La edición inaugural del foro “Cultura y Nación: El misterio de Cuba”, un nuevo espacio de debate y discusión auspiciado por la Sociedad Cultural José Martí, reunió en el quinto día de mayo a relevantes intelectuales cubanos para intercambiar sobre nuestra historia, la educación, la comunicación y la información y los múltiples retos del presente, entre otros temas.
A continuación, reproducimos las notas que para ese encuentro preparara el destacado intelectual cubano Abel Prieto Jiménez.
-Quiero de inicio felicitar a la Sociedad Cultural José Martí por inaugurar un nuevo espacio de pensamiento y discusión. Sería esencial que lograran organizarlo de modo sistemático y que pudieran atraer a muchos jóvenes y a todos los sectores de la población cubana que ha encontrado en la Sociedad fundada por el compañero Hart un camino para canalizar su vocación de entrega y sus inquietudes en el campo de las ideas.
Si hay un momento en que estamos obligados a promover el intercambio en torno a la guerra cultural y simbólica, el análisis colectivo, el diálogo, es este. El tipo de desafío que tenemos por delante, no admite respuestas simplificadas ni puramente emocionales. “El peor error de un revolucionario”, decía Fidel, “es no pensar”.
Hay que ejercitarse en pensar, en argumentar, en razonar; en ver la realidad en su devenir y en toda su complejidad, más allá de las coyunturas. Uno de los problemas más evidentes que se advierten hoy es que muchas veces nos quedamos retenidos, embrollados, en la coyuntura, en lo inmediato, y “los árboles nos impiden ver el bosque”, aquel refrán que Hart repetía tan a menudo cuando nos vimos envueltos en los 80 en discusiones menores y se nos escapaba el significado excepcional, trascendente, de contar con una fuerza cultural impresionante.
-Para mí es una alegría compartir la apertura de este ciclo con el historiador Ernesto Limia, autor de dos libros excelentes que nos hablan muy sagazmente de ese “misterio de Cuba” (Cuba entre tres imperios. Perla, llave y antemural y Cuba libre: la utopía secuestrada). Tuve el privilegio de acompañarlo a Bayamo, su tierra natal, y de hacer allí varias presentaciones de Cuba libre… que se convirtieron de hecho en debates sobre la enseñanza de la historia, sobre la importancia de mantenerla como memoria viva de las generaciones más jóvenes, algo que hoy tiene que convertirse en una misión de la mayor importancia.
-Se nos invita desde el exterior a no quedarnos paralizados en el pasado y a mirar el futuro, precisamente cuando más necesidad tenemos de nutrirnos de nuestra historia, justamente para ver claro el camino hacia el futuro.
-Como dice Graziella Pogolotti, “Mal contada, como simple sucesión de datos, la historia induce al aburrimiento y al rechazo. Explorar sus intersticios puede ser cautivante, sobre todo cuando se percibe la multitud de factores que intervienen en ella, entre tantos otros el humano, único animal capaz de recordar y narrar” (En busca del unicornio, “La fascinante aventura de la historia”).
-Aquí Graziella nos sigue dando lecciones sobre cómo enfrentar los retos culturales del presente: contar bien la historia, evitar presentarla como un tedioso rosario de hechos, verla en todas sus dimensiones y llegar hasta la intimidad de sus protagonistas. Las principales virtudes de los libros de Limia radican precisamente en su traslado incesante desde la visión geopolítica y social hasta las conductas humanas, como decía Graziella, y en su capacidad para cautivar al lector.
-Si siempre ha sido un problema para estudiosos y pedagogos que la historia pueda resultar fastidiosa, ahora es un problema muchísimo más grave, en medio de un mundo donde la diversión, el placer, la fragmentación, la amnesia, el culto al instante, se han convertido en pilares de la industria cultural hegemónica.
-Recuerdo varias controversias sobre cómo hacer más atractiva la enseñanza de la historia, en la Unión de Historiadores, en textos de profesores e investigadores, y recuerdo en particular un diálogo de Fidel en una reunión con jóvenes, en un Congreso de la FEU, en que él lanzó la idea de hacer una especie de concurso para textos históricos resumidos y amenos, que sirvieran para aproximar a la gente joven a la materia. Creo que un primer volumen de historia universal, escrito por Torres-Cuevas y otros compañeros, fue fruto de esa proposición.
-Muy tempranamente, en 1966, a Moreno Fraginals le inquietaba el tema. En un texto aparecido en Casa de las Américas dijo que los estudiantes rechazaban acercarse a investigaciones de corte académico y preferían “como lecturas —no como disciplinas— la historia apasionada, alucinante, que se revela detrás de la tortura, la gangrena, la favela, o la recia explicación de una clase social que ofrece El cimarrón o Memorias de una cubanita que nació con el siglo. El resumen definitivo de este problema está en la respuesta sincera del agudo José Luciano Franco, cuando le preguntaron por qué la historia era tan aburrida: ‘La historia real’ —respondió—, ‘ese apasionante suceder diario, creado, jamás es aburrido. Quienes somos definitivamente aburridos somos los historiadores’.”(“La historia como arma”)
-La historia, tal como dice el título de Moreno Fraginals, es un arma, sin duda, y un arma formidable. Por estos días, por cierto, hojeando el número especial de la revista Cuba Socialista que se lanzó en el Congreso del Partido, volví a leer el vaticinio estremecedor de Fidel del 26 de Julio de 1989: “…tenemos que advertir al imperialismo que no se haga tantas ilusiones (…) porque si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que (…) la URSS se desintegró, (…) ¡aun en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo! (…)//¡Este es el mismo país y es el mismo pueblo de Céspedes y de Martí; (…) de Agramonte y de Máximo Gómez; (…) del Titán de Bronce Antonio y Maceo;(…) de Yara y de Baire; (…) de la Protesta de Baraguá; (…) del Moncada, de Girón y del internacionalismo (…)!”
-Es muy significativo que en un momento tan dramático como aquel, cuando Fidel sabe ya que podemos quedarnos solos, totalmente solos, en un mundo carente de equilibrio alguno, acude a la historia del 68, del 95, a los próceres de las Guerras de Independencia, como un asidero, como una fuente de inspiración para enfrentar un reto descomunal.
-Haber sobrevivido a aquellos años 90, contando con el apoyo de la mayoría del pueblo, es uno de los “milagros”, de los “misterios”, que habría que inscribir con énfasis particular en nuestra epopeya. No olvidemos, por supuesto, que en una reunión de la UNEAC del año 93 Fidel dijo aquello tremendo, “la cultura es lo primero que hay que salvar”. Ahí estaba enlazando, obviamente, cultura y nación.
