A Baracoa habrá que techarla completa. La frase exagera, pero no otra cosa piensa uno cuando ve el destrozo que provocó el huracán Matthew a su paso por la Primera Villa de Cuba la noche del 4 de octubre de 2016 y las primeras horas de la siguiente madrugada.
“Que Dios reparta suerte”, me dijo esta mañana un desconocido que comenzó un improvisado diálogo conmigo al verme pasar frente a su casa, la cual señaló como símbolo de la pérdida de cubierta que deben haber sufrido cientos, miles de hogares en este municipio.
Hoy, lo mismo en la ciudad que en el campo, Baracoa es otra. Es la estampa de un lugar atacado por una fuerza natural ensañada en desmantelar casas, derrumbar paredes, hacer volar objetos, desraizar árboles, arrasar con todo tipo de vegetación y desaparecer animales.
En una mirada rápida, parece que desde el cielo hubieran rociado detonantes en cualquier rincón de un territorio que ha perdido hasta su verdor intenso característico. La defoliación es tanta que en ciertos lugares la gente puede ver a su alrededor las casas y las cosas que antes ni siquiera imaginaba existían.
En zonas rurales o en asientos poblacionales periféricos de la ciudad es como si hubieran autorizado a fundar un pueblo: entre voces los hombres levantan horcones, clavan, serruchan y cortan madera de los árboles derribados para garantizar la leña que servirá de combustible; las mujeres barren con escobas rústicas y en la cocina preparan lo que aparezca para aunque sea, como se dice, engañar al estómago.
Los animales domésticos y aves de corral se acercan tímidamente a las moradas según regresan los dueños, y ese aire de reconocimiento refresca a protectores y protegidos.
El renacimiento se expande. Quienes permanecen evacuados en instituciones estatales desayunan, almuerzan y comen en correspondencia con las reservas de alimentos, las cuales crecerán cuando se normalice por completo la circulación de vehículos hacia y desde Baracoa por La Farola, ahora solo para autos ligeros.
En las bodegas de comercio se venden productos de la canasta básica familiar, aseo y dentrífico; en las panaderías se produce; el sector de la gastronomía oferta alimentos ligeros sin congelación; las tiendas con venta en moneda nacional y pesos convertibles expenden los productos que tienen para llevar a la mesa.
Hoy, para asombro, se distribuyó agua por las redes hidráulicas con una calidad del líquido más que aceptable. También desde temprano los linieros cambiaban postes del tendido eléctrico caídos o dañados, y en las calles principales de la villa se acopiaba y recogía basura con equipos apropiados.
En medio de la contingencia, cuando la pesadumbre haría pensar que hay mucha gente llorosa o quejándose, lo notable es la resignación ante el azar de la vida y el deseo de sobreponerse.
Se me ocurre que la imagen del día pudiera ser la joven que vi bailar y dar vueltas en la acera con un niño en los brazos, al compás de la música que ponía una de las radio bases establecidas para orientar a la población y liberar tensiones.
Así predomina la disposición a recoger pertenencias dispersas, o levantar una teja y colocarla como se pueda hasta que tape un lugarcito bajo el cual se pueda dormir sin mucha amenaza de las lluvias.
Lo perdido, perdido está, y no volverá a vuelo de pájaro. Después del desastre, la gente de la ciudad más antigua de Cuba parece esperanzada en que una fuerza descomunalmente enérgica y milagrosa, salida de donde sea, ponga todo en su lugar. O casi todo.
* Sospecho que una palabra del título de este trabajo es pura invención, pero ante el apremio de la entrega y la imposibilidad de encontrar otra mejor, me tomé una licencia.
Richard López Castellanos / Radio Baracoa