Creo que mi toma de conciencia como revolucionario se produjo a partir del trabajo en la Ciénaga de Zapata. Nunca había imaginado la miseria tan terrible, la explotación tan despiadada, el atraso social y cultural tan bárbaro que encontré allí. Ante ese panorama, cualquier persona sensible se rebelaría, y aunque no supiera cómo se debería llamar lo que habría que hacer, sí presentía que era necesario hacer algo, algo grande, y con la mayor rapidez posible.
Cuando Fidel me dio la tarea de ocuparme de la Ciénaga de Zapata, me estaba ofreciendo la oportunidad de tomar conciencia como revolucionario. Nunca se me olvidará aquel día en que me llamó y me dijo que quería que trabajara en uno de sus proyectos más preciados y en el cual la Revolución centraba su mayor empeño: era el proyecto de desecación y recuperación social de la Península de Zapata. Recuerdo que en su despacho había un mapa de la región. Señalándolo me dijo:
—Mira, esta es la Ciénaga.
A continuación comenzó a explicarme las ideas que tenía con respecto al rescate social de todos aquellos hombres, la organización del aprovechamiento forestal y la incorporación de la población a actividades superiores, más humanas y productivas. Mi entusiasmo era tan grande, que la interrogación brotó: “Fidel, ¿me vas a enviar hoy a la Ciénaga? Pero me dijo que no, que me trasladaría posteriormente. Poco después llegué a la Península de Zapata como Delegado del Comandante en Jefe. Más adelante fui designado Jefe de la Zona de Desarrollo Agrario LV-17 del INRA, que abarcaba Aguada de Pasajeros y la Península de Zapata.
-II-
La Ciénaga, en el orden sociológico, era la zona más atrasada de Cuba. Por muy increíble que parezca hoy, era tal la brutalidad que engendró la vida casi feudal o semiesclavista en esa zona, que allí se practicaba la poliandria, es decir, la relación marital de varios hombres con una misma mujer. En uno de aquellos “cortes” me sorprendió un curioso pleito entre carboneros: uno reclamaba su vaca, el otro, se negaba a dársela, pues alegaba que la había recibido unos meses antes a cambio de su mujer. ¡Él no tenía culpa de que su ex mujer hubiera abandonado al airado reclamante de la vaca!
Con el lanzamiento de piedras sobre la Ciénaga comenzaron las primeras carreteras como parte de la obra de la Revolución.
Esto sin incluir las particularidades de algunos latifundios, como el de Castellanos Dolz, abogado, primo del jefe del Ejército de la tiranía, Tabernilla Dolz, quien en las 14 000 hectáreas de su hacienda “San Blas”, solo aceptaba trabajadores solteros. Él era homosexual y si uno de sus obreros contraía matrimonio y llevaba a su mujer a la hacienda, le quemaba la casa y lo obligaba a abandonar sus tierras. De esa “heroica” tarea se encargaba la guardia rural de Covadonga. Todavía los carboneros de San Blas recuerdan al gallego Vaisán, vilmente asesinado por oponerse a los designios caprichosos de aquel señor feudal de la Ciénaga de Zapata.
La explotación era infernal. Un cienaguero para tratar de salir estaba obligado a pagar antes, con carbón o madera, su “deuda” con la tienda, porque de lo contrario, el arrendatario no le facilitaría la salida en la goleta, ni el dinero para realizar el viaje. El traslado era terrible: demoraba días, y si el carbonero moría durante el trayecto, arrojaban su cuerpo a los canales.
Fidel escribe una orden en medio del combate de Girón, a su lado, con barba, el autor de este artículo, Ángel Fernández Vila. La orden dice: A todos los Jefes de tropas Se designa al compañero Vila para que recoja a todos los prisioneros que se encuentran en este momento en Australia, Covadonga, Cayo Ramona, Yaguaramas y demás puntos en los alrededores de la Ciénaga a fin de concentrarlos en Playa Girón. — Fidel Castro
¿Régimen legal? Ninguno. Los problemas se dirimían de acuerdo con la “ley del más fuerte”. Además, en esta zona, el más fuerte generalmente era el explotador dueño del “corte” o su esbirro, “el capataz”. Esta era la situación que nos encontramos los funcionarios del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) cuando llegamos por primera vez a la Península de Zapata.
