A propósito del Aniversario 55 de la victoria de Playa Girón, publicamos un relato escrito por Gabriel García Márquez, quien trabajaba en las oficinas de la Agencia Latinoamericana Prensa en La Habana.
Uno de mis mejores recuerdos de periodista es la forma en que el Gobierno Revolucionario de Cuba se enteró, con varios meses de anticipación, de cómo y dónde se estaban adiestrando las tropas que habían de desembarcar en la bahía de Cochinos.
La primera noticia se conoció en la oficina central de Prensa Latina, en La Habana, donde yo trabajaba en diciembre de 1960, y se debió a una casualidad casi inverosímil.
Jorge Ricardo Masetti, el director general, cuya obsesión dominante era hacer de Prensa Latina una agencia mejor que todas las demás, tanto capitalistas como comunistas, había instalado una sala especial de teletipos solo para captar y luego analizar en junta de redacción el material diario de los servicios de prensa del mundo entero.
Dedicaba muchas horas a escudriñar los larguísimos rollos de noticias que se acumulaban sin cesar en su mesa de trabajo, evaluaba el torrente de información tantas veces repetido por tantos criterios e intereses contrapuestos en los despachos de las distintas agencias y, por último, los comparaba con nuestros propios servicios.
Una noche, nunca se supo cómo, se encontró con un rollo que no era de noticias, sino del tráfico comercial de la Tropical Cable, filial de la All American Cable en Guatemala.
En medio de los mensajes personales había uno muy largo y denso, y escrito en una clave intrincada. Rodolfo Walsh, quien además de ser muy buen periodista había publicado varios libros de cuentos policiacos excelentes, se empeñó en descifrar aquel cable con la ayuda de unos manuales de criptografía que compró en alguna librería vieja de La Habana.
Lo consiguió al cabo de mucho insomnio y lo que encontró no solo fue emocionante como noticias, sino un informe providencial para el Gobierno revolucionario.
El cable estaba dirigido a Washington por un funcionario de la CIA adscrito al personal de la embajada de Estados Unidos en Guatemala, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco armado en Cuba por cuenta del Gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde iban a prepararse los reclutas: la hacienda de Retalhuleu, un antiguo cafetal en el norte de Guatemala.
Un hombre con el temperamento de Masetti no podía dormir tranquilo, si no más allá de aquel descubrimiento accidental. Como revolucionario y como periodista congénito se empeñó en infiltrar un enviado especial en la hacienda de Retalhuleu.
Durante muchas horas, mientras estábamos reunidos en su oficina, tuve la impresión de que no pensaba en otra cosa. Por fin, y tal vez cuando menos lo pensaba, concibió la idea magistral, la concibió de pronto, viendo a Rodolfo Walsh que se acercaba por el estrecho vestíbulo de las oficinas con su andadura un poco rígida y sus pasos cortos y rápidos. Tenía los ojos claros y risueños detrás de los cristales de miope con monturas gruesas de carey, tenía una calvicie incipiente con mechones flotantes y pálidas y su piel era dura y con viejas grietas solares, como la piel de un cazador en reposo.
Aquella noche, como casi siempre en La Habana, llevaba un pantalón de paño muy oscuro y una camisa blanca, sin corbata, con las mangas enrolladas hasta los codos. Masetti me preguntó: “¿De qué tiene cara Rodolfo?” No tuve que pensar la respuesta porque era demasiado evidente. “De pastor protestante”, contesté.
Masetti replicó radiante: “Exacto, pero de pastor protestante que vende biblias en Guatemala.”.
Como descendiente directo de irlandeses, Rodolfo Walsh era además un bilingüe perfecto. De modo que el plan de Masetti tenía muy pocas facilidades de fracasar.
Se trataba de que Walsh viajara al día siguiente a Panamá, y desde allí se pasara a Nicaragua y Guatemala con un vestido negro y un cuello blanco volteado, predicando los desastres del apocalipsis que conocía de memoria y vendiendo biblias de puerta en puerta, hasta encontrar el lugar exacto del campo de instrucción.
Si lograba hacerse a la confianza de un recluta habría podido escribir un reportaje excepcional. Todo el plan fracasó porque Rodolfo Walsh fue detenido en Panamá por un error de información del gobierno panameño. Su identidad quedó entonces tan bien establecida que no se atrevió a insistir en su farsa de vendedor de biblias.
(…) Masetti no se resignó nunca a la idea de que Prensa Latina debía conformarse con seguir descifrando los cables secretos. (…) él y yo viajábamos a Lima desde México y tuvimos que hacer una escala imprevista para cambiar de avión en Guatemala. Se empeñó en que alquiláramos un coche, nos escapáramos del aeropuerto y nos fuéramos sin más vueltas a escribir el reportaje grande de Retalhuleu. Ya entonces le conocía bastante para saber que era un hombre de inspiraciones brillantes e impulsos audaces, pero que, al mismo tiempo, era muy sensible a la crítica razonable. Aquella vez, como en algunas otras, logré disuadirle. “Está bien, che”, me dijo, convencido a la fuerza. “Ya me volviste a joder con tu sentido común”.
En todo caso, como el avión demoraba, le propuse una aventura de consolación que él aceptó encantado. Escribimos a cuatro manos un relato pormenorizado con basa en las tantas verdades que conocíamos por los mensajes cifrados, pero haciendo creer que era una información obtenida por nosotros sobre el terreno al cabo de un viaje clandestino por el país, es decir Guatemala.
Fuente: Fragmentos tomados del libro Periodismo, riesgos y peligros, editado por Prensa Latina