sutiles y menos obvias, y reconocimiento de los graves males sociales del continente como causa del descontento de los pueblos.
Aquellas fueron las motivaciones y los condicionamientos de los tanteos norteamericanos de 1963 con vista a unas posibles negociaciones con Cuba. Fue entonces, y no en 2014, que por primera vez Estados Unidos sintió que su estrategia no estaba dando resultado, y que podría ser necesario introducir otras formas de actuación política en su guerra contra la Revolución cubana, siempre persiguiendo el mismo objetivo final. Kennedy tenía las cualidades personales para intentarlo, y suficiente poder, aunque este resultó efímero. La posición de superioridad no era ocultada –se le iba a dar una oportunidad a Cuba–, y si se aceptaban los términos iniciales, el pequeño país quedaría a merced de la voluntad que tuviera Estados Unidos de cumplir sus ofrecimientos. Pero en una negociación, se supone, los términos pueden ir variando y las partes ir introduciendo modificaciones.
Lo cierto es que en 1963 lo que primaba en la contienda era la violencia física, y el imperialismo ponía mucho más empeño en ahogar en sangre la Revolución cubana que en comenzar a negociar. Entre enero y agosto de 1962 se realizaron en Cuba 5,870 actos de sabotaje, asesinatos y otros hechos terroristas –incluidos veinte intentos de asesinar a Fidel–, y se creó la unidad subversiva más grande en tiempos de paz de toda la historia norteamericana. Pero en 1963, Kennedy pasó la dirección de la acción contra Cuba a un Consejo Nacional de Seguridad que puso en manos de su hermano Robert. El 7 de abril el CNS aprobó un amplio plan de “doble vía” que disponía ejecutar varios tipos de agresión, al mismo tiempo que tratar de fomentar divisiones internas y cooptar funcionarios y militares, y hacer contactos con Castro. El trabajo subversivo debía ser más organizado, eficaz y menos penetrable, y el bloqueo debía ser agravado con atentados contra barcos mercantes y sabotaje a objetivos de la industria, la energía y el transporte.
Supuestas “operaciones autónomas” estaban a cargo de agentes cubanos. Se priorizaron la reorganización de los contrarrevolucionarios, los intentos de asesinar a Fidel, el aumento del bloqueo y del aislamiento político de Cuba, y la exploración de posibilidades de un golpe de Estado. A petición del CNS, el 19 de junio el presidente aprobó la ejecución de 24 grandes sabotajes, y en octubre aprobó el sabotaje a nueve grandes instalaciones cubanas.
Entre octubre y noviembre, Kennedy dio su apoyo a un intento de asesinato de Fidel, que debía ser prólogo de un golpe de Estado. En París, el traidor cubano que debía asesinarlo le reclamó a un alto oficial de la CIA que el presidente declarara en público que una banda de conspiradores se había apoderado de la Revolución cubana y la había entregado a la URSS. Kennedy satisfizo esa exigencia en un discurso en Miami, cuatro días antes de su asesinato. El día 22, mientras los tiradores lo mataban, su emisario francés hablaba con Fidel y el oficial de la CIA que atendía al traidor probablemente le estaba entregando el dispositivo para asesinar a Fidel.
III
Hoy, ahora mismo, se está produciendo el acto de transmisión de la presidencia, de Barack Obama a Donald Trump, electo en los comicios del 8 de noviembre pasado. La mañana del miércoles 9 de noviembre los medios cubanos anunciaban los días de movilización militar y popular simultáneos en todo el país, acostumbrados en ese momento del año –el Bastión–, y su guía estratégica: la guerra de todo el pueblo. La enorme cultura acumulada de cubanas y cubanos tiene una de sus expresiones en esa capacidad defensiva singular e imponente, ante la cual uno recuerda la movilización de hace cincuenta y seis años como algo heroico y primitivo.
Graves preocupaciones presiden este cambio de poderes, en todo el mundo y en los propios Estados Unidos. En lo que toca a Cuba, fue esa mi principal motivación para escribir este texto acerca de cómo se comportaron con nosotros los protagonistas de aquella primera transmisión del bastón presidencial después del triunfo de la Revolución cubana.