Lo primero que hizo la Revolución en la Península de Zapata fue intervenir los latifundios. Así pasaron a manos del pueblo más de 268 000 hectáreas. Luego se organizó, de modo diferente, el aprovechamiento forestal: se crearon las cooperativas forestales, es decir, se estableció el sistema de utilización colectiva del bosque con la ayuda económica del INRA. Surgieron las Tiendas del Pueblo, una en cada cooperativa. Funcionaban en naves de ladrillos y cemento y se comunicaban, a través de microondas, con el almacén central en Aguada de Pasajeros. Allí se surtían de víveres, ropas y útiles de trabajo los carboneros y leñadores, ahora convertidos en cooperativistas. Los administradores de las cooperativas fueron seleccionados por los mismos carboneros, entre los de mayor prestigio y experiencia.
Por ese tiempo se comenzaron a construir las carreteras sobre el pantano y dentro del bosque de las costaneras: una, del Central Australia a Playa Larga; otra, del Central Covadonga a Playa Girón; una tercera, de Yaguaramas a San Blas; y la cuarta, por la costanera sur, uniendo a Playa Larga con Playa Girón. Además, atravesando la Ciénaga de Este a Oeste, se construía una carretera que iba desde Buenaventura al “corte” de “El Maíz”, en dirección hacia la ensenada de La Broa.
-III-
Por primera vez, en 1959, los campesinos de la Ciénaga percibieron salarios en efectivo. Además, por las características del trabajo, se les concedieron créditos para que pudieran proveerse de víveres mientras permanecían en el monte. Se estableció un transporte que, al principio, se denominó turístico-campesino, pero que en definitiva, era un transporte campesino que recorría por el norte y por el sur, toda la Península de Zapata sobre los terraplenes y las carreteras recién construidos por la Revolución. Era sumamente económico y liberaba a los carboneros de la incomunicación en que estuvieron sumidos durante años. Se inició, asimismo, la desecación de la zona central de la Cienaga, según los estudios realizados por expertos holandeses, pero con una serie de adaptaciones concebidas por los ingenieros cubanos.
Comenzó a surgir, entre los pinos, el pueblecito de Buenaventura que sustituiría, por modestas pero confortables casas de mampostería, las casuchas de madera y paja que durante años habían cobijado a los humildes pobladores de la Ciénaga.
-IV-
A mediados de 1959 comenzaron a llegar a la Ciénaga los médicos y los maestros. Estos últimos, eran casi todos, jóvenes procedentes de Matanzas. No se puede hablar del rescate de la Ciénaga de Zapata sin hablar de la tarea de estos maestros voluntarios, entre ellos una mujer bastante mayor, la madre de un maestro de Matanzas, Joaquín Hernández Pino. Ambos se internaron durante meses en uno de los “cortes” del Helechal, donde fundaron una de las primeras escuelas de la Península de Zapata. Poco tiempo después se construyeron los Centros Turísticos de Guamá, Playa Larga y Playa Girón.
-V-
Dos días antes del ataque por Playa Girón, me encontraba trabajando en la oficina del INRA cuando me avisaron:
—Fidel está allá abajo.
Cuando bajé, Fidel conversaba con algunos trabajadores del INRA. Junto a él se encontraban Celia Sánchez y el Comandante Guillermo García. Se me acercó y me saludó en la forma afectuosa que le es característica. Me invitó a dar un recorrido por la Ciénaga. Durante el recorrido, intercambiamos ideas relativas al desarrollo de planes futuros en el trabajo en la zona. Recuerdo que llegamos al Círculo Social que se inauguraría al día siguiente. Trabajaba allí un carpintero que era cabo del Ejército Rebelde, Ñico Egoscue. Fidel se detuvo detrás de él, y cuando ese hombre se volvió y descubrió a Fidel, por poco cae al suelo. El Comandante lo saludó afectuosamente y le tendió la mano. Egoscue, con alegría desbordante me dijo después: —”Por fin le he dado la mano a Fidel”.
