Más que partir, hoy se afianza y se queda para siempre Juan Marrero González en la historia del periodismo revolucionario cubano.
Se resiste a abandonarnos Juanito, un símbolo de lealtad, consecuencia y fino oficio, un enlace fecundo entre generaciones de reporteros, articulistas y cronistas; un incansable que entregó su maltrecho corazón, hasta el final, al “oficio más bello del mundo”, según denominara Gabriel García Márquez esta impaciente búsqueda de la verdad y la justicia.
Juan Marrero es el referente por excelencia de aquella era fundacional del periodismo con las botas puestas, después del primero de Enero de 1959. Pertenece a esa estirpe que alineó las preguntas ancilares del qué, el quién, el dónde el cómo y el por qué desde el pulso ardoroso de un pueblo que por primera vez accedió al timón de la Historia.
Fundador de Prensa Latina en 1959 y de Granma en 1965, Marrero siempre vivió “apremiado por el cierre”, como tituló uno de sus libros medulares. Nada le fue ajeno, al punto de ocupar diversas responsabilidades editoriales en Granma, hasta la jefatura de la página internacional, una suerte de escuela cuya cátedra suprema eran sus propios artículos y comentarios, sus coberturas internacionales por más de 50 países.
Hurgué por estos días sobre su impronta con varios compañeros de oficio por muchos años, figuras relevantes del periodismo cubano. Y las respuestas coincidían en admiración y cariño. Cito: Marrero fue un periodista muy integral y productivo. Exigente y riguroso hasta la perfección consigo mismo, y así lo fue como editor y jefe, un tipo de jefe que tanto necesitamos en nuestras redacciones: implacable con la mediocridad y la ligereza. No toleraba las pifias. Muy seguro y versátil. Muy sereno. Y a la vez muy abierto, con criterio propio. Un caballero, y al propio tiempo muy divertido.
Vicepresidente de la Unión de Periodistas de Cuba por varios períodos, fue desde 1993 presidente de la Comisión de Ética Nacional de la organización. Solo su altura moral, prestigio y autoridad, le permitieron asumir esa responsabilidad tan delicada con suma valentía, defendiendo siempre la verdad y la justicia en más de un proceso sumamente complicado.
Incansable, ya jubilado no fue a dormirse sobre su larga vida de batallas, ni a acomodarse. Con el mismo entusiasmo de su juventud en Prensa Latina, asumió la misión periodística de reportar desde las interioridades de la organización para el sitio Cubaperiodistas, y desgranar de su fecunda carrera profesional más de un testimonio, hasta el último aliento.
Y Marrero pudo hacer tanto en su vida, y tan bien, porque, sobre todo, cumplía el apotegma de Ryzard Kapucinsky de que para ser buen periodista hay que ser, primero, un buen ser humano. Noble y justiciero, auténtico y sin poses ni vedetismos, modesto hasta el tuétano llevando tanta grandeza humana y profesional con discreción. Marrero era lo que algunos olvidan y desdibujan con las urgencias de la vida: una bella persona. Un hombre decente, para sus seres más queridos, sus amigos y compañeros. Para su Cuba.
Juanito, no te dejaremos partir. Dondequiera que estés, iluminarás nuestros sanos forcejeos por alcanzar el periodismo pleno y honroso que merecen estos tiempos, con esa bondad y esa decencia.