Desde que el periodismo cubano dejó de ser un oficio en sí mismo y pasó a ser una profesión con compromiso social han sido constantes los debates, con profundidad y responsabilidad, sobre cómo llevarlo a cabo de una manera más eficiente.
Asuntos como la “necesidad de la superación de nuestros profesionales”, “luchar por un mejor periodismo” y “profundizar y ser más responsables en la labor informativa” han estado constantemente en el centro de los análisis.
Ello no significa que los periodistas estemos poco preparados o tengamos alcances limitados en el desempeño de nuestras misiones.
Esos debates tampoco representan que estimemos que nuestra labor no es buena y que estemos haciendo un periodismo superficial, formalista, el que está en proceso de extinción y que hay que erradicar para siempre.
Los periodistas somos los primeros críticos de nuestra labor, de los menos autocomplacientes entre los sectores profesionales y de los que al señalar la paja en nuestro ojo obviamos a veces las vigas en los ajenos.
El sano ejercicio autocrítico que practicamos no debe dar pie a lecturas equívocas, que atentarían contra la credibilidad de un sistema de prensa que queremos reforzar haciendo cada vez un mejor periodismo.
En el justo balance entre lo que nos anima a exigirnos más y lo positivo que logramos en las circunstancias actuales se pone de manifiesto que queremos superarnos cada vez más pero también que no nos estimamos incapaces ni faltos de preparación.
Si luchamos por un periodismo cada vez más profesional, ético y responsable es porque somos profesionales éticos y responsables que deseamos ser cada vez mejores.
Esa introspección colectiva constante enjuicia primero lo que hacemos, para así estar en mejores condiciones de valorar de forma más constructiva y eficaz lo que hacen los demás.
Ese es el papel del sector de revolucionarios cubanos – intelectuales de lo cotidiano- que somos los periodistas.