Ñico Egoscue fue uno de los primeros combatientes caídos en la defensa del Central Covadonga, ordenada por Fidel, ante el avance del enemigo en esa dirección después del desembarco por Playa Girón.
Regresamos a la oficina del INRA en Aguada, donde Fidel se despidió afectuosamente de mí, comunicándome que en su regreso a La Habana visitaría Playa Girón y la carretera que conduce a Playa Larga, y de esta continuaría hasta el Central Australia.
Relata el compañero Abraham Maciques, responsable en aquellos días del desarrollo turístico de la Península, que al visitar la playa, Fidel comentó que este lugar presentaba características para un desembarco enemigo.
La apreciación del pensamiento lógico de Fidel, su probado genio militar, lo había llevado a suponer la posibilidad que ya la CIA manejaba como realidad desde hacía un año:
Efectivamente, existen evidencias de que, desde finales de 1959, la CIA estudiaba la Península de Zapata como probable teatro de la operación que preparaba contra la Revolución.
Los estudios en mapas y las verificaciones que llevó a cabo la CIA en el terreno, le mostraban que desde el punto de vista geográfico-militar, esta zona presentaba magníficas condiciones para llevar a cabo en ella una invasión, tomar una cabeza de playa y mantener ese territorio ocupado el tiempo necesario para que se produjera la intervención de la OEA, y con ella, la participación directa del ejército norteamericano.
No tuvieron en cuenta, al seleccionar a la Ciénaga como teatro para la operación que preparaban, la gran obra de recuperación de la población de la Ciénaga realizada por la Revolución y el agradecimiento de aquellos carboneros y leñadores a Fidel, que los había liberado para siempre, de la explotación, la enfermedad y la incultura. Ese error fue uno de los factores determinantes en la derrota sufrida por los invasores en Girón.
-VI-
El 16 de abril de 1961 me acosté temprano, alrededor de las 11:30 p.m., pues me sentía mal. Tenía fiebre. Había estado ese día bajo la tensión del bombardeo del día anterior y la manifestación de duelo en La Habana donde Fidel pronunció aquel impresionante discurso donde proclamó el carácter socialista de la Revolución y anunció la probabilidad de la invasión. Serían cerca de las 2:00 a.m. cuando sentí que golpeaban fuertemente la puerta de mi habitación, al tiempo que gritaban:
—Vila, abre pronto.
Reconocí la voz de Ramón, un compañero del Ejército Rebelde, ayudante mío. Me levanté, y él me informó que se estaba produciendo un desembarco por Playa Girón. Le pregunté si estaba seguro, pues ese rumor había circulado ya, falsamente, en otras ocasiones. Me aseguró que era cierto, que los carboneros lo habían visto y habían avisado al Central Covadonga. Que escuchaban perfectamente el cañoneo procedente de la costa.
Me vestí a la carrera y bajamos al pueblo. Todas las luces estaban encendidas. Todo el pueblo se encontraba en las calles exigiendo que se les entregaran las armas. Me dirigí al Comisionado y le dije:
—Vamos rápido para Girón. ¡Saquen las armas!
Me respondió que tenía instrucciones de Santa Clara de no moverse de allí hasta que no se conociera bien cuál era la situación. Entonces me dirigí hacia el campamento Ciro Redondo en San Francisco, donde estaba el Comandante Eduardo Saborit con un pequeño destacamento de soldados del Ejército Rebelde, y le dije:
—Están desembarcando por Girón. Despierta a los muchachos y vamos para allá.
Poco después salimos velozmente hacia Girón. En el Central Covadonga la gente tenía noticias más concretas, y el jefe del Puesto del Ejército Rebelde había tomado ya algunas medidas. Continuamos la marcha hacia la playa, pero al llegar a Cayo Ramona supimos que ya la playa había caído en manos de los invasores. Saborit decidió que debíamos informar a La Habana y trazar un plan de defensa para impedir el avance del enemigo.
-VII-
Desde la microonda de la tienda del pueblo de Cayo Ramona informamos a Fidel sobre el desembarco y la situación existente.
