Estamos ante un virus letal y no nos hemos dado cuenta. Pero lo peor es que no existe campaña de saneamiento diseñada para detener la epidemia y es lo que más preocupa.De manera que queda declarada la “fase de alerta” para la población mundial por el grado de enfermedad que se avecina.
Los primeros síntomas para saber que estamos contagiados son: resequez en la boca por una ansiedad desmedida; calambre en los pulgares de las manos por movimiento incontrolable, cual si se tratase del “síndrome del pianista sin piano” que solo utiliza esos dos dedos. Candelilla en los ojos y un raro resplandor en la cara, sobre todo en las noches oscuras, que puede llegar a ser confundido, el enfermo, con un extraterrestre.
Otras señales son el aislamiento total, falta de concentración y de interés por todo lo que nos circunda y un indicio definitorio: ante cualquier acto público te hace creer que eres el fotorreportero más importante del mundo, el camarógrafo más experimentado que cualquiera de los que tienen la difícil y peligrosa tarea de hacer la noticia desde los escenarios de la guerra.
¡Ah, algo muy importante! No te mata… ¡pero te deja una bobería que resulta incurable! A diferencia de los agentes infecciosos que, en biología, son microscópicos y acelulares, aquí son celulares y mientras más grandes ¡mejor!, porque mayor puede resultar el síndrome de la especulación. Conocido, también, el virus como “móvil”, te paraliza de una manera terrible.
La fiebre que aporta esta “toxina” resulta es indetenible. Y lo peor de todo es que el más amenazado por estos “agentes portadores externos”, es el personal de la prensa; se cuelan, a como sea, y tiran al piso no solo tu trabajo sino a ti, también, si te descuidas, como me sucedió, hace unas semanas, en un evento cultural. Una señora que pretendía cambiar el ángulo de “su película”, se enredó con el lente de mi cámara y casi me riega como juego de yaquis.
Muchos profesionales del medio hemos perdido lo que, en periodismo, se llama “la foto de mi vida”, dado que, en el momento exacto del encuadre exacto, con la luz exacta y el protagonismo exacto de la instantánea, aparece un cabezón, con su celular, queriendo hacer “la foto de su vida.”
“Y pregunto, ¿Qué habría sido de Korda en el momento que tiró la emblemática foto sobre el Che si la multitud hubiese contado con celulares? La histórica imagen, de seguro, habría quedado sepultada bajo un mar de manos levantadas y esos mínimos flashazos.
Digo que hoy salir a hacer nuestro trabajo es todo un reto, una lucha encarnizada y no, precisamente, contra molinos de viento, sino frente a esas sanguijuelas tecnológicas que no solo están desangrando nuestra fotografía profesional, sino algo más importante: la armonía de la familia, cuando un simple programa de transferencia visual como el IMO parece convertirnos en la bruja de Blancanieves, bajo el síndrome de la petulancia, preguntándonos constantemente: “Dime espejito mágico, ¿hay alguien en el mundo más lindo que yo?”
Por José Aurelio Paz / Cubaperiodistas