De la revisión resultan muy notables las diferencias personales entre los implicados, pero aún más notable es la semejanza en la naturaleza de sus actos de agresión, criminales e inmorales, contra el pequeño pueblo vecino, relacionado con el suyo desde que ambos existen. Similar es también la soberbia y el desprecio que portaban los dos jefes del supuesto pueblo elegido, manifiestos en el viejo militar de lauros furrieles y ninguna experiencia cívica, disimulados en el joven político de buena familia, educado y muy moderno, con méritos reales y un ambicioso programa renovador. Este último fue entonces el primer presidente norteamericano que se dio cuenta de que para vencer a la nueva Cuba había que combinar la práctica implacable de todas las iniquidades con gestos de aparente ánimo conciliador y movimientos hacia negociaciones que pudieran servir para doblegar al adversario, mediante el desconcierto, los errores, las divisiones y los caballos de Troya. La finalidad era una sola: destruir la Revolución, recuperar el dominio neocolonial, anular el mal ejemplo que había dado Cuba.
Los hechos históricos son singulares, al mismo tiempo que contienen constantes discernibles y proporcionan conocimientos y lecciones. La política del Kennedy postrero apenas apuntó hacia esa dualidad de medios, y contuvo el detalle cínico de apuntar a conversar con su adversario mientras ordenaba su asesinato. Es comprensible, dada la coyuntura de guerra no declarada vigente, en la que Estados Unidos ponía todo su esfuerzo en vencer mediante la sangre, la destrucción y el hambre, y la estrategia general y la moral del sistema capitalista y colonialista al que Kennedy pertenecía. Pero constituyó un precedente que todos sus sucesores en el cargo –excepto uno—han tenido en cuenta y cultivado.
Como era de esperar, los nueve presidentes siguientes han sido muy diferentes entre sí. Pero no agobiaré al lector diciendo nada de ellos, excepto una mención sobre el último, uno de los dos protagonistas del cambio de poderes que está en curso hoy.
Barack Obama fue más lejos que sus predecesores en la política dual contra Cuba, en las nuevas condiciones de la segunda década del siglo XXI. Soy uno de los cubanos que ha vertido sus criterios acerca de la naturaleza de esa política imperialista que se ha vuelto importante en los últimos dos años, el nuevo tipo de conflicto y los serios peligros que contiene, y el carácter decisivo que tendrán los hechos internos cubanos en el enfrentamiento a ella, como ha sido en los últimos cincuenta y ocho años. No repetiré nada de lo dicho, pero al contemplar las imágenes de un Obama sonriente –él también tiene una imagen seria, más bien triste, que me recuerda algunas imágenes de mi niñez–, que muestra la televisión en estos días, no he podido evitar el recuerdo de unas palabras pronunciadas por Malcolm X doce días antes del asesinato de Kennedy. En un discurso a activistas negros, Malcolm describía dos situaciones materiales, actitudes e ideologías contrapuestas entre los esclavos, la de los negros del campo, explotados y oprimidos de por vida, y la de los negros domésticos, domesticados, y explicaba la pervivencia de estos últimos en la sociedad norteamericana y su función como servidores de la dominación. Y concluía: “Yo soy un negro del campo. Las masas son negros del campo”.
Se han vertido ríos de tinta acerca de la personalidad de Donald Trump y la política que pudiera desarrollar desde tan alto cargo. En cuanto a lo primero, es indudable que Theodore Roosevelt sería un caballero aburrido si se le compara con Trump. En cuanto a su gestión, sus promesas de campaña y declaraciones de presidente electo, y el gabinete que ha seleccionado son mucho más que preocupantes. Sin ninguna duda, los protagonistas del cambio de poderes que se efectúa hoy son muy diferentes. Pero a los cubanos nos resulta vital recordar las constantes de la política imperialista sin dejar de analizar las diferencias de cada cual, y obrar en consecuencia de ambos tipos de experiencia, y, sobre todo guiarnos por nuestros principios y los intereses de la Revolución socialista de liberación nacional.