-Hace unos días, en Santa Clara, en un taller de preparación del Consejo Nacional dedicado al trabajo comunitario, Miguel Barnet propuso que ese evento tomara como lema una frase de Fernando Ortiz: “La cultura es la patria.” Precisamente allí, en Santa Clara, Barnet y yo conocimos a un periodista y realizador holguinero (Juan Gabriel Gordín) que hizo con otros dos jóvenes un documental sobre la enseñanza de la historia de Cuba. En este material los realizadores combinan preguntas a profesores e historiadores, a jóvenes estudiantes de Secundaria y Preuniversitario y a adultos abordados al azar en la calle. Los resultados son inquietantes: por ejemplo, la fecha en que Colón llegó a tierra cubana por primera vez es desconocida por la mayoría de los encuestados, y hay uno que opina que fue en 1868; la pregunta “¿a quién se le conoce como el Titán de Bronce?” despierta respuestas disparatadas; una sobre Flor Crombet (fíjense, cuando ya se había difundido el serial Duaba) queda en el aire y casi caricaturizada. No había en la reacción de los encuestados ningún rastro de eso que los sociólogos llaman algo así como “respuestas de prestigio” (no sé si esos son los términos exactos), es decir, respuestas falsas que tratan de prestigiar al encuestado.
Algunos jóvenes, ante la pregunta de si les interesaba la historia de Cuba, respondían que no, tajantemente, que aquello un tanto extravagante les era totalmente ajeno, con una franqueza total. Ninguno dijo, por ejemplo: “Sí, me interesa, pero me falta tiempo para estudiarla…”
-A la hora de evaluar este documental, hay que tener en cuenta que los realizadores no se propusieron hacer una encuesta con todas las de la ley, con el rigor y las reglas del juego que requieren las encuestas científicas, en las que “la muestra” que responde el cuestionario representa en alguna medida a la población cubana de determinadas edades y sectores. Quisieron llamar la atención sobre un fenómeno a partir de un vistazo inevitablemente parcial y azaroso. A la vez, no podemos culpar a los jóvenes entrevistados de su desinterés y de su ignorancia. Hay que verlos como resultado de nuestra incapacidad.
-En los vacíos que hemos ido dejando al estudiar y divulgar la intensa y apasionante historia de la Revolución, es frecuente encontrar la versión distorsionada de nuestros enemigos. No debe sorprendernos su afán por “embellecer” la República neocolonial, por pintarnos la Habana de los años 50 como una ciudad rebosante de lo que llaman “glamour”, de grandes tiendas por departamentos y edificios muy altos y resplandecientes y hasta de rescatar benévolamente a personajes tan siniestros como Batista. Tratan de engañar a todo el que pueda ser engañado para hacer circular la idea de que la Revolución vino a quebrar una de las naciones más florecientes de América Latina y usan estadísticas groseramente manipuladas. (Asistí a una brillante conferencia sobre este plan que dio el director del Instituto de Historia René Glez Barrios y recomiendo a la directiva de la Sociedad José Martí que lo inviten a venir al espacio que se inaugura hoy. Es un tema al cual hay que volver y buscar modos de enfrentarlo; porque se orienta a llenar de forma distorsionada cualquier vacío que hayamos ido dejando en la investigación, la enseñanza y la divulgación de la historia revolucionaria.)
-Me acuerdo de que hace ya unos cuantos años, en Pinar del Río, causó cierto revuelo una revista adscrita en aquel momento al Obispado. Una de las líneas editoriales de Vitral tenía que ver con la relectura —intencionada y reaccionaria— de la historia de una provincia, mi provincia, especialmente desamparada en la Cuba capitalista. Varios números se referían a algo maravilloso que se había perdido con la Revolución: la unidad de la familia pinareña y de todos los valores asociados a ella. La emigración, la incorporación de la mujer al trabajo, las movilizaciones agrícolas y militares, las misiones internacionalistas, todo eso había destrozado los valores familiares. Yo estaba en la UNEAC en esa época y más de una vez debatimos en la filial de Pinar esa campaña específica. Puse en una de estas discusiones un ejemplo de mi familia y hablé de cómo, cuando murió de tisis, muy joven, mi abuela paterna, su viudo, es decir, mi abuelo, que pasaba por una situación económica difícil, tuvo que repartir a sus hijos entre distintos parientes para que se hicieran cargo de ellos. Eso fue algo que marcó para siempre, muy dramáticamente, a mi padre. De pronto, aquella linda y armónica familia pinareña quedó desperdigada. (Fidel habla en Guerrillero del Tiempo de esos niños huérfanos que las familias acogían en un acto de solidaridad y, sin embargo, no trataban exactamente igual que a sus propios hijos. Con esa sensibilidad especial hacia la injusticia que tuvo desde la infancia, incluso en sus formas más sutiles, Fidel le cuenta a Katiuska que una prima “recogida” no era tratada igual, no fue a la escuela, debía ayudar en algunas tareas de la casa. Leyendo ese pasaje de Guerrillero del Tiempo recordé el episodio que vivieron mi padre y sus hermanos en aquella etapa.) Claro, Vitral no evocaba a las familias pobres, a las familias campesinas, a los niños que dejaban la escuela en 4to grado para irse a trabajar a la vega de tabaco, a los que sobrevivían en los “llega y pon”. La estampa armoniosa, kitsch y mediocre que evoca Vitral es la de la familia burguesa.
-Sin ninguna duda, una de nuestras prioridades tiene que seguir siendo la enseñanza y promoción de la historia, en particular entre las jóvenes generaciones. Sé que en la Unión de Historiadores se ha seguido debatiendo a fondo sobre este asunto, y hay que saludar el nacimiento de la revista El Historiador, dirigida por Roberto Pérez Rivero, como un nuevo espacio que puede ser muy útil en estos debates.
La cultura de la resistencia
-Estuve dándole vueltas al título de este foro (“Cultura y nación: el misterio de Cuba”). Por un lado, me vino a la memoria aquella frase tan citada de Lezama donde se refiere a Martí como “un misterio que nos acompaña”; por otro, recordé algo que dijo Hart cuando se habló de canonizar a Félix Varela. Según lo que está establecido, había que incluir en el expediente un “milagro” probado, y el cro Hart dijo: “El milagro ya está: somos nosotros.” Es decir, que el milagro de Varela es la propia Revolución cubana y su capacidad para resistir y renovarse. Y, sin duda, el hecho de que estemos aquí después de tantos naufragios y derrumbes, parecería un hecho milagroso, misterioso.
-Cuando uno se lee el segundo libro de Limia y ve cómo repasa los enormes obstáculos que se fueron alzando frente a aquellos libertadores enfrentándose, solos, sin ayuda exterior, a un aparato militar tremendo, con la taimada colaboración del Imperio del Norte, está obligado también a recordar la permanente pelea cubana contra los demonios del imposible que reseña Cintio Vitier en Ese sol del mundo moral.
