Son las nueve de la noche. Las tres hileras para subir al Memorial José Martí continúan. Son interminables.
Madrugada. La esquina de Paseo y Zapata a veces parece aliviarse. La cola se afina… Dura solo unos minutos. Otro nutrido grupo de personas llega. La fila vuelve a abultarse.
En la Terminal Nacional de Ómnibus el «río humano» se bifurca, para luego encontrarse y subir la colina. Grupos de jóvenes esperan el avance, algunos aprovechan la semiluz. Se besan. Guardan silencio. Se besan. Guardan silencio. Se besan…
Subiendo por la revista Bohemia, casi llegando a Tulipán, centenares aguardan para entrar a la hilera. Hay decenas y decenas de estudiantes de la UCI. Un jovencito le comenta a su padre que ya es tarde, que van a estar allí hasta pasada la medianoche. El hombre le responde que no se preocupe, que la madrugada era uno de los horarios preferidos de Fidel para trabajar.
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Mis últimas horas con Fidel. A su paso por una de las tres salas del Memorial donde se le rinde tributo al Comandante, miles graban en sus celulares la marcha.
Son una infinitud de historias propias. Muchas vivirán para siempre en las redes sociales, pasarán a ser parte del universo digital mientras exista. Será una forma de decir, de compartir, que estuvieron allí.
Al salir de la sala, una adolescente pregunta a la otra que si también subirá su video a las redes sociales. «No —le dice esta—, será para el “álbum de la abuela”. Es algo íntimo. Lo guardaré para que mis hijos y nietos sepan que yo también estuve con Fidel en sus últimas horas en La Habana».
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Fidel tiene todas las respuestas. Un niño le pregunta a su abuelo cuándo fue la primera vez que estuvo con Fidel en la Plaza. El viejo le dice que en septiembre de 1960, cuando el Comandante leyó la Primera Declaración de La Habana..
—¿La Primera Declaración de qué…? —pregunta el pequeño, que apenas rebasa los siete años de edad.
—Todavía tengo los periódicos de entonces —dice el anciano.
—¿Me los darás?
—Sí, para cuando seas grande. Todo lo que quieras saber de Fidel y la Revolución lo deberás leer en sus propias palabras.
—¿Fidel tiene todas las respuestas?, vuelve a preguntar el niño. El viejo no dice más. Lo apura, está demorando la cola.
René Tamayo / Juventud Rebelde