Yo entonces habría sido como él, y él hoy habría sido como yo, pudiera deducir aquel adolescente absorto en la lectura de las historietas Fidel el rebelde y Tiempo de cocuyos (Pasajes de la Infancia de Fidel), parafraseando en términos de travesuras y rebeldías tempranas, las palabras de Fidel en 1965 ante los universitarios de entonces, al equiparar la virtud patria de aquellos a la de Martí, Céspedes y tantos fundadores de las gestas independentistas cubanas.
Ajeno a la liturgia del acto de presentación de esos dos raros muñequitos o cómics «made in Cuba», adonde fue llevado con sus condiscípulos de la secundaria básica, el irreverente muchacho de la era audiovisual e interactiva, ignora las palabras y los cantos del recinto, absorto como está, siguiendo cuadro a cuadro las primeras insurgencias de Fidel, cuando se escapaba de la escuelita en Birán para bañarse en el río.
Una victoria del entretenimiento sano, ese que cimenta y seduce, se anota la Editorial Pablo de la Torriente, de la Unión de Periodistas de Cuba, con este regalo a los 90 años del Comandante en Jefe que, lamentablemente, salió de las prensas tardíamente, en medio de la conmoción por la desaparición física del líder. Pero el retraso editorial vino a reforzar el simbolismo de la sobrevida perenne de Fidel, un hombre del que no podrá hablarse en términos de finales u ocasos.
Tiempo de cocuyos y Fidel el rebelde constituyen vívidas historietas con los guiones respectivos del reconocido escritor Omar Felipe Mauri y el experimentado diseñador Ángel Velazco, nutridos de consultas bibliográficas de Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet, Todo el tiempo de los cedros, de Katiuska Blanco, Absuelto por la Historia, de Luis Báez, y otros textos sobre la vida y obra del líder de la Revolución.
En ambas entregas confluyó el talento de historietistas consagrados, como el propio Velazco, con otros muy jóvenes y emergentes, como es el caso de Darnell Flores Francis, quien ilustró el pasaje del Fidel irreductible, cuando alzaba el país en los días más difíciles del período especial. Darnell es un muchacho de 16 años, tímido y silencioso, pero lleno de proyectos e inquietudes por crear cuadro a cuadro.
Ángel Velazco, quien también ilustró cuatro de las diez historietas de Fidel el rebelde, un volumen que incluye láminas para colorear y otros entretenimientos, manifiesta su pena por que Fidel no haya podido ver las dos entregas, signadas por la cercanía humana al líder, sin endiosamiento, algo que él siempre rechazó. «Espontáneo, natural y rebelde como él fue, para que uno mismo diga yo fuera Fidel y Fidel fuera yo. Es una convocatoria para que los jóvenes sigan manteniendo el espíritu de rebeldía de Fidel».
En el caso de Tiempo de cocuyos, es un atractivo recorrido por pasajes elocuentes de la infancia del hijo de Ángel y Lina, en el cual, los actos de rebeldía y arrojo anuncian valores esenciales de hondura humana, confraternidad, coraje e inteligencia superior que distinguen su vida y su irradiación hacia el futuro, más allá de la reciente desaparición física.
El joven historietista Wimar Verdecia Fuentes considera que, lejos de un entretenimiento pasajero, este es un aporte humilde a las nuevas generaciones, con un sentido de continuidad histórica. «En una época de hegemonía de la comunicación y la industria cultural en el mundo, nuestras historias, nuestras imágenes y símbolos del entretenimiento necesitan expandirse. Los historietistas cubanos tenemos una alta responsabilidad en tal sentido».
El escritor Omar Felipe Mauri prefiere hurgar, más allá del placer y la alegría por haber participado en un proyecto tan apasionante, en el saldo que dejó esta incursión en los bisoños historietistas, los que han quedado marcados para siempre, han redescubierto a Fidel en las claves de su vida, como muchos jóvenes hoy.
Al margen de los desiguales niveles de realización propios de toda obra hecha con urgencia, Mauri está feliz. E interpreta el sentir de los creadores implicados en el proyecto, cuando reclama más apoyo de las instituciones culturales, de los decisores, a los mejores proyectos de historietas, una vertiente de la industria cultural muchas veces subestimada, pero siempre apoyada con tesón por la Editorial Pablo de la Torriente, con sus limitados recursos.
Tanto él como Francisco Blanco Hernández, otro de los ilustradores e hijo del gran caricaturista cubano Blanquito, coinciden en afirmar que la obra loable de la Pablo de la Torriente y de las publicaciones de la Editora Abril necesitan un soporte que sostenga con más frecuencia y variedad la historieta cubana.
Y este lector furibundo de «muñequitos» que fui, sorbiendo Tiempo de cocuyos y Fidel el rebelde, viajé en el tiempo rememorando aquel álbum de postalitas de la Revolución que completé en los días fundacionales de 1959. Recordé los collares de Santa Juana de los barbudos, los lápices gigantes en hombros de aquellos muchachos alfabetizadores que llevaron la luz del saber al último rincón. Lamenté haber extraviado para siempre aquel juego de mesa: Conozca a Cuba. Sentí con tristeza que el gran Elpidio Valdés, de Padroncito, se hubiera detenido y no haya viajado hasta el presente complejo…
Y me digo, aunque pueda parecer exagerado, que estas dos historietas y otras que obran en el catálogo de la Editorial Pablo de la Torriente no debían ser más que el punto de partida de un gran vuelco en prioridades para llenar los vacíos de nuestra industria cultural, para hacer prevalecer la proliferación de ingeniosos símbolos, liderazgos y seducciones de la cubanía, desafiados por la invasión cada vez más creciente de fetiches y paradigmas lejanos y ajenos, que pueden barrernos. Y eso, Fidel el rebelde no nos lo perdonaría.