No bastan los bombardeos con insignia militar, eso lo sabemos por historia y carácter de las recientes invasiones “humanitarias” en Medio Oriente. Primero vienen los medios, toman la foto y los testimonios, sean éstos inventados o de facto, y luego se termina de armar el relato que acompaña la noticia.
Los corresponsales son los primeros en la línea de batalla, cuyo ejército propagandístico suele estar contratado por la élite global que posee los medios. Son los encargados de generar un impacto aturdidor similar a las técnicas de propaganda que pregonaba Goebbels con respecto a las noticias emitidas.
La cartelización de las matrices informativas son la razón de ser de las agencias transnacionales de noticias. La primera se fundaría en 1825, en Francia, lo que luego se convertiría en la Agence France-Presse (AFP). De ahí en adelante los alemanes e ingleses iniciaron las suyas y comprendieron la razón mercantil del control de la información, por lo que conformaron un triunvirato monopólico de la noticia en todo el hemisferio occidental. Los Estados Unidos no perderían el paso con la creación de Associated Press (AP), y con la hegemonía cosechada luego de la Segunda Guerra Mundial las agencias internacionales se convirtieron en ejes fundamentales para entender el mundo desde el flujo de la información a través de sus corresponsales. La misma lógica mercantil de la noticia la usa la cadena CNN, del neoconservador Ted Turner.
He allí la importancia de echarle un ojo a ese corretaje humano de infomercenarios que se ganan la vida y aprovechan el “ascenso profesional” en detrimento de países bajo asedio. Como cereza encima de la torta, cada vez que un país está en asedio como Venezuela en estos momentos, los conglomerados mediáticos amasan grandes fortunas mediante la reproducción y sobreexposición de los conflictos impuestos: es un complejo actuando.
Extranjeros en una tierra extraña
Del ingenio que carecen los periodistas que se hacen llamar venezolanos, los enviados por AP, Reuters, AFP y CNN se animan a echar el cuento de la “crisis humanitaria” con varias herramientas, como las que ofrecen las redes sociales.
Alexandra Ulmer, la corresponsal por Reuters de Gran Bretaña, se centra en hablar cotidianamente de la bota militar, y de ensuciar la imagen del Ejército venezolano en una clara línea ofensiva de propaganda antimilitar y antipolicial. Desde su cuenta de Twitter promociona todo cuanto tenga como título algún melodrama que pretenda herir por los costados desinformativos la confianza entre la población venezolana y los cuerpos de seguridad del Estado, en especial la FANB, o para instalar como cintilla de la agencia con relación a Venezuela que aquí los supermercados, o son saqueados o sencillamente se encuentran desabastecidos porque el presidente Maduro bachaquea personalmente desde Miraflores.
Uno de los dones más controversiales y mágicos de todo corresponsal que se precie es el de la ubicuidad, es decir, el de aparecer en varios escenarios al mismo tiempo. Como por arte de magia. En cada guarimba caraqueña aparece Juan Barreto, no el ex alcalde, por supuesto, sino el fotógrafo de AFP, quien está en los momentos exactos de la violencia “ciudadana” como un periodista embedded (incrustado). Con la cámara apuntando entre el humo y la furia guarimbera, ha estado haciendo desde hace un tiempo la misma tarea que le encomendó The New Yorker(sobrino de The New York Times) a Jon Lee Anderson con los “rebeldes” libios: lavarle la cara a los guarimberos y las manos a los responsables de la violencia destituyente. Es un agente testimonial de la información guarimbera, y con el lema que reduce una imagen, que supuestamente dice más que mil palabras.
Además, Barreto no puede ocultar su devoción por Obama. Su cuenta de Twitteres un manojo de retuits del presidente de los Estados Unidos.
No podemos olvidar a Osmary Hernández, corresponsal de CNN para Venezuela, quien sería de entre los operadores de la información que escogimos a reseñar en esta nota, tal vez la más mediocre. Es la típica reportera liberal con la malicia suficiente para reconocer lo que gusta a Ted Turner en la pantalla y en las redes. Toda la esquizofrenia propagandística de la cadena de televisión estadounidense se desata contra Venezuela, y Hernández es sólo el vínculo “venezolano” con el que se nutre para cartelizar cualquier noticia. Un breve repaso por los tuits de Hernández hace notar el nivel de histeria y de mediocridad informativa por el que suele cobrar (seguramente en dólares tudeis), y cuyos reportes se basan en ONGs o declaraciones de Henrique Capriles.