-Sé que Limia tiene entre sus planes inmediatos avanzar sobre dos nuevos volúmenes (uno sobre la República colonial y otro sobre la Revolución después del triunfo del 59). Y, si pensamos en los milagros y misterios que va a encontrar este minucioso historiador al evaluar la neocolonia, hay que recordar todo el empeño de EEUU, durante medio siglo, por absorbernos desde el punto de vista espiritual y cómo los ideales nacionales y la cultura, juntos, inseparables, resistieron esos embates.
-Recordemos aquel pasaje final de Lo cubano en la poesía de Cintio,[2] cuando, terminado su recorrido por la obra de los poetas que aportaron una pieza, pequeña o grande, al rompecabezas de nuestra identidad, nos dice amargamente: “somos víctimas de la más sutilmente corruptora influencia que haya sufrido jamás el mundo occidental”. Se trata, es obvio, de la invasión de los modelos yanquis. Sigue Cintio: “lo propio del ingenuo ‘american way of life’ es desustanciar desde la raíz los valores y esencias de todo lo que toca…” Es tan avasalladora esa invasión que “en cualquier momento futuro podremos estar expuestos a la desaparición como Estado aunque sea en apariencia soberano”. Confía, sin embargo, en que “espiritualmente nos escaparemos siempre, en la sabrosa onda inapresable del pueblo y en la flor alta y libre de nuestra sensibilidad, a las pujantes simplificaciones norteamericanas, del mismo modo que nos escapamos de las ancestrales obstinaciones españolas”.
-Ahí, en ese ejemplo específico, la resistencia de una neocolonia económica y política a perder su identidad y sus utopías, está uno de esos “milagros” de Cuba asociado al binomio cultura-nación. Por un lado, decisivo, estuvo la cultura popular cubana, mestiza, muy rica, muy fecunda, de una gran densidad en términos espirituales, despreciada por la oligarquía racista. Lo que Cintio llama “la sabrosa onda inapresable del pueblo”. Por otro, el empeño de intelectuales aislados o unidos en pequeños grupos, sin apoyo oficial alguno, Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Orígenes, Nuestro Tiempo, Ciclón, expresiones de “la flor alta y libre de nuestra sensibilidad”. Y, como un tercer punto del triángulo, habría que resaltar a la escuela pública cubana y a sus maestros.
-Unos meses atrás visité el museo municipal de Consolación del Sur, recién restaurado y con una museografía renovada, de mucha calidad, idónea para ponerse al servicio de la educación. Allí conocí al historiador Rolando Jesús González, que trabaja allí, en el museo, y me contó de un libro que está haciendo sobre aquel curso de verano en Harvard que recibieron en 1900 alrededor de 1300 maestros cubanos durante la primera intervención yanqui. Empezó a investigar y a escribir sobre aquella iniciativa a partir del descubrimiento del diario de una de las maestras, oriunda de Consolación, que viajó a Estados Unidos y pasó ese curso. Rolando ha estudiado concienzudamente los programas que prepararon en Harvard para lavarles el cerebro a los maestros cubanos, muchas horas de inglés, muchas horas de historia de los EEUU, un énfasis particular en el papel de los EEUU en la liberación de Cuba del yugo español. Y, aparte de las clases en sí mismas, les incluyeron un recorrido didáctico por instituciones y sitios históricos y hasta un encuentro con el Presidente McKinley. Sin embargo, Rolando está convencido (y tiene pruebas para demostrarlo) que el objetivo de la operación fracasó y que los maestros regresaron e hicieron en Cuba una labor patriótica estratégica. Creo que ese libro de Rolando, aún inédito, va a resultar muy provechoso, sobre todo ahora, cuando se organizan “cursos de liderazgo” para jóvenes cubanos y el intercambio académico con EEUU puede intensificarse.
-Hay otro libro muy interesante que estudia este curso de verano en Harvard durante la primera intervención yanqui. Fue Premio UNEAC, y es de la historiadora Marial Iglesias (Las metáforas del cambio en la vida cotidiana. Cuba: 1898-1902). Marial explica que la utilización de himnos, banderas e imágenes de próceres de la independencia de los EEUU en las escuelas de ese país, al contrario de lo que se pretendía, sirvieron a los maestros cubanos para exaltar los símbolos y figuras de “nuestro siglo épico” (como decía Cintio en 1957). Eso es parte de nuestro milagro, de nuestro misterio. Querían formar anexionistas, que a su vez irradiaran anexionismo hacia las nuevas generaciones, y milagrosamente, misteriosamente, muchas de las cosas que aprendieron allá nutrieron sus recursos para inculcar patriotismo.
-En sus hermosas palabras de agradecimiento a la Asociación Hermanos Saíz por haber recibido el título “Maestro de Juventudes”, Fernando Martínez Heredia evoca a “mi inolvidable maestra de primaria”. “Cuando yo era un niño (dice), aquellos educadores eran los únicos intelectuales que estaban al alcance de la mayoría de los muchachos del país. Ellos hicieron lo indecible para que fuéramos muy patriotas, honestos y cívicos. (…) Pero, sobre todo, aquellos maestros querían que nosotros llegáramos a ser protagonistas de la Cuba futura, una nación soñada que tendría que realizarse del todo…” En ese texto, además, Fernando dirige consejos muy atendibles a los educadores del presente. (Está en su libro más reciente: A la mitad del camino.)
-Hart decía con toda razón que los asaltantes del Moncada que tenían una formación marxista eran muy pocos. La inmensa mayoría, decía él, eran martianos, a partir de la educación patriótica que habían recibido de sus maestros. Como dice Fernando, “los únicos intelectuales que estaban al alcance de la mayoría de los muchachos del país”.
-Todo esto tiene que ver con esa “cultura de la resistencia” a que alude Graziella en el breve ensayo ya citado, que explica cómo el espíritu soberano y de emancipación de este pueblo se fue reconstruyendo después de cada golpe, de cada derrota, de cada traición, hasta llegar a 1959. En ese texto, ella nos invita a estudiar integralmente, en todas sus dimensiones, la cultura cubana de resistencia más allá de las luchas, más allá del arte, en “todos sus componentes” (En busca…, p 157).
Un sistema fracasado y otro vencedor
-Uno de los mensajes esenciales de los que pretenden destruir la Revolución Cubana, aunque venga más o menos perfilado retóricamente, es en realidad muy simple. Por una parte, la Revolución, su lenguaje “politizado”, su institucionalidad, las nociones mismas de socialismo y soberanía, representan el pasado, los vestigios de un mundo que desapareció, la “guerra fría”. Por otra, el paraíso idealizado de los “emprendedores”, de los “famosos”, del capitalismo global sostenido en valores universales, simbolizan el futuro, la modernización, un espectro infinito de oportunidades, el consumismo con todo su repertorio de fetiches. Es también el reino de las nuevas tecnologías, que ejercen (y es totalmente lógico que sea así) una atracción especial sobre los nuevas generaciones. Paralelamente, al lenguaje de la izquierda se le ataca por “ideologizado”; al que emplea la derecha, implacable en su agenda monolítica, se le felicita por haber dejado atrás los rastros de las “ideologías”.
