En la mañana del jueves 7 de octubre de 1897 los carceleros de la “Real Casa de Recogidas San Juan Nepomuceno” de la Habana, descubrieron que la cubanita Evangelina Cossío Cisneros había escapado del penal.
Evangelina había sido condenada a veinte años de cárcel en la prisión militar de Ceuta, situada al norte de África, por haber participado en una rebelión de cubanos confinados en la Isla de Pinos.
La revuelta comenzó en la casa donde vivía la joven con su hermana Carmen y su padre José Agustín, un oficial mambí de la Guerra de los Diez Años condenado al destierro por sus luchas independentistas. La noche del 26 de julio de 1896, el Jefe militar de la isla, coronel José Bérriz, aprovechó que había ordenado internar al padre de Evangelina en la prisión, para forzar la puerta y tratar de seducirla. A los gritos de ella acudieron los vecinos, que eran también desterrados, y apresaron al oficial. A los cubanos les pareció que la ocasión era favorable para intentar asaltar el cuartel, apoderarse de su armamento, ocupar alguna embarcación que los llevase al sur de La Habana y unirse a las fuerzas de Maceo que guerreaban en esta zona. Y lo hicieron. Unos 250 hombres armados con machetes y dos o tres revólveres se lanzaron a la calle gritando ¡Viva Cuba libre! y atacaron el cuartel, hubo tiroteos y quedaron tres muertos en el campo.
Las tropas españolas bien armadas dominaron la situación y la sedición fracasó. Los rebeldes fueron capturados y entre ellos Evangelina quien fue remitida a la Casa de las Recogidas de La Habana. Allí paso más de un año incomunicada antes de que le celebraran el juicio y la condenaran.
La noche del miércoles 6 de octubre de 1897, cuando faltaban sólo dos días para que Evangelina fuera trasladada a Ceuta, tres hombres caminaban a hurtadillas por el tejado de una casa deshabitada situada frente a la cárcel. Con mucho cuidado para no ser descubiertos, tendieron una escalera de mano sobre la estrecha calle hasta la azotea del edificio principal de la prisión que tenía la misma altura. Luego de fijar sus extremos, la escalera quedó convertida en un puente por donde los hombres pasaron de un edificio al otro y llegaron hasta la ventana enrejada de la celda de Evangelina. Ella estaba esperándolos. El más fuerte de ellos sacó una sierra de mano y alumbrado por los fósforos que encendían sus compañeros fue cortando uno de los barrotes de la reja. Luego curvaron el barrote lo suficiente para que la pequeña criolla pudiera pasar. Ya libre, todos salieron rápidamente de Las Recogidas por el improvisado puente colgante hasta la casa vecina, bajaron a la calle y desaparecieron por la ciudad, muy a tiempo porque se acercaba el amanecer.
Cuando al Capitán General Valeriano Weyler, le informaron de la fuga de Evangelina se encolerizó y ordenó la captura inmediata de ella y de todos los que la ayudaron. La policía hizo todo lo posible por identificarlos y encontrarlos, registraron casas, detuvieron a quien se le hizo sospechoso, interrogaron a carceleros y reclusas y solo pudieron averiguar que la cubanita se había quejado de un fuerte dolor de muelas y el medico del penal le dio un poco de láudano para aliviarla. Con este sedante, la noche de la fuga, hizo café y lo repartió entre las reclusas y al custodio del piso de su celda, adormeciéndolos, lo que permitió que sus amigos cortaran el barrote sin ser oídos y escapara. En la azotea solo hallaron una sierra pequeña, una escalera y un montón de fósforos apagados.
Evangelina, después de escapar de Las Recogidas, la escondieron en la casa de un patriota en el centro de La Habana y el sábado 9 por la tarde, ella salió vestida con un traje azul de hombre, un gran sombrero de plato bajo el cual escondió su abundante cabellera y un enorme tabaco en la boca. Fue caminando por la calle Obispo hasta el muelle de La Machina, custodiada por sus amigos que la seguían a distancia. Embarcó en el vapor Seneca, presentando al inspector de policía del puerto un pasaporte falsificado a nombre de Juan Solá. El funcionario no miró el documento sino a un americano corpulento que lo estaba observando desde el muelle. Ambos se sonrieron. Pocas horas después el barco partió rumbo a Nueva York.
La historia de esta evasión, la más famosa de finales del siglo XIX y la que despertó en todo el mundo una gran simpatía por la causa cubana, y de los hombres que la realizaron comenzó a principios de agosto de 1897.
George Eugene Bryson, corresponsal en La Habana del Journal, el diario más sensacionalista y de mayor tirada de Nueva York, estaba entrevistando a una mujer norteamericana que guardaba prisión en Las Recogidas. Mientras conversaban, el periodista vio entre las reclusas a una hermosa jovencita fregando el piso y supo que, la habían condenado a 20 años de prisión en África por haberse negado a tener amoríos con el jefe militar de la Isla de Pinos. El periodista se interesó por su caso, hablo con ella y redactó una crónica que envió al director del diario.
El director del Journal, William Randolph Hearst, aprovechaba cualquier oportunidad para desacreditar a España y promover la guerra con los Estados Unido, publicó la información el 20 de agosto de 1897 y la ilustró con un grabado que mostraba escenas del horroroso cautiverio de Evangelina a la que llamó la Juana de Arco de América.
La información publicada por el Journal indignó al público norteamericano. Miles de mujeres, incluyendo la madre del presidente William McKinley, el Papa y numerosas personalidades mundiales solicitaron a la Reina María Cristina la libertad de Evangelina. A pesar de los deseos de Su Majestad de complacer estos reclamos, Weyler no cedió, al contrario, apoyado por los políticos españoles defendió y ratificó la condena, recrudeció la censura de prensa y expulsó a Bryson de la Isla.
Hearst decidió entonces rescatar a la cubanita. Nombró a Karl Decker que tenía una bien ganada fama de aventurero y astuto, había estado en las filas mambisas reportando la guerra, conocía bien La Habana y chapurreaba el español. Hearts le dio dinero y facultades de actuar como más le conviniera para rescatar a Evangelina de la cárcel y llevarla sana y salva a Nueva York. El nuevo corresponsal del Journal llegó a La Habana el 28 de agosto de 1897 y al día siguiente estaba dándole vueltas a la cárcel de Las Recogidas y sus alrededores. Alquiló una casa situada en la calle O’Farrill, frente a las Recogidas y animó a dos antiguos amigos, el cubano Miguel Hernandón y el irlandés Tom Mallory para que lo ayudaran en el rescate. Y también al banquero cubano Carlos F. Carbonell, muy ligado a la legación norteamericana, que se encargaría de esconder a Evangelina en su casa hasta que pudiera salir de Cuba.
Desde el vienes primero de octubre Decker, Hernandon y Mallory, hicieron su centro de operaciones en la casa de la calle O’Farrill, desde donde vigilaban los movimientos de la prisión. Dos días después sobornaron a un carcelero que los dejó comunicarse con Evangelina y en una ferretería compraron una escalera de mano y una sierra. Estos son los hombres que liberaron a Evangelina la madrugada del jueves 7 de octubre de 1897.
El recibimiento de Evangelina en Nueva York fue deslumbrante, después de recibirla en el puerto la alojaron en el lujoso hotel Walfdorf Astoria, que fue inaugurado en aquellos días. Le dieron un recibimiento oficial en el que participaron también Estrada Palma y los demás miembros del Partido Revolucionario Cubano y la siguiente noche recibió el saludo popular de los neoyorquinos en el Madison Square Garden con bandas de música y un hermoso espectáculo de fuegos artificiales. Días después, en Washington, fue recibida por el Presidente McKinley. Los homenajes y las muestras de simpatía eran frecuentes y los diarios dedicaban grandes espacios a Evangelina y su lucha por la independencia de Cuba.
La extraña explosión del acorazado “Maine” en la bahía de La Habana, opacó las actividades que le venían celebrando de Evangelina venían publicando en los diarios y en pocos días ella dejó de ser noticia. Hearts dedicó todos sus esfuerzos en demostrar la culpabilidad de España e influir en la opinión pública norteamericano para que el gobierno declarara la guerra.
En junio de 1898, Evangelina se casó en la ciudad de Baltimore con Carlos Carbonell quien la había escondido en su residencia después de la fuga. Años después se establecen en La Habana y queda viuda en 1916. Dos años después contrajo de nuevo matrimonio con el abogado Miguel Romero. Evangelina Cossio Cisneros murió en La Habana el 29 de abril de 1970 ostentando el grado de Capitana del Ejercito mambi.
Fuentes:
- Evangelina Cisneros y Karl Decker, The Story of Evangelina Cisneros Told by Herself, Her Rescue by Karl Decker. Continental Publishing Co., New York, 1898
- George Clarke Musgrave, Under Three Flags in Cuba. Little, Brown, and Company, Boston: 1899
- Diarios del New York Jornal
UNAS PALABRAS E IMAGENES EN MEMORIA DEL AMIGO Y COMPAÑERO JUAN MARRERO
Cuando terminé de escribir esta sección de Momentos del fotorreportaje supe que mi gran amigo Juan Marrero González, verdadero profesional, maestro e historiador del periodismo cubano había muerto.
Tuve el orgullo de trabajar con él durante 55 años en los diarios Combate, Hoy, Granma y últimamente en este sitio de Cubaperiodista. Él fue quien me animó a escribir este anecdotario de la fotografía de prensa cubana, no sólo para ver las imágenes de sucesos importantes y conocer su historia, sino también a quienes las atraparon con su talento y a veces también con riesgo.
Esta iniciativa de Marrero, entre otras muchas que ha tenido para preservar la historia del periodismo cubano, ha hecho posible conocer muchos relatos que con el tiempo se hubieran olvidado.
Este lunes 29 en el teatro de la Casa de la Prensa su esposa Angelita Oramas, sus hijos y nietos, Moltó y los miembros de la presidencia de la UPEC, sus compañeros de oficio, alumnos y amigos le rendimos un homenaje póstumo. Mientras apretaba el obturador de la cámara para testimoniar esa muestra espontánea de cariño y respeto al compañero que no veremos más, recordé esta frase de Marti: “ La muerte no es cierta cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”
Jorge Oller Oller