Aún en medio de la tristeza que embarga al pueblo cubano por la partida física de Fidel Castro, vale la pena hacer una reflexión, claro, con permiso del líder histórico que construyó en la mayor de las Antillas la más grande Revolución de la Patria Grande.
Tuve la oportunidad de estar presente en la tierra de Fidel, que es también la mía, por esos días en que el Comandante en Jefe, como le siguen y seguirán llamando sus compatriotas y todos los agradecidos de este mundo, regresó a las montañas del oriente de Cuba, y en su larga y conmovedora cabalgata fue despedido y arropado por millones de hombres, mujeres, ancianos, niños, niñas y jóvenes.
Fue verdaderamente impresionante el mar de personas, negras, blancas y mestizas, que entre sollozos, vítores, halagos, fotografías y banderas dijeron adiós a un gigante revolucionario de esta y la pasada centurias, y que no solo es de la nación caribeña, sino de todos los seres humanos dignos de Nuestra América y del planeta tierra.
Pero hubo algo que particularmente estremeció y hasta sorprendió a no pocos, y fue la reacción espontánea de las nuevas generaciones de cubanos que por sus edades no tuvieron la oportunidad de ser testigos de las incontables gestas libradas por Fidel, aunque las conocen muy bien a través de sus padres y abuelos.
“Los Pinos Nuevos” de la Isla -parafraseando a Martí- salieron espontáneamente a las calles, con sus propias y frescas consignas e iniciativas, tomaron carreteras y plazas, y derramaron lágrimas como sus progenitores, al paso de Fidel en su trayecto victorioso hacia su nuevo cuartel general, una modesta roca junto a donde reposa el Héroe Nacional José Martí, protegida por la combativa e histórica Sierra Maestra.
Parecía que el invicto Comandante de Comandantes les estuviera mostrando a sus hijos el camino a transitar hacia futuros triunfos de la Revolución de la mayor de las Antillas que comandó desde el 1 de enero de 1959.
A su vez, la reacción de “los Pinos Nuevos” de Cuba fue como una promesa hecha a Fidel de que su abnegado pueblo continuará su legado y defenderá la soberanía y la independencia que heredaron gracias a la lucha de la llamada Generación del Centenario y de los héroes de las guerras libertarias contra el colonialismo.
Constituyó, al mismo tiempo, una respuesta contundente a escasos adversarios, descolocados o ilusos, que apostaron siempre frustradamente a que con la desaparición física de su líder, la Revolución en el decano archipiélago caribeño temblaría y se iría a bolina.
Los cubanos, y muy especialmente los jóvenes, repiten hoy más que nunca que “todos son Fidel”, que su eterno Comandante en Jefe se ha multiplicado en millones, y que desde la eternidad será mucho más peligroso para los enemigos de su Patria, porque el ejemplo, las ideas y convicciones que dejó ya se transformaron en banderas y escudos inquebrantables.