Esta caterva de infomercenarios no podría estar completa sin Hannah Dreier, quizás la más sofisticada de los corresponsales de las agencias transnacionales. Cobra por AP, y cubre sobre todo lo que tiene que ver con la paraeconomía bachaquera y el ataque a la moneda venezolana. Sólo que para Dreier, quien al parecer sabe usar con agilidad una calculadora, la economía del país se basa en el dólar criminal. Al parecer, uno de los sueños húmedos de la corresponsal de AP es la dolarización de Venezuela como lo demuestra su cuenta de Twitter, ya que no cesa de comparar productos que compra en Caracas con los precios internacionales en dólares. Hace la misma payasada que otro periodista venezolano, cuyo análisis de la economía venezolana se basa en el especulativo precio del pollo en brasas. Periodismo para la clase media que sí puede comprar el mentado pollo con selfie incorporada para quejarse después.
Sin embargo, Dreier va más allá de los chistes fáciles y desinformantes de Kejal Vyas de The Wall Street Journal o los reportajes basados en falacias de Nick Casey, el corresponsal de The New York Times. También mete la mano al relato de la violencia criminal (sobre todo “ciudadana”, como el episodio del 2 de junio en la avenida Urdaneta) y el colapso y la “crisis humanitaria” de fondo.
Entonces, ¿qué hacen los corresponsales de las corporaciones de la información en Venezuela? Deslegitiman toda acción del Estado por responder los embates de la guerra impuesta desde adentro e imponen la agenda bajo el criterio ordenado al periodista. Las noticias son deliberadamente descontextualizadas, y son resignificadas para construir el relato que sirva de exportación para la intervención “humanitaria” en nuestro país. Todo por “ascenso social” y el caché del dólar: los corresponsales son la definición profesional de la miseria comunicacional.
Qué lindo es hacer carrera en el periodismo mientras aportan granitos de arena para invadir un país que ni por lejos se siente propio, y que ni siquiera entiende. Pero hasta esto importa poco cuando llenarse las manos de sangre a futuro sirve de oportunidad profesional, tal como en tiempo reciente, la mortandad de Libia y Siria les ha permitido a sus compañeros de oficio galardonarse con una plaquita en el pecho de “empleado del mes” o “del año”, dependiendo de cuántos muertos puedan ser adjudicados a la factura antes de que alguna ONG les robe las fosas comunes. Ese es el horizonte a conquistar por los que operan aquí en Venezuela, quienes se insomnian esperando el día en que las bombas caigan para que las pantallas del mundo tengan sus rostros cubriendo la “noticia” y las portadas de los principales diarios acariciándoles el ego: por ese objetivo “trabajan” todos los días incansablemente.
La guerra contra Venezuela se ha convertido en una jugosa oportunidad laboral para un montón de “periodistas” que buscan fama y éxito profesional mediante la sangre ajena. Y como en toda carrera por cupos limitados, sobre todo en estos casos, la competencia y las zancadillas versan entre quién difama más que el otro y entre quién miente con mayor grado de efectividad. Al final de cuentas, cuando la sangre que tanto aúpan intente aumentar su escalada en medio de este conflicto, mirarán becerreado a la historia para indigestarse con cuantas notificaciones reciban en sus cuentas de Twitter, Facebook e Instagram.
No lo llame periodismo, llámelo mediocracia
Los corresponsales de las transnacionales mediáticas juegan un papel que se ha sofisticado, y que tiene en la del reportero embedded 2.0 el más dinámico y necesario para los fines de propaganda del 1%. Con el uso activo de las redes sociales se crean fragmentos de realidad que, juntas como un rompecabezas, determinan un paisaje del país, y no es el más fiel con respecto a la realidad misma. Lo que dice y deja de decir un corresponsal en plena faena es propio de la voluntad de quien financia al infomercenario que funge de corresponsal.
Invisibilizan la guerra y ridiculizan el panorama, dándole terreno incluso a la parapolítica y a la paraeconomía existentes para que cartelice la narrativa de la intervención internacional, como si tal cosa pareciese necesaria.
Lo que por mucho tiempo se le tildó de servicio público, el periodismo ha pasado a ser una pancarta uniforme en el que se dice lo que desea la mediocracia. Los corresponsales sólo son un eslabón más del entramado mediático que trata de imponer una visión CNN del mundo, con todo y posteriores bombas, pero por ello no son menos importantes: son los encargados de consolidar la narrativa de exportación con que el resto de medios corporativos repiten lo encargado por el globofascismo. Están en sus manos la administración sofisticada de la labor infomercenaria.
Actúan orquestadamente, como un comando, cuyo despliegue no permite que se pisen la manguera entre ellos, y que los une las líneas financieras de los que buscan la intervención en Venezuela. Los corresponsales son los agentes que le ponen picante desde adentro al imaginario del asedio en contra del país. El valor que tienen se debe a la exagerada dependencia de la mediática privada local, cuyas mediocres salas de redacción deben llenar a punta de lo expuesto como noticia por estos infomercenarios. Con ello logran unificar las agresiones mediáticas que constituyan un desenlace, al que aspiran: el fin del chavismo.
Tomado de Moncada