La masacre en el club gay Pulse, de Orlando, con su cauda de homofobia y terrorismo, acaso vinculado en alguna forma al autodenominado Estado Islámico, continuará ocupando durante semanas los espacios estelares de los grandes oligopolios mediáticos. La exprimirán mientras aumenten el rating y el tiraje, aprovechando el luto de los familiares y la solidaridad de la población estadunidense y del mundo. A la vez, continuarán escondiendo a la sociedad de la ganancia y el egoísmo, única alternativa que ofrecen, como la principal causante de la tragedia.
Desde el lado del pensamiento crítico hemos leído valiosos análisis de la masacre en sí en La Jornada, Telesur, Cubadebate, RT y Rebelión. Por solo citar algunos de los más importantes en castellano.
Mientras, siguen ocurriendo diariamente muertes por armas de fuego y otros medios bélicos en Estados Unidos y, no se diga en Medio Oriente y África, donde cientos de vidas segadas no pasan de ser una estadística cotidiana sin nombre y sin rostro que no merecerá más que una nota, apenas perceptible por rutinaria, aunque aparezca en prime time.
Como las de Orlando, esas y también decenas de miles de muertes por hambre o enfermedades prevenibles o curables, en ocasiones causadas no solo por la pobreza endémica sino por el calor y la sequía originados en el cambio climático, se deben exclusivamente a la naturaleza explotadora, antidemocrática, violenta, de saqueo, depredación ecológica, racista, sexista, xenofóbica y guerrerista inherente al capitalismo.
Estados Unidos y su complejo financiero-industrial-militar-mediático son los más grandes adalides de ese horrendo sistema de exclusión, empobrecimiento y exterminio, aunque muchos no se den cuenta todavía.
Precisamente, el que ese Estado se atribuya la misión divina de llevar e imponer, cuando y donde lo crea necesario, sus “valores universales” y su democracia, a qué doloroso costo para tantas naciones, no es más que un cuento de hadas que su hegemonía cultural ha hecho creer a millones para justificar su intervencionismo.
Por eso, América Latina y el Caribe deben permanecer vigilantes, pues aunque Washington no ha realizado ninguna intervención militar directa en ella desde la ilegal y mortífera invasión a Panamá, en 1989, sí aplica la llamada guerra de cuarta generación a los gobiernos que no son de su agrado, la que en otras latitudes ha ocasionado verdaderas carnicerías. O supuestos programas contra el narco, como la Iniciativa Mérida y el Plan Colombia, a un cuantioso costo ya en vidas humanas.
Existen cada vez más evidencias del involucramiento imperialista en los planes desestabilizadores, contra los principales gobiernos revolucionarios, progresistas y populares de nuestra América, a partir de la llegada de Hugo Chávez al gobierno en 1998, a la vez que un aumento de su presencia militar. Otro tanto debe decirse de los frecuentes asesinatos, represión y prisión política con cargos inventados, de que son objeto los movimientos y líderes populares. Ello llevó a la ejemplar mártir indígena hondureña Bertha Cáceres a atribuir por adelantado la culpabilidad por su probable asesinato a la hoy candidata presidencial Hillary Clinton, considerando su enorme responsabilidad en la consolidación del golpe de Estado contra el presidente Zelaya.
Justamente por eso, hay que divulgar a los cuatro vientos y defender sin tregua, la gran conquista civilizatoria de nuestra región al aprobar la Proclama de América Latina y el Caribe como zona de Paz , con la firma estampada en La Habana por los jefes de Estado y Gobierno de la CELAC.
Junto a la movilización de nuestros pueblos, esa proclama es el mejor escudo que podemos esgrimir frente a la agresiva conducta del imperialismo y las oligarquías, concentrada en este momento contra los gobiernos de Venezuela y Brasil.
En la Asamblea General de la OEA celebrada en República Dominicana, comprobamos que la miserable conducta antivenezolana del secretario general Almagro se vio reflejada el discurso del secretario de Estado John Kerry, pese a la posterior voltereta de este al reunirse con la canciller venezolana Delcy Rodríguez y proclamar que no favorece la aplicación de la Carta Democrática Interamericana ni la exclusión de Caracas de la organización.
La propuesta de iniciar un nuevo canal de diálogo hecha por Washington y aceptada por Caracas se debe en gran medida a la heroica resistencia del chavismo. Hay mucho por decir de Brasil, queda en el tintero.
(Tomado de La Jornada)