Este martes 16 de agosto, ha muerto en La Habana, Jean Guy Allard, nacido hace 68 años en Shawinigan, Quebec, de donde trajo su acento marcadamente francés y unas habilidades de periodista investigador que le hicieron ganarse espacios privilegiados en nuestra prensa y lo convirtieron en autor de media docena de libros, algo que no había hecho en su natal Canadá.
Fue de los fundadores de Cubadebate, acaso incluso el que dio el puntillazo para el nombre del sitio, mientras discutíamos, con la ayuda de colegas con otras lenguas madre, como Bernie Dwyer o Marie Dominique Bertucciolli -también tempranamente fallecidas-, de qué manera encantar a los lectores en el universo multilingüe de internet, que empezaba a abrirse ante nuestras sorprendidas mentes analógicas gracias al entusiasmo inagotable de Rosa Miriam Elizalde o Randy Alonso.
Al principio Jean Guy fue un misterio, cuya firma aparecía esporádicamente en Granma Internacional, siempre destapando una noticia sensacional relacionada con la mafia de la contrarrevolución, asentada en el sur de la Florida. Con un estilo libre que iba, sin preámbulos, de la denuncia a la burla, le siguió la pista a Posada Carriles y su pandilla y con todos se gastó epítetos raramente leídos en asuntos tan serios.
¿De dónde había salido aquel hombre que daba muestras de saber tanto de asuntos cubanos y arrastraba las erres como un quebecuá recién llegado? Cuando tuvimos suficiente confianza le pregunté si era un académico retirado al periodismo o un periodista que venía detrás de los terroristas desde Canadá y me dijo: “Soy un turista que se enamoró de Cuba y decidió quedarse en La Habana, con la ayuda de Gabriel Molina.”
La verdad completa, la supe después. Jean Guy era un estudiante adolescente cuando Fidel visitó por primera vez Canadá y él se escapó de la escuela para ir a ver a los barbudos. Con tanta suerte que alcanzó a darle la mano al líder cubano. Así nació su pasión por Cuba, según su hijo Sebastián (El niño, que ahora tiene 12 años, es el fruto de su matrimonio con Tamara, joven cubana con la que se radicó definitivamente en nuestro país hasta su separación en años recientes, pero ni aun así, pensó en irse de vuelta Jean Guy).
Efectivamente, fue el viejo lobo del periodismo cubano, Gabriel Molina, entonces director de Granma Internacional y presidente del Círculo de corresponsales de guerra, quien al encontrarlo en un vuelo rumbo a La Habana y saber que venía a vivir en Cuba, lo invitó a ser parte del prestigioso grupo de traductores extranjeros del semanario, cuyas filas se habían debilitado con el paso de los años y la crisis de los 90.
Llegó definitivamente a Cuba el 17 de diciembre del año 2000 y se estrenó como editor de francés el primero de mayo de 2001. Pero, el redactor de crónica roja que fue durante tantos años en Canadá, lo hizo saltar sobre la rutina de la traducción cuando empezó a seguir la saga de los terroristas y la historia de Luis Posada Carriles. Escribía tanto o más que los reporteros asignados al tema y siempre con revelaciones que le daban ventaja. Así se ganó la acreditación al juicio a Posada en Panamá. Y por lo que recuerdo, la mayor parte del tiempo, usando sus propios recursos económicos para financiar viajes e investigaciones.
En los primeros tiempos, solía moverse por La Habana sobre un jeep de los años 50, pintado de verde olivo, junto al pequeño Sebastián, que a los dos años ya conocía las banderas de casi todos los países y podía identificar sin error a cada uno de los cinco héroes y sus familias.
Ahora Sebastián espera la llegada de Canadá de su único hermano Thierry Xavier para organizar las honras fúnebres de Jean Guy, posiblemente el próximo fin de semana. Al cuidado de ambos quedará uno de los más completos archivos del terrorismo contra Cuba, construido por su padre para elaborar sus notas periodísticas, sus libros -algunos con otros autores como Eva Golinger o Marie Dominique Bertucciolli- y el sitio Contrainsurgencia, que creó, en apoyo a los familiares de las víctimas de Barbados y en defensa de los Cinco.
En marzo de este año, tras un doloroso proceso de extensión de la artritis reumatoidea generalizada que padecía, Jean Guy dejó de escribir, como solía hacerlo, cada día, a cualquier hora, con su fiel Fripouillie (Arrugado), a los pies.