-(Ya en el contexto más general de la ofensiva reaccionaria en América Latina, Atilio Borón ha subrayado que por parte de la reacción hay una apología del “cambio” en sí mismo: ese fue el lema de campaña de Macri, sin aclarar, por supuesto, que se trataba de un salto al pasado, al neoliberalismo menemista más crudo, y una consigna similar ha estado usando la derecha en Venezuela, en Brasil. Para la receta contra Cuba, también se emplea de algún modo esta incitación al “cambio”: los que nos aferramos al socialismo eficiente, desburocratizado, democrático, que estamos levantando y al que no podemos renunciar, nos negamos a “cambiar”; los que promueven la restauración capitalista, quieren presentarse como portadores del “cambio”.)
-El socialismo, según los enemigos de Cuba, fracasó. El capitalismo, en cambio, ha triunfado. Un sistema que va a liquidar el planeta, que ha gestado guerras sangrientas interminables y persigue y reprime a los que huyen de ellas, que representa la dictadura de las corporaciones y vuelve a engendrar de su seno el monstruo del fascismo, que gasta millones y millones en publicidad consumista mientras crecen las masas de desamparados —de “descartables”, como dice el Papa. Un sistema incapaz de solucionar la crisis económica, humanitaria, ética, medioambiental y cultural.
-Hay tantos argumentos para demostrar que el capitalismo es un sistema fracasado, bárbaro e inviable, que sorprende que haya prosperado la idea de que es el orden natural e insustituible en que debe organizarse la sociedad humana. Sin embargo, teniendo en cuenta el poder de la industria de manipulación y desinformación a su servicio, uno empieza a comprender que en lo que sí el capitalismo ha triunfado, sin ninguna duda, ha sido en consolidar a escala planetaria su hegemonía cultural. Tan resonante ha sido su éxito en el campo de la conciencia y de la subjetividad, que mantiene hipnotizadas a sus propias víctimas. Los llamados “perdedores” se sienten personalmente culpables de sus tropiezos y agonías y siguen esperanzados en que, algún día, quién sabe cuándo, con mucho esfuerzo y mucha suerte, podrán quizás ingresar en las filas de los llamados “triunfadores”.
-“Todos deben soñar y que cada uno alimente esa esperanza de que un día podrá ser también rico [dice Frei Betto, en una entrevista con periodistas de Prensa Latina durante su participación en la II Conferencia Internacional Con todos y para el bien de todos,], un Pelé, una Lady Gaga, un Michael Jackson, es su propuesta. Y ahí llega el sufrimiento de los jóvenes que ponen en su vida cuatro cosas [como metas]: dinero, fama, poder y belleza, y cuando no alcanzan ninguno de esos parámetros van siempre a los ansiolíticos, las drogas, viene la frustración de los falsos valores…”
-En cuanto al socialismo, es cierto que se derrumbó un modelo en Europa Oriental; pero aquello que se “desmerengó”, como dijo Fidel, fue una experiencia determinada y no puede llevarnos a la conclusión de que es imposible construir una alternativa al capitalismo, basada en la solidaridad y la justicia social, en la participación, en colocar al ser humano en el centro de todo. En el caso específico de Cuba, la Revolución, bloqueada, agredida, hostigada, trabajando entre aciertos y errores, logró transformar una colonia envilecida en una nación que hoy goza de prestigio mundial por los resultados de su obra en el campo de la salud, de la educación, de la cultura, de la ciencia; por tener resueltos problemas que son apenas sueños quiméricos en muchos países del Norte desarrollado. Solo gente cegada por el odio, por la frustración, por la rabia, es capaz de negar la dimensión de la obra revolucionaria.
-La vida demostró que formar “el hombre nuevo” no era un proceso fácil. En el campo de los valores, como en todos los campos, hay vuelcos, desvíos, accidentes, tropezones. Mi generación tuvo el privilegio de ver desaparecer la prostitución —que formaba parte manifiesta del paisaje de tanto “glamour” de aquella Habana prerrevolucionaria. No solo los barrios, digamos, “especializados”, como Colón, no solo la práctica misma de la prostitución y del proxenetismo, sino la idea misma de que alguien vendiera su cuerpo por dinero. La Revolución arrancó de raíz, de la realidad y de la conciencia de este pueblo, esa antigua profesión tan degradante. No obstante, ya lo sabemos, renació con la crisis. Y el pícaro cubano, que siempre había estado ahí, algo más agazapado después del 59, retomó fuerza. Hubo serios repliegues éticos. Hubo casos de corrupción donde estuvieron implicadas personas con una larga y relevante trayectoria revolucionaria, y se tomaron medidas duras, drásticas, pero imprescindibles.
-Pero, si alguien cree que “todo está perdido”, como dijera Fito Páez, les recomiendo que se lean Zona Roja de Enrique Ubieta, dedicado a la lucha contra el ébola de los médicos y enfermeros cubanos. Lo presenté en la Feria, en la Casa del Alba, con muchos de los protagonistas del libro presentes allí. Sé que se considera de mal gusto, pero voy a permitirme citar algo que dije en esa presentación: “Hoy, cuando en medio de las dificultades cotidianas hablamos tanto de los valores que se han deteriorado entre nosotros, necesitamos que alguien nos ponga delante las hazañas que recoge Zona Roja. No es un libro que habla de remotas páginas de la historia. No revive los épicos 60. Sus protagonistas están aquí y ahora en Cuba (…). Algunos tienen menos de 30 años; otros, 10 ó 20 más. En todos ellos, a pesar de avances y retrocesos, de carencias y contradicciones, hay una prefiguración indudable de aquel “hombre nuevo” de que hablaba el Che. Son portadores ejemplares de los más puros ideales de la Revolución cubana.”
“¡Llegó el muchacho de la película!”