Él nos preguntó quiénes creíamos nosotros que eran los invasores. Le respondimos, sin vacilar, que eran norteamericanos. A continuación nos preguntó:
—¿Están bajando equipos?
—Sí, Fidel, están bajando tanques.
Él insistió: —¿están seguros de que son tanques?
Le respondimos —Sí, son tanques, los estamos oyendo, pues se aproximan. ¡Son tanques!
Nos ordenó que resistiéramos, que para acá venía el Comandante Juan Almeida. Nuestra despedida fue: ¡Patria o Muerte! Se interrumpió la comunicación.
Inmediatamente nos dirigimos hacia el terraplén que conduce a Playa Girón. Los carboneros de Cayo Ramona se nos unieron portando palos, picos, palas y viejas escopetas, todos dispuestos a defender la obra de la Revolución. Nosotros éramos catorce y portábamos diferentes armas, entre ellas, M-1 norteamericano, R-2 checo, FAL belga, y otras. Con el apoyo de los carboneros comenzamos a cavar trincheras a unos 4 km de Cayo Ramona. Con esto pensábamos impedir que las patrullas del enemigo, que ya se estaban internando para realizar el reconocimiento, pudieran continuar avanzando.
Queríamos ganar tiempo; impedir su avance hasta que llegaran nuestras fuerzas e hicieran contacto con nosotros. Otra parte del grupo se dirigió hacia atrás, a tratar de conseguir con qué romper el terraplén. Saborit envió a William Selva al Central Covadonga a buscar refuerzos. En eso estábamos, cuando se produjo la primera escaramuza con un grupo de mercenarios que a nuestros primeros disparos, se dispersó. Porque para sorpresa nuestra, esas patrullas delanteras estaban integradas por mercenarios de origen cubano e intentaban más bien una labor de sondeo y captación política. Nos gritaban:
—¡No disparen! ¡Pásense con nosotros! ¡Venimos a liberarlos del comunismo!
Les devolvimos la invitación a la traición a tiro limpio. ¡Patria o Muerte! fue nuestra respuesta.
Pronto comenzaron a entrar los primeros camiones artillados del enemigo, sin que nosotros pudiéramos impedirlo. También penetraron carros blindados y tanques. Prácticamente, ante el empuje del enemigo, tuvimos que replegarnos y tirarnos a la Ciénaga, a ambos lados del terraplén. Habíamos perdido el dominio de la carretera. Entonces pensamos que debíamos llegar a San Blas, a través de la Ciénaga, para tratar de hacer contacto con nuestras fuerzas y ver si nos llegaban los medios que habíamos mandado a buscar con el objetivo de interrumpir la carretera. Nos internamos en la ciénaga. Fue un recorrido de algo más de una hora. Salimos a un kilómetro de San Blas. Algunos campesinos del lugar nos dijeron que habían descendido paracaidistas, y no paracaidistas nuestros, sino “guareaos” (ellos los llamaron así, porque en la Ciénaga hay un pájaro de ese nombre, cuyo plumaje posee un colorido semejante al de los uniformes que vestían los mercenarios). Nos dispusimos a ambos lados del terraplén. Pero nuevamente los pobladores de San Blas, que abandonaban el lugar con urgencia, nos informaron que los mercenarios ya se habían fortificado allí. Decidimos romper el cerco y lanzarnos de nuevo al pantano para salir al Central Covadonga a fin de advertir a las tropas, que se dirigían hacia acá, para que no fueran a caer en esa encerrona.
La marcha fue penosa. Seis horas caminando a través de la Ciénaga. En ocasiones nos hundíamos hasta la cintura. Con nosotros marchaban los jóvenes alfabetizadores y los carboneros que se nos habían unido en Cayo Ramona. Nos torturaba la sed. Se sudaba mucho. Se perdía mucho líquido. Algunos abríamos huecos en el fango del pantano, quitábamos la nata verdosa y bebíamos un agua dulce, pero con cierto sabor a materia orgánica en descomposición. Alrededor de las cinco de la tarde llegamos a la zona del Central Covadonga por la zona del Diamante. Allí se estaba organizando ya la tropa del comandante Duque, con los morteros. Mas tarde llegaron los obuses, el batallón 117 de La Habana y el 339 de Cienfuegos. Se abría otra etapa en el combate. ¡Ahora la cosa sería diferente!