Hoy sigue siendo imprescindible, ante las cuestiones y los problemas que debemos enfrentar, guiarse por Fidel, líder supremo, educador, jefe y vocero de la Revolución y del pueblo. Por lo que dijo el 31 de diciembre de 1960:
Y nosotros no queremos que la historia nos reproche, o nos pueda reprochar, que ante razones poderosas nos dejásemos sorprender. (…) los pueblos que luchan por su liberación no pueden descuidarse nunca (…) los pueblos que luchan por una gran aspiración y por una muy justa aspiración, no pueden hacerse ilusiones.
Y si somos Fidel, si queremos ser como Fidel, es porque en estos días de enero, después de otros diez cambios de poderes en Estados Unidos y después de cincuenta y seis años más, sabremos mantener como una realidad invencible lo que dijo Fidel aquel 31 de diciembre de 1960:
Este pueblo, que ha trazado su destino y lo llevará adelante, no se inmuta, ni se asusta, ni siquiera renuncia a su alegría, y ríe; ni siquiera abandona su tradicional emoción, más grande por cuanto el nuevo año es también un nuevo año de la Revolución.
Notas:
- El sistema oficial norteamericano de dar a conocer iniquidades que ellos han cometido haciendo públicos documentos muchos años después, nos permite constatar que aquel Programa era una concreción para escalar la acción desde una posición muy previa. “El Presidente dijo que Castro empieza a parecer un loco (…) dijo que deberíamos aplicar una cuarentena a Cuba. Si ellos (el pueblo cubano) tienen hambre, botarán a Castro”, dice el acta de una reunión de Eisenhower con el Secretario de Estado, el Embajador en La Habana y otros funcionarios, de 26 de enero de 1960. En la prosa más serena de sus memorias, seis años después, Eisenhower reconoce que “En cuestión de semanas después que Castro entrara a La Habana, nosotros en el Gobierno comenzamos a examinar las medidas que podrían ser efectivas para reprimir a Castro en el caso de que se convirtiera en una amenaza”.
- La prosa de los que ejecutan las políticas es más precisa. J. C. King, Jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA, escribió el 11 de diciembre de 1959: “Analizar minuciosamente la posibilidad de eliminar a Fidel Castro”. (Las citas de esta nota proceden de Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez, De la confrontación a los intentos de “normalización”. La política de Estados Unidos hacia Cuba, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2014, pp. 8, 13 y 14).
- Nunca he olvidado el rostro serio del muchacho francés que habían montado en un jeep para correr con él a un hospital. Le faltaba una pierna, pero todavía estaba vivo y parecía consciente.
- Solamente rescato una perla que leyó Fidel, del diario uruguayo El País: ‘Tan próximos a las grandes ciudades de los Estados Unidos, estos cohetes constituyen un riesgo máximo. Si estos hechos pueden ser confirmados, la calma admirable mostrada por el gobierno de los Estados Unidos se desvanecerá; acciones para rechazar tales planes agresivos serían tomadas de inmediato”.
- Ver Jacinto Valdés-Dapena Vivanco: Operación Mangosta: preludio a una invasión directa a Cuba, Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2002.
- Ver estos datos, y muchos más, en Fabián Escalante Font, “Estados Unidos y Cuba, el garrote y la zanahoria”, 14 de enero de 2017. Ver también Ramírez y Morales, ob. cit., pp. 55-56.
- “…es un hecho que una pequeña banda de conspiradores han despojado al pueblo cubano de su libertad y entregado la independencia y soberanía de la nación cubana a fuerzas más allá del Hemisferio”. Discurso de John F. Kennedy en la Sociedad Interamericana de Prensa, 18 de noviembre de 1963, citado en Escalante, ob. cit.
- Según el entonces Inspector General de la CIA. Citado en Ramírez y Morales, ob. cit., p. 56.
- Malcolm X: Discurso a la Conferencia Norteña de Líderes de Base Negros, iglesia Bautista King Solomon, Detroit, 10 de noviembre de 1963.
Fuente: Cubadebate