-Aquella frase antiquísima (“¡Llegó el muchacho de la película!”) ha caído en desuso, sin duda, pero da la impresión de que pudiera renacer. En mi niñez, en mi adolescencia, se empleaba a menudo cuando uno estaba contando una película yanqui de indios y cowboys, de gánsteres y policías, de aventuras o de guerra (se veían por entonces muchas películas sobre Corea, donde siempre había un antecesor de Rambo, solitario, intrépido, posiblemente herido, que iba aniquilando con su ametralladora a legiones y legiones de chinos). “El muchacho de la película” era el Bueno, el héroe, por supuesto, y hacía su aparición en el momento decisivo, crucial, para deshacer los planes de su antagonista, “el Malo de la película”. Apenas faltaban unos segundos, por ejemplo, para que el tren pasara por encima de una mujer que el Malo había amarrado a los rieles; o para que los indios (que eran obviamente Malos, aunque en la realidad histórica hubieran sido exterminados sin piedad por los supuestos Buenos) emprendieran el asalto final contra los infelices que resistían en una cabaña ruinosa o debajo de alguna carreta; o para que mujeres, niños o ancianos indefensos fueran aplastados por un peñasco lanzado desde lo alto de una montaña o por un meteorito o por la Maldad en sí misma, convertida en una bola de fuego aniquiladora. Era muy emocionante ver cómo “el muchacho de la película” llegaba siempre a tiempo.
-Conversando con alguna gente en torno a la comunicación que se ha abierto con los EEUU, a veces me parece que hay quien está a punto de exclamar “¡llegó el muchacho de la película!”. Inocencia, exceso de optimismo, desmemoria, admiración infantil y acrítica por la Superpotencia y en algún caso deseos irrefrenables de abandonar los principios para entregarse al abrazo de Satanás, de todo eso hay.
Algunos olvidan que los pasos que se han dado con EEUU son resultado de más de 50 años de resistencia y tenacidad de este pueblo y de su dirigencia revolucionaria. Que los representantes del Imperio reconozcan explícitamente que la política del cerco ha fracasado, es una gran victoria de Cuba. Abre posibilidades valiosas, sobre todo en la batalla contra el bloqueo, y al propio tiempo nos presenta nuevos retos. En este sentido, resulta esencial la labor descolonizadora, de “sembrar ideas, [y] sembrar conciencia”, como decía Fidel, que tenemos que desplegar.
-Todos tenemos que ponernos a pensar muy en serio cómo atendemos a la convocatoria de Raúl en el Informe Central del 7mo Congreso: “A la par que salvaguardamos en el pueblo la memoria histórica de la nación y perfeccionamos la labor ideológica diferenciada, con especial énfasis hacia a la juventud y la niñez, debemos afianzar entre nosotros la cultura anticapitalista y antiimperialista, combatiendo con argumentos, convicción y firmeza las pretensiones de establecer patrones de la ideología pequeño burguesa caracterizados por el individualismo, el egoísmo, el afán de lucro, la banalidad y la exacerbación del consumismo.”
-Entre los desafíos que enfrentamos actualmente está en lo que podríamos llamar la identificación entre “lo yanqui” y “lo moderno” y entre “lo yanqui” y “el desarrollo”. Esto no lo inventamos aquí, ni lo inventaron ellos para aplicarlo aquí, ni es algo reciente. Tiene mucho que ver con elementos de carácter objetivo, asociados al ímpetu económico y comercial alcanzado por el joven Imperio en el siglo XIX y la imagen que de sí mismo que se fue construyendo para consumo interno y externo.
-Martí tuvo que enfrentarse a la idealización del paradigma yanqui de modernidad y progreso para enfrentarse a las posiciones anexionistas y coloniales. Cómo olvidar su portentosa “Vindicación de Cuba”, ante caricaturas del pueblo cubano expuestos en 1889 en distintos diarios norteamericanos Ante la infamante semblanza de un “pueblo afeminado”, “de vagabundos míseros y pigmeos morales”, “de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio”, Martí responde que “hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes para ser libres”. Y arremete contra la imagen de Estados Unidos como paradigma de las naciones libres: los cubanos, dijo, “no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad”.
-Muchos años después, derrotado el fascismo, los yanquis llevaron a Europa su modernidad. Armand Mattelart (nacido en 1936) cuenta que, cuando los soldados norteamericanos entraron en el pueblo belga donde vivía, con ellos “penetraba un tipo de modernidad (…) constituida por múltiples signos (…): la goma de mascar, la botella de Coca-Cola, los cigarros Chesterfield o Camel, los bolígrafos (…). Ellos portaban las cosas de las que la guerra nos había privado: el chocolate negro, el pan blanco, las naranjas de la Florida, etc. El battle-dress (el uniforme de combate con el que soñaban todos los niños de mi edad), el Jeep, la Harley-Davidson y tantos otros objetos que se convertirían después en clichés de lo norteamericano.” (Por una mirada-mundo. Conversaciones con Michel Sénécal, Editorial Gedisa, S.A., Barcelona, 2014, p 22. Edición original: París, 2010.)
-En otro libro suyo, donde hace un análisis histórico de la evolución del concepto de “defensa nacional” en EEUU, Mattelart se refiere a un libro de 1949 del sociólogo del Massachusetts Institute of Technology (MIT) Daniel Lerner, “antiguo oficial de la OSS [Oficina de Servicios Estratégicos, antecesora de la CIA] y especialista en guerra psicológica”, que desarrolla el “triángulo seguridad-desarrollo-comunicación”. El subtítulo del libro, nos dice Mattelart, es esclarecedor: “modernizando el Medio Oriente”. Y explica: “La noción de modernización se identifica explícitamente con la de occidentalización (westernization). Y su última fase, su tierra prometida, no es otra que el acceso a la sociedad de consumo, como expresión de un progreso concebido de forma lineal.
Durante más de un cuarto de siglo, estas estrategias de comunicación persuasiva que, se supone, difunden el deseo de innovación entre las naciones menos desarrolladas, dirigirán el pensamiento sociológico sobre el desarrollo y se aplicarán en las zonas geográficas más diversas.” (A. Mattelart, Un mundo vigilado, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Madrid, 2009, p 84-85. Edición original: París, 2007.)
-“Lo que yo vi como niño, en 1944, en una estilográfica Sheaffer que llevaba un soldado norteamericano, era un ejemplo de un modo de vida que yo no conocí pero que me atraía. Treinta años más tarde, lo que yo veo en el último modelo de esta pluma estilográfica, que continúa siendo fabricada por la misma empresa, y de la que las revistas hacen publicidad, es un producto del grupo Textron, que es un grupo transnacional que fabrica tanto estilográficas como dispositivos para los bombarderos B-52 de la fuerza aérea de los EEUU, que durante el mismo período arrojan napalm y defoliantes Agente Naranja en Vietnam del Norte. Entre uno y otro momento, entre una y otra visión, mi sentido geopolítico se ha formado. // (…) La legendaria figura del general Patton [veterano de la 1ª y la 2ª Guerras Mundiales], que me había seducido en mi infancia, se quebraba y se convertía en el joven oficial que, en 1916, había participado en una operación de castigo, con gran cantidad de armamento, dirigida por el general John J. Pershing, contra Pancho Villa y sus tropas, en el Estado de Chihuahua…” (Por una mirada-mundo, cit., p 84)
-Este proceso, que podríamos llamar el trayecto del pro-yanqui ingenuo, infantil, al antiimperialista consciente, informado, crítico, que en el caso de Mattelart duró, según su propia confesión, 30 años, deberíamos acelerarlo ante las urgencias del presente y empezar a promoverlo desde edades tempranas.
-(Yo recuerdo en mi niñez los viajes que hacía mi familia a La Habana a finales de los 50. Mi padre nos trajo y vimos en el cine Radiocentro la primera película en una tecnología llamada “Cinerama”. Fuimos al restaurante Wakamba, que, si no me equivoco, fue uno de los primeros self-service de La Habana; y mi madre, mi hermana y yo subimos y bajamos por las escaleras eléctricas que había en algunas tiendas. Como para el Mattelart niño de 1944, aquello para mí era asomarme a la “modernidad” y estaba asociado de un modo más o menos evidente a EEUU. Después, mucho después, supe que toda esa parafernalia era para sacarle el dinero a la gente y que los indios eran las víctimas y no los victimarios y aprendí, gracias a Mattelart y a Ariel Dorfman, que personajes tan entrañables como Walt Disney y el Pato Donald no jugaban limpio.)
-Esta idealización yancófila es una de las tendencias, llamémosle así, que debemos enfrentar en la Cuba de hoy, en la guerra de ideas y valores que hay que librar, cada día con más inteligencia y creatividad, cada día con más capacidad para dialogar con la gente, para escucharla, para argumentar, sin retórica alguna, desde la convicción de que en este terreno se están decidiendo cuestiones vitales para nuestro destino como nación.
-La exaltación de todo lo que viene del Norte y la identificación de lo yanqui y lo moderno, de lo yanqui y el desarrollo, pueden ir desde el éxtasis ingenuo de un joven que se ha creído lo que le muestran las series y películas hasta el oportunismo neoanexionista de aquel con una formación intelectual más completa, que hace concesiones y guiños con total conciencia de lo que está haciendo y ve una fuente de viajes, dinero, premios, éxito, en distanciarse de la Revolución y jugar al “disidente”. Se trata de un neoanexionismo la mayoría de las veces amorfo, desestructurado, aunque pudiéramos encontrarlo en formas, digamos, superiores, en los oportunistas que están apostando al futuro post-revolucionario que imaginan.
-El otro día, en un intercambio que tuve en San Alejandro con profesores de las distintas escuelas de arte del país, hablábamos de la necesidad de emplear materiales audiovisuales para contrarrestar esa cándida idealización de lo yanqui. Les mencioné un programa de televisión que está haciendo Torres-Cuevas, “La otra historia”, donde comenta algún hecho histórico determinado y luego pone una película. Hace poco puso Pelotón de Oliver Stone, y Torres-Cuevas decía en su introducción que no hay nada mejor como antídoto para los que admiran al personaje de Rambo que ver un filme como este sobre las tropas yanquis en Vietnam. Todo el horror de esa guerra imperialista, su salvajismo, su bestialidad, la carencia de moral y del más mínimo sentimiento humano en los supuestos portadores de ideales democráticos, está sintetizado en Pelotón. Evidentemente, por cada película como esta que vean nuestros jóvenes es probable que consuman cien o doscientas o trescientas donde sea exaltado el mesianismo yanqui. Los profesores me hablaban de un turno que hay, que se titula “Debate y reflexión”, y ellos mismos me decían críticamente que ese tiempo se usa la mayor parte de las veces para leer simplemente el periódico. ¡“Debate y reflexión”! ¡Qué falta nos hacen en una circunstancia como esta! Y qué falta nos hace motivar a nuestros estudiantes a debatir y a reflexionar sobre todos estos problemas. Habría que motivarlos, por supuesto, para que lean el periódico, para crear en ellos la necesidad de estar informados; pero podríamos usar materiales audiovisuales. Ahí está Pelotón, y están La historia no contada de los Estados Unidos, Wall Street, JFK, Nixon, del propio Oliver Stone, y está el cine de Costa-Gavras y el de otros muchos realizadores y documentales como los de Michael Moore y una serie como Castillo de naipes. Quiero decirles que el programa “La otra historia” de Torres-Cuevas nació de los encuentros entre el Ministerio de Cultura y el ICRT para conciliar prioridades y políticas y se aspira que sea utilizado por los maestros y profesores en los centros de estudios.
-Es indispensable que preparemos a nuestros niños y jóvenes (y a toda nuestra población) para descifrar los códigos de la seducción, de la hipnosis, del show. Debemos convertir el antiimperialismo cultural, espiritual, el anticolonialismo, en algo instintivo. Ante nuestras insuficiencias en el campo de la comunicación, la cultura y la educación, ante esquemas, retóricas y el llamado “teque”, “el muchacho de la película” puede llegar con unos cuantos trucos baratos y seducir a gente crédula.
-Una de las estafas más frecuentes y extendidas, en Cuba y en todo el planeta, es el de la “libertad de escoger” que, según se dice, tiene el joven de hoy, el que se prepara su propio “menú” en términos de consumo cultural (y aquí sí es legítimo emplear el término “consumo”). En realidad, esto es algo de lo que he hablado otras veces, construye en primer lugar su menú a partir de un espectro limitado de opciones. Y, en segundo lugar, lo hace bajo la presión de la agenda dominante.
-A la fascinación hacia el oropel “comunicativo” propio del espectáculo, se une entre nosotros el apoliticismo ya mencionado, un rechazo a la información política, por sobresaturación o por cualquier otro motivo, y una actitud evasiva, deseosa de “desconectar” y entregarse al entretenimiento vacío. Generar opciones atractivas para emplear el tiempo libre, con una utilización intencionada de las nuevas tecnologías, debe ser una prioridad para nuestras instituciones. Durante el tiempo libre se forman valores, se captan símbolos y otros se quiebran.
-Aunque parezca contradictorio, promover entre nosotros lo mejor de la cultura norteamericana, como se hizo desde muy temprano en el campo del libro (recuerdo aquella edición muy rústica de Moby Dick en papel gaceta, en cuatro tomitos, de la colección Biblioteca del Pueblo; o los cuentos completos de Poe en la traducción de Cortázar, Whitman, Henry James, Dos Passos, Faulkner, Hemingway, Scott Fitzgerald y tantos otros), ayuda a combatir el influjo de la industria hegemónica proimperialista. Ese legado extraordinario ha sido la primera víctima del Mercado.
-En las bases del culto renovado a lo yanqui (que no empezó, que conste, con el llamado 17-D ni con la visita de Obama), hay un componente de escepticismo, de crisis de fe en nuestras posibilidades para salir adelante, emparentada con la remota convicción de quienes, hace más de 150 años, no creían capaces a los cubanos de gobernarse a sí mismos. No olvidemos aquella advertencia de Martí: “la idea de la anexión está condenada a impotencia permanente; pero es un factor grave y continuo de la política cubana… y mañana perturbará nuestra república…”
-En este punto vale la pena detenerse y recordar aquella expresión de Fidel en Palabras a los intelectuales, acerca de que solo podemos renunciar a aquellos que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios. Primero, las organizaciones e instituciones de la Revolución deben saber distinguir entre el neoanexionismo, de un lado, y, del otro, las dudas legítimas y la crítica nacida de un análisis comprometido y auténtico. Y solo apartar del diálogo a los mercenarios, con los cuales, por supuesto, no hay nada que hablar.
Otros dilemas, otros peligros
-Un obstáculo muy visible, demasiado visible, para rehacer el tejido espiritual del país, allí donde esté dañado, y consolidar nuestros valores, radica en el auge de las conductas marginales. A menudo estas conductas se vinculan con el influjo directo de la industria cultural hegemónica y la admiración hacia los “tipos duros” que protagonizan muchos de sus subproductos. El caso tragicómico de aquel individuo que se hacía llamar “Gilbertman” es un ejemplo muy didáctico de esta conexión.
-El otro día, en un encuentro del consejo editorial de Cuba Socialista, Fernando Martínez Heredia señalaba que uno de los peligros más graves que tenemos por delante es la extensión del “apoliticismo”, y Helmo Hernández decía que podía conducir más tarde o más temprano al anexionismo. -Por esto que decían Fernando y Helmo del “apoliticismo”, es tan trascendente entender “la banalidad” entre los rasgos de los patrones ideológicos que debemos enfrentar; porque a menudo esta corriente central de la industria hegemónica del entretenimiento la vemos irresponsablemente como algo secundario, colateral, como puro divertimento.
-Un reto complejo del presente radica en la imagen victoriosa del “nuevo rico”, astuto, hábil, adinerado, como símbolo de realización y éxito, y el deterioro del prestigio del conocimiento, del saber, de la inteligencia, de la eticidad, son impedimentos que hay que vencer si aspiramos, como señalaba Raúl, a “afianzar (…) la cultura anticapitalista y antiimperialista”.
-Frente al “nuevo rico” como ganador, aparecen como “perdedores” los atados a la utopía, los estoicos, los viejos que lo sacrificaron todo, que no se corrompieron, que no traicionaron sus principios. Esta percepción tan amarga, tan dura, de sus padres y abuelos, puede anidar en esos jóvenes apolíticos, que ven su realización personal fuera de Cuba, en el capitalismo tan afable y simpático de las películas, o que pudieran pensar que nuestra solución está en volver al pasado.
-En el polo, digamos, opuesto, con respecto a la marginalidad y de los “nuevos ricos”, en los sectores más cultivados, en nuestras universidades, debemos estar atentos a la contaminación de la ideología neoliberal que ha venido haciendo estragos en la enseñanza superior en todo el mundo. No olvidemos que desde los años 70 del siglo pasado las universidades yanquis contrataron a prestigiosos intelectuales latinoamericanos para investigar y dar cursos especializados sobre temas muy específicos, y así vaciar de sentido integrador, utópico y emancipador el pensamiento de Nuestra América, fragmentarlo y hacerlo inofensivo. El neoliberalismo ha hecho lo imposible para que las universidades abandonen su tradicional misión humanista y se conviertan en fábricas de los especialistas que necesitan las corporaciones. Estas corrientes llegan inevitablemente a nosotros, con ropajes tecnocráticos y en apariencia “desideologizados”, y pueden confundir a mucha gente. Debemos acudir en particular al intercambio académico con EEUU con principios muy claros, con toda la fuerza del talento formado por la Revolución, y evitar deslumbramientos y posiciones aldeanas.
-La pretensión de fomentar una quintacolumna enemiga de nuevo tipo, con publicaciones digitales bien diseñadas y concebidas, ornamentos socialdemócratas o “centristas” y una palabrería cargada de eufemismos, está siendo financiada desde el exterior ante el descrédito de la contrarrevolución tradicional. Es un frente que no debemos menospreciar. Sus promotores son supuestamente los adalides del “diálogo” civilizado, frente a todas las intransigencias y han ido ganando influencia en sectores intelectuales.
-No podemos permitir que el interés por el debate sea desviado de su cauce natural y conducido hacia espacios ambiguos y manipuladores. Esta propia Sociedad José Martí, nuestras organizaciones de creadores, las instituciones, están obligadas a promover de modo sistemático el debate cultural revolucionario.
-La denuncia de toda forma de discriminación o prejuicio racial, que fue lanzada hace ya muchos años por la vanguardia de nuestros intelectuales y artistas, es algo por lo que los enemigos de la Revolución han mostrado mucho interés. Por fortuna, la UNEAC ha dado continuación a este trabajo de crítica y propuesta desde esfuerzos como la Comisión Aponte. Se ha intentado aplicar en Cuba, incluso, fórmulas y lenguajes importados desde una realidad tan ajena a la nuestra como la norteamericana. No podemos descuidar este aspecto. Por una parte, hay que seguir dando una guerra sin cuartel contra el racismo, una aberración indigna que crece en el mundo entero y es definitivamente inadmisible en una sociedad como la nuestra; por otra, hay que impedir que vengan desde fuera a pretender darnos lecciones. Todo lo que nos divida, tenemos que solucionarlo dentro de la institucionalidad y la sociedad civil revolucionarias.
-El culto a los avances tecnológicos por sí mismos, más allá de la ética, más allá de su carácter superfluo o del servicio que pudieran prestar al ser humano, es otro rasgo de la llamada globalización que se ha instalado entre nosotros. Nuestra posición, como se ha dicho reiteradamente por la dirigencia cubana, no es en lo absoluto conservadora con respecto a las nuevas tecnologías, y existe un ambicioso programa de informatización de la sociedad cubana. No obstante, si bien las tecnologías son inocentes en sí mismas, pueden servir para las mejores causas (promover la educación, la ciencia, la cultura, las investigaciones en todos los campos, el trabajo en común) y también para las peores: como cauce y catalizador de la avalancha de las fuerzas desintegradoras. Habría que promover una apropiación de las nuevas tecnologías que pase invariablemente por criterios éticos, humanistas y culturales.