A la salida del Central los obuses comenzaron a disparar hacia las posiciones que habían plantado los mercenarios en Jocuma, a unos 3 km de Covadonga. Toda la noche del 17 de abril fue de cañoneo, kilómetro por kilómetro, hasta el Canal de Muñoz.
A la mañana siguiente el fuego fue tan efectivo que los mercenarios se habían replegado hacia San Blas. Avanzamos hacia el Canal de Muñoz.
Seguimos por ese circuito hasta la curva de la Ceiba a unos 2 km de San Blas. Allí el comandante Félix Duque dividió las fuerzas con las que íbamos. A mí me dio el mando de una de las compañías del Bon 117, con la misión de tomar el pequeño poblado de la Ceiba y entrar por detrás a San Blas, cortando la retirada del enemigo, mientras, él lo haría por el frente, conjuntamente con el grueso de las tropas que tomarían a San Blas, dirigidas por los comandantes Pedro Miret, Filiberto Olivera, Raúl Menéndez Tomasevich, Saborit, y otros jefes. Ya en ese momento, por la carretera de Yaguaramas a San Blas, golpeaba al enemigo el comandante René de los Santos, con otro batallón de Cienfuegos.
Al mediodía del 19 cayó San Blas. Ya los mercenarios se replegaban hacia Playa Girón. Llegaron tres tanques y había que pasarlos de San Blas a El Helechal por lugares en los que los mercenarios tenían aún artillería y hombres con bazucas metidos en el monte. El comandante Saborit nos ordenó marchar al lado de los tanques para conducirlos. Corríamos junto a ellos y les señalábamos las fortificaciones del enemigo dentro del monte. Los tanques giraban sus torretas rápidamente hacia ellos, disparaban y veíamos volar sus emplazamientos artilleros.
De El Helechal proseguimos la marcha hacia Cayo Ramona, y, a unos 600 m de distancia divisamos las tropas del comandante Luis Borges, que venía por el camino que conduce a Soplillar. Fue un momento de gran alegría, pues comprendimos que ya la zona del Central Australia, Pálpite y el Soplillar habían sido liberadas
-VIII-
El día 19 de abril, al atardecer, nos reunimos en El Helechal las tropas de los comandantes Borges, Duque, Saborit, René de Los Santos, Pedro Miret, Faustino Pérez, Filiberto Olivera, Raúl Menéndez Tomasevich y otros comandantes Rebeldes y jefes de tropas. Ya los mercenarios se habían replegado hacia Playa Girón.
Existían entre nosotros criterios diferentes en cuanto a la táctica a seguir. La discusión se mantenía caldeada. De pronto, vimos surgir un grupo de combatientes en el terraplén: allí estaba Fidel, quien de inmediato dijo:
—Vamos a dirigir esto con un solo criterio.
Rápidamente dispuso la forma en que se iba a realizar el avance hacia la playa, incluso, el orden de los tanques que precederían la marcha hacia Girón.
Algo que recuerdo como lo más emocionante de aquellos momentos fue la arenga de Fidel, quien con un valor y un entusiasmo extraordinarios, advirtió:
—El enemigo trata de reembarcar y simular ante el mundo que el ataque ha sido una comedia de nuestra parte. ¡No permitamos que escape ni uno solo de ellos! ¡Adelante! ¡No nos detengamos hasta llegar a la playa! Si cae el primero, llega el segundo; si cae el segundo; llega el tercero; pero se llega ahora mismo a la playa. ¡Que no se detengan los tanques hasta que las esteras se mojen con el agua de la playa, porque cada minuto que esos mercenarios estén sobre nuestro suelo, entraña una afrenta para nuestra Patria!
Acto seguido subió a un tanque. La gente se preocupó. Faustino Pérez gritó:
—Fidel tú no debes… .
Entonces, sin dejarlo terminar, Fidel nos recordó a todos con una palabra dura que él era el Jefe, y que como tal no se le podía discutir su derecho a estar en la primera línea del combate.
-IX-
Todavía me parece estar viendo tanto