Ante la urgencia, un periodista sabe superar el trance: escribe casi por instinto. Ahora podría decir: ha muerto Luis Úbeda Garrido, querido compañero de la redacción de Juventud Rebelde. Y parece que con unos pocos lugares comunes más, cumplo con el encargo. Pero, no puedo. Úbeda no merece el esquema profesional que él mismo aprendió a usar tras su juvenil inicio como aprendiz en el diario El Mundo, en 1965.
No merece, no, la fórmula distante. Porque en nuestra experiencia —y hablo en nombre de sus compañeros de JR, y de Mar y Pesca— Luis Úbeda fue una presencia discreta y entrañable a la vez, y cuya ausencia definitiva uno intenta retener con las letras, su lenguaje y el nuestro.
Ha muerto Úbeda, Úbeda el amigo, el humilde colega para quien lo que escribían los demás era siempre superior a lo suyo. Ah, cuán modesto, cuánto limpio, cuán sin recelos era Luis Úbeda. Y cuán recio, cuán macizo era de espíritu como de cuerpo. Murió luego de varios meses encrespado, en guerra contra esa enfermedad que nadie nombra y los periódicos definen como larga y penosa. La vivió conscientemente hasta el final. Cayó solo cuando los últimos hachazos le descuajaron el ánimo, y su fuerza y habilidad de antiguo esgrimista tuvieron que someterse al destino de la carne vencida.
Sufrió sin dejar de ser el Úbeda de cada día: generoso, servicial, trabajador. Con su dolor y su deceso nosotros hemos aprendido también a morir erguidos. Pero no creo que podamos vivir olvidándolo. La muerte viene, se va en su viaje a veces anticipado, y la costumbre de vivir trae nuevas urgencias, nuevas penas, nuevos hallazgos, y también nuevas pérdidas. Y la muerte de los seres amados transitará hacia la conformidad zaherida, picada por el reproche de lo que merecían recibir de nosotros y tardamos tanto en decírselo o demostrárselo.
Él nos diría: Yo comprendo, no tengan pena; sigan viviendo. No, Luis; nuestra pena hoy no admite consuelo. Deja que nuestro lamento te siga, y eche de menos tu figura doblada sobre la computadora, tu sabiduría modesta pidiendo permiso para dar una opinión, en esa actitud tan tuya de no darte importancia, haciendo que ignorabas cuánto te queríamos y valorábamos, porque eras tú, Luis Úbeda, quien se desvivía por querernos, por estimularnos a creer en nosotros mismos. Y por ello, nosotros, desde nuestras letras, no podemos evitar morir un poco contigo, Úbeda, hermano grande.