La frase que sirve de título a esta reflexión ha sido acuñada por el imaginario popular, como una forma de definir la actitud de sacudirnos de algo que no nos conviene o no queremos. “Dar curvas”, “pasar la bola” o “pelotear” son otras similares, que en el argot de la comunicación diaria nada tienen que ver con el béisbol y sí con la manía de redirigir hacia alguien más lo que pudiera perjudicarnos o reportarnos alguna preocupación extra.
A mi modo de ver, es este otro de los vicios que ha proliferado en la sociedad cubana y que entorpece de forma considerable el de¬sarrollo óptimo de los procesos que en su seno tienen lugar. ¿Por qué demorar una respuesta, un trámite, una explicación que pudieran resolverse en apenas cinco minutos? La razón es simple, se trata de salvar responsabilidades.
Es una actitud que parte de un exagerado instinto de conservación, basado en el pensamiento de que “si sucede algo, no quiero ser yo quien cargue con la culpa”.
Es innegable que en todas las instituciones sociales existen escalones y estructuras que no deben violarse y por medio de los cuales se da curso al objeto social de todo centro. Sin embargo, en no pocas ocasiones esa organización se vuelve laberíntica, al punto de que quien penetra entre sus callejones, decide rendirse y volver atrás porque no encuentra el hilo mágico que pueda mostrarle la salida.
La propia profesión periodística permite relatar infinitos ejemplos. Llegas a una entidad, preguntas por el director para obtener una información determinada, y la secretaria, preparada de antemano ya te ofrece una respuesta: “Yo creo que para darte ese dato él debe llamar a la dirección provincial y seguro el director provincial debe pedirle permiso al de la nación a ver si este a su vez, manda la carta que lo autoriza a responder”.
Si a pesar del desalentador camino decides esperar y hablar con el directivo, puedes encontrarte dos opciones, te dice que no está autorizado a responder o te sugiere que hables con alguno de sus subordinados más cercanos que “tiene la información más completa”.
Entonces, todo comienza de nuevo.
Qué decir de las personas que se dirigen a un lugar determinado para plantear una queja. Llegan a las 7 de la mañana esperando hablar con el responsable del problema, si logran verlo, este les dice: “¿Ya vio al funcionario de atención a la población?, debe pasar por allí primero para que él después tramite la queja y de ser necesario, entonces, yo lo atenderé”.
Sin negar el sinnúmero de responsabilidades que tienen nuestros directivos, sería tan complejo dedicar cinco minutos a alguien que tal vez tuvo que pasar varias vicisitudes para llegar a una sede municipal en busca de respuestas.
Por teléfono la cosa es aun peor. Llamamos a un lugar para aclarar una simple duda y ahí comienza el caos. Al otro lado de la línea alguien te dice: “Espérate, que esa respuesta te la tiene que dar ‘fulano’, te voy a conectar con su oficina”, entonces otra voz contesta sin titubeos: “No sé para qué te comunicaron conmigo si quien sabe de eso es ‘mengano’, te comunico con él”.
Y así comienza el cuento de nunca acabar y la verdadera respuesta flota en el aire.
No podemos decir que estas sean actitudes generalizadas, porque existen muy buenos ejemplos de personas que asumen la responsabilidad que les toca en el momento justo, sin andarse con rodeos. No obstante, los ya citados son más comunes de lo que quisiéramos, y distan de los objetivos que persigue hoy nuestro sistema social.
En el presente cubano no podemos admitir que los problemas acuciantes de un territorio, comunidad o incluso de una familia, sean tratados como las “papas calientes” que todo el mundo quiere soltar. Los momentos que vivimos no permiten tales modos de actuar, por ello, la auto preparación para desempeñar las tareas y el conocimiento pleno de lo que nos toca hacer, deben convertirse en prioridad.
Así nos lo pidió Raúl: “Dediquémonos, con modestia y sin fanfarria, cada cual en el puesto que le corresponde, al cumplimiento diario y estricto del deber”.
Por Leidys María Labrador Herrera/ Periódico Invasor