-Específicamente en el sector cultural, han surgido tendencias en artistas y promotores que se cuestionan el papel de las instituciones y consideran que a través de formas no estatales podría lograrse una promoción nacional e internacional más eficiente. Aunque en estas valoraciones no hay un basamento propiamente político, las personas que sostienen estas ideas coinciden sin proponérselo con el interés de nuestros enemigos de desmontar la institucionalidad revolucionaria. Desmantelarla equivaldría a liquidar la política cultural y a dejar en manos del mercado el establecimiento de jerarquías y modelos. Esto nos obliga a seguir trabajando para hacer más competentes y creativas a nuestras instituciones y reforzar su vínculo con la vanguardia artística e intelectual. Sin sus instituciones, el ámbito cultural se convertiría en una jungla, y la mediocridad ganaría una preponderancia irreversible. Hay aspectos objetivos que no nos favorecen: las instituciones no han contado a veces con los recursos necesarios para promover el talento que crece inagotablemente en este país, y los creadores buscan apoyo en entidades extranjeras, algunas bienintencionadas y otras no tanto. Son problemas que no tienen soluciones fáciles y que deben ser abordados crudamente.
-Entre funcionarios vinculados directa o indirectamente con la vida cultural de los territorios, nos topamos a veces con confusiones entre cultura y opciones recreativas de cerveza y reggaetón y cierta incomprensión del papel principalísimo que ocupa la protección consciente de nuestra identidad nacional, de nuestras tradiciones, en toda su riqueza, en el tipo de batalla que tenemos por delante.
-Estas incomprensiones y esta subestimación de la cultura se fundamentan con frecuencia en cierto pragmatismo economicista, que puede hacerle un daño incalculable a nuestra política cultural.
Lecciones de otros procesos
-Hoy nuestro pueblo (o al menos los que quieren estar informados, leen periódicos, ven noticieros, ven Telesur) está al tanto de los embestidas de la derecha de este continente y de cómo arremete, aliada con el Imperio, contra los gobiernos progresistas que lograron avances verdaderamente inimaginables en el campo de las políticas sociales y la integración regional. Ya sabemos que ningún proceso se parece a otro. Cada uno tiene su propio origen, su propia historia, su propia lógica.
-Para Betto, según la entrevista con Prensa Latina ya citada, “una de las causas principales de retrocesos en gobiernos progresistas en América Latina es el descuido en la formación ideológica de la sociedad. …no se trata de un fenómeno nuevo ni propio del continente, pues ya se había dado en la antigua Unión Soviética y en el resto de Europa del Este. …en los últimos años, se logró elegir jefes de Estado progresistas, conquistar conexiones continentales importantes como la alianza bolivariana, Celac, Unasur, pero se cometieron errores. No podemos engañarnos, pues no se garantiza el apoyo popular a los procesos dando al pueblo sólo mejores condiciones de vida, porque eso puede originar en la gente una mentalidad consumista. La solidaridad es el valor mayor tanto del socialismo como del cristianismo. En la perspectiva capitalista, al contrario, (…) toda la presión de los medios de comunicación, publicidad, películas, telenovelas, va dirigida a evitar que la gente quiera cambiar el mundo. Según esos postulados, usted puede cambiar de camisa, de cabello, de anteojos, de carro o de cerveza, pero jamás cambiar su realidad política. Ya no son paradigmas altruistas, solidarios, como el Che, Camilo, Fidel, Raúl. La gente quiere imitar a los consumistas, sus cantantes, deportistas, porque son las imágenes que el capitalismo proyecta y los jóvenes quieren una razón de vivir, todos nosotros la queremos, y es una disputa permanente entre quienes quieren llevar a los jóvenes a su redil. Pero no es fácil vivir en un mundo en el que el neoliberalismo proclama que la utopía está muerta, que la historia ha terminado, que no hay esperanza ni futuro, que el mundo siempre va a ser capitalista, que siempre va a haber pobres, miserables, y ricos, y que, como en la naturaleza, siempre va a haber día y noche y eso no se puede cambiar”.
-Y nos alerta acerca de que el peligro que tendríamos aquí, en Cuba, es que los jóvenes puedan empezar a ver la Revolución exclusivamente “como un hecho del pasado y no un desafío del futuro, y cuando la gente la ve como un hecho del pasado ya mira las cosas no por sus valores, por su horizonte revolucionario, sino por el consumismo también: quiero tener esto, lo otro, todas las cosas, y entonces aquí no pueden ahora, estiman que demora mucho y ven solo a aquellos pocos a quienes las cosas les han ido bien afuera”.
-Me consta que Frei Betto conoce a fondo del valor de la historia y entiendo qué quiere decir cuando nos alerta sobre la necesidad de colocar a la Revolución en el porvenir, en el futuro, como un reto para los jóvenes, y en evitar que los afanes consumistas ganen espacio en ellos. Por eso me permito retocar su advertencia. Yo diría que debemos lograr que los jóvenes sientan y vivan la Revolución en todo su itinerario histórico, con pasión y profundidad, y al mismo tiempo sientan y vivan y defiendan su continuidad como la única garantía de tener patria, de tener dignidad.
-No es posible, sin memoria histórica, ser plenamente antiimperialista ni ser plenamente anticapitalista. Nuestros jóvenes deben incorporar la noción del “cambio” a ese proceso (que es y seguirá siendo pasado y futuro) a través de la idea de Fidel de “cambiar todo lo que debe ser cambiado” para hacer un socialismo superior, no como la consigna tramposa de Macri y de la derecha en América Latina y de los que quieren regresarnos al capitalismo.
-Hace dos días, en la UNEAC, en otro encuentro sobre trabajo cultural comunitario, mucha gente abogaba por una mayor integración de los actores capaces de conformar un frente en defensa de nuestras raíces, de nuestra historia, de los principios y valores de nuestro socialismo. Hablando con Limia ayer, coincidíamos en que hay mucha gente que podría aportar, pero está dispersa. Una prioridad sería unirnos más, articularnos mejor, reagrupar a las fuerzas de la cultura revolucionaria y actuar con mayor coherencia. Creo que ese era exactamente el espíritu que animaba al cro Hart cuando lanzó la idea de crear un movimiento tan amplio y diverso como el que milita en la Sociedad Cultural José Martí. En el espectro que abarca esta Sociedad hay maestros, profesores, realizadores de nuestros medios, intelectuales y artistas, comunicadores sociales, instructores de arte y promotores culturales de varias generaciones, es decir, toda una gama de personas de la sociedad civil de la Revolución que tienen deseos de trabajar, de participar, que no han perdido la mística, que conocen todo lo que está en juego en la actualidad, que son martianos desde lo más hondo de sí mismos. En ellos hay potencialidades ilimitadas que debemos utilizar.
[1] Notas para la conferencia impartida el 5-5-2016 en la Sociedad Cultural José Martí.
[2] Fechado entre octubre y diciembre de 1957 y escrito “del fondo de un profundo abatimiento”, según revela su autor en un prólogo a la edición de 1970.
(Tomado de Bohemia)