Quienes conocieron a Pablo de la Torriente Brau han destacado los diversos componentes de su carácter. Existe un testimonio, tal vez no muy divulgado, de una mujer combatiente de la Guerra Civil Española, Rosario Sánchez Mora, La Dinamitera, que condensan los rasgos esenciales en la personalidad de Pablo. Ella lo evoca así:
“Se decía que era periodista e iba al frente para atender su trabajo como redactor y mandar sus reportajes a Cuba. Era de izquierdas, muy agradable en el trato. En la división todo el mundo le respetaba y le quería (…) Pablo tenía tan buen humor, tan buen carácter y era tan amable… Con sus compañeros gastaba bromas delicadas, no era cursi, más bien elegante”.
El humor, siempre inteligente, se expresa en el discurso de Pablo, en su correspondencia, en su narrativa, en su ensayística. Es natural, encaja en el contexto con un guiño que busca la complicidad del lector. Maneja el humor deportivo, el humor político, el humor cotidiano. Y cuando lo utiliza como arma, es tan sarcástico como demoledor.
El 13 de junio de 1936, desde Nueva York, envía a su amigo Raúl Roa un ensayo conocido con el título Algebra y política, que no se publicó hasta 1968. El retrato que ofrece del coronel Fulgencio Batista de los años treinta es tan mordaz, acertado y exacto que hasta permite anticiparnos al Batista de los años cincuenta:
“Si le negamos esto que se llama el valor personal, no le podremos negar a Batista otras condiciones de leader: tiene imaginación de taquígrafo, es decir, descifra con rapidez un signo confuso; sabe apoyarse en reglas generales; tiene por otro lado, condiciones de demagogo; es orador y proyectista; conoce el secreto de la sonrisa y del brazo en alto; construye, roba y se pule. Desde otro ángulo, sin duda es inteligente y astuto; probablemente, tiene complejo de superioridad con respecto a sus otros coroneles y con respecto a los revolucionarios que ha tratado. En caso de una revolución, si le dan tiempo, pertenece a los que tendrían preparado el avión para huir”.
¡Genial, sencillamente genial!
Cuando Pablo escribe de deportes, una de las pasiones que arrastra toda su vida, además de erudición acerca del tema, da rienda suelta a su imaginación. Eso sucede porque fue atleta y porque es cronista. Entonces, entre la narración, que no deja de ser galopante, intercala la coña inesperada que saca la sonrisa, como aquí, en sus Recuerdos de la próxima Olimpiada, escritos en 1931 donde, después de establecer un paralelismo con el Coliseo romano, describe el siguiente cuadro:
…”¡cómo se entra en este estadio de Los Ángeles! Parece como que uno llega a la casa, tira el sombrero sobre la silla y pregunta, con un apetito fenomenal, cuando está la comida… El cielo pasa por arriba, blanco y azul, y los cien mil fanáticos abajo hacen ruido, escupen, mascan chicle, andan en camisa y no saludan a nadie… De vez en cuando, el viento levanta la falda corta de una americana y se puede ver el gallardete rosado de un bloomer fresco… ¡Quién pudo verle nunca los bloomers a una romana!”
Sin embargo, cada lector tiene el derecho de escoger al Pablo que prefiere, inabarcable en su singularidad. Quien redacta se queda, pues, con el Pablo íntimo de las cartas a los amigos, que en modo alguno es descuidado ni retórico sino originalísimo y sabichoso, porque ni el confinamiento en el Presido Modelo le amarga la escritura. De su correspondencia con Pedro Capdevila, amigo, compañero del bufete de don Fernando Ortiz y en cierta medida su “secretario sin cartera”, entresacamos dos muestras de humor epistolar, que seguramente nunca pensó verían la luz:
“Por lo pronto fíjate cómo ya tengo también ‘caballito del diablo’ y dispongo casi de una oficina, a fin de no perder el training del tecleo. Lo único que está fulastre es el papel. Y si alguien por ahí quiere honrarse con mi correspondencia que me incluya el sello del franqueo, porque si no, no hay nada”.
O mejor aún esta, hilarante, que expresa a Capdevila tras recibir en el Presido Modelo una remesa de los amigos:
“–Oh espectáculo sorprendente!– un tremendo paquetón conteniendo papeles, sobres, ¡un queso!, ¡dos barras de guayaba!, ¡dulce de leche, maní, turrón de no sé qué extraña sustancia! ¡y –sobre todo– dos boniatillos seráficos! ¿A qué se debe tamaña locura? Lo de los papeles me lo explico, pero lo otro aún me está maravillando. Ya le metí el diente a todo, por si me muero antes de la comida, y notifícale a quien quiera que sea el leocadio que haya hecho esto, que mi agradecimiento será eterno, aun cuando mañana ya no quede nada… nada! ¡Oh el ruido de las aguas!”…
Del primer exilio en Nueva York, al cual parte mientras en Cuba desgobierna Gerardo Machado, queda una carta del 8 de junio de 1933, en que narra las inconveniencias del viaje, junto a Teté Casuso, la esposa. El estilo es tragicómico:
… “Fuimos a parar a unos camarotes, separados uno de otro, Teté con siete mujeres más y yo con otro grupo de hombres. Es decir, que seguía preso, como en Presidio, pero mucho peor, con peor cama, peor aire y sin agua para bañarnos. ¡Qué puerca es esta gente! Calcúlate que cuando pregunté por el baño, que estaba cerrado ‘porque si no todo el mundo se iba a querer bañar’”.
Y sin embargo, pese a ese humor trepidante, Pablo se tomó la vida muy en serio. Seguramente porque, como buen martiano, hizo del humor un látigo con cascabeles en la punta.
Por Leonardo Depestre Catony / Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente