Las imágenes de padres con sus hijos pasan por mi mente, como en cámara lenta. Los veo sonreír, observarlos en la cuna, acariciarles, jugar pelota o tomarlos de la mano en un parque.
Ahora mismo, quizás usted recuerde momentos junto a ese hombre sonriente o serio, que lo abraza siempre con la pasión de quien siente sus triunfos y tropiezos como propios, y desea acompañarlo en cada reto.
En ocasiones, responsabilidades profesionales y otras circunstancias los llevan lejos, pero muchos reducen los kilómetros mediante teléfonos, correos electrónicos, cartas, visitas y el cariño que inunda cada acción y palabra oral o escrita.
Otros se distancian, incluso desde la cercanía, y, pasado algún tiempo, casi siempre desean volver y fundirse a sus vástagos en un abrazo, porque “la sangre llama”, dicen algunos, o porque nunca es tarde para demostrar amor a quienes nacieron de sus esencias.
Recuerdo a Javier, joven padre, quien esperaba a su pequeño afuera del salón de partos del hospital Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, con una mezcla de felicidad e impaciencia. Cuando escuchó el llanto del bebé, sus ojos se humedecieron.
A mi mente, viene Misael, lleno de nervios cuando su hija presentó la tesis de licenciatura, y Jorge, quien mostraba a todos el título que acreditaba como graduada universitaria a su princesita.
A quienes todavía no lo somos, el deseo de ser un buen padre suele acompañarnos a todas partes, para convertirnos en amigos de esos pequeños que algún día tendremos, ser sus confidentes y cómplices en cada asombro y juego.
Aprovechemos este domingo 19 de junio para decirles felicidades a esos seres grandes, serios o risueños, y demostrarles cuán importantes son para nosotros. Un abrazo fuerte y sincero sería uno de los mejores regalos. Seguramente, ellos lo agradecerán.
Yasel Toledo Garnache / Agencia Cubana de Noticias