Y entre los mambises del bravío Oriente,
sobre un mar de pueblo, resplandece un astro:
ya vemos… ya vemos la cálida frente,
el brazo pujante, la dulce sonrisa de Castro.
[…]
¡Fidel, fidelísimo retoño martiano,
Asombro de América, titán de la hazaña […]!
Así dijo Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, en su conocido poema “Marcha triunfal del Ejército Rebelde”, escrito el 1.º de enero de 1959, al calor de la emoción y la alegría tremendas por el triunfo revolucionario.
Cuando lo escuché por primera vez, me pregunté el porqué de ese rejuego con las palabras “fidelísimo” —grado superlativo del adjetivo fiel— y “Fidel”. Mucho después supe que, justamente, el nombre propio del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, quiere decir “fiel”. Por otra parte, el segundo nombre de nuestro Comandante en Jefe, Alejandro, es palabra de origen griego, y significa “protector, defensor, salvador”.
Si seguimos la búsqueda etimológica hallaremos que en la lejana Galicia, donde tiene sus ancestros nuestro querido Fidel, los castros, del latín castrum, eran —o son, porque abundan sus restos arqueológicos— “poblados fortificados en la Iberia romana”, la “altura donde quedan vestigios de fortificaciones antiguas” o el “sitio donde estaba acampado y fortificado un ejército”. Y eso es, precisamente, lo que significa el apellido de los líderes históricos de nuestra Revolución y eso son ellos para nosotros: nuestra fortaleza.
El asunto resulta una casualidad histórica o lingüística, porque nadie escoge su apelativo. Aunque hay culturas en las que cada persona adopta su nombre al llegar a la mayoría de edad y luego de haber demostrado lo que es y lo que lo distingue como ser humano, entre nosotros, herederos de la llamada civilización occidental por nuestros antecesores españoles, el nombre que lleva cada cual lo seleccionan los padres cuando esa nueva personita es apenas un recién nacido o antes, cuando aún se halla en el vientre materno.
Más casualidad aún —porque hay muchos Fidel, muchos Alejandro y muchos Castro, y no todos reúnen las cualidades a las que nos referimos, aunque lleven esos nombres— recuerdo a otro Castro que fue también una gran fortaleza para nuestro pueblo: me refiero a Reinaldo Castro, el extraordinario machetero que a golpes de mocha llegó a Héroe del Trabajo.
Como puede ver, amigo lector, hay nombres que tienen historia.