Las ganas de escribir y los ojos cansados no concilian mucho cuando de inspiración se trata, pero estar viajando 32 horas para llegar de La Habana a esta ciudad, más que el “primer récord” de los XXXI Juegos Olímpicos parece una prueba de maratón y resistencia física a quienes aspiramos a reportar el evento deportivo más grande que se organiza cada cuatro años en el mundo.
La línea Avianca pidió las primeras excusas en el propio aeropuerto de La Habana, cuando a la hora de despachar los equipajes el equipo de reporteros cubanos recibió una frase escalofriante: “los que van hacia Río de Janeiro perderán la conexión en Lima, pero nos haremos cargo de ustedes”.
Los más veteranos en estos trajines de cobertura no recordaban algo similar, al menos en los últimos 20 años, mientras los primerizos solo atinaron a agachar la cabeza para que nadie les fuera a culpar por tan mal debut. Al final, la suerte es loca y nos había tocado a todos, no a nadie en particular.
Con cuatro horas de retraso y una merienda forzada y pagada por los responsables, el pájaro de hierro tomó rumbo hacia la capital peruana con la barriga llena de descontentos e irritados, pues otros muchos pasajeros, no solo estos 16 periodistas cubanos, habían perdido sus respectivas conexiones para continuar viaje.
Y lo mejor llegó en el frío y amarillo aeropuerto sudamericano. Un largo pase de lista con cara de “perdónennos, no nos demanden, lo acomodaremos lo mejor que podamos…” nos abrió la senda hacia el Salón VIP, sí, el de los supuestos Very Important Person, aunque ahora lo más importante no eran las personas, sino cómo compensar la tragedia de casi 24 horas sentados en butacones y sillas.
Los jugos de pera y manzanas, las aceitunas rellenas, los panes de moldes y dulces clásicos y locales muy rápido pasaron de ser deliciosos a no quererlos ver ni en pintura en los próximos 15 días. Los camareros no dejaban de asombrarse ante nuestra intranquilidad en un local hecho para 3-4 horas, no para casi un día en que no vimos cuando amaneció y cuando volvió a hacerse de noche.
Una ducha caliente apareció y uno a uno, con preferencia lógica para las tres mujeres del grupo, no solo se “quitó la sal de encima”, sino que energizó las ganas de seguir viajando hacia la Ciudad Maravillosa, al tiempo que alivió más de una arruga o dolores en todo el cuerpo por la incomodidad de donde se pudo tirar un pestañazo.
Una visita inesperada, pero necesaria y estimulante, tuvimos alrededor del mediodía, el embajador de Cuba en Perú, Sergio González, quien se animó a comprobar con sus propios ojos que la odisea de un viaje como ese era tan desafiante como ganar cualquier medalla en los próximos Juegos Olímpicos.
Por fin, la salida del local llegó. Para ello la línea Avianca envió otra vez la cara más cortés que tenían en turno para darnos la disculpa postrera y desearnos cuatro horas felices en nuestros futuros asientos, todos ubicados en la cola del avión, pues al ser boletos cambiados, no quedaban más opciones que viajar pegados al baño y a las aeromozas.
Quizás a Marcelino, Ricardo, Dayán, Eyleen, Raiko, Moreno, José Luis, Oscar, Alfonso, Lissete, Coto, Héctor, Ivia, Roberto y Carlos no se le olviden jamás los cuentos repetidos hasta el cansancio por los más humoristas del grupo, aunque al final podrán contarles a sus hijos y familia, como algo más gracioso, el día en que un Río necesitó 32 horas para bañar con su música olímpica a 16 desafiantes cubanos.
Joel Garcia, enviado especial de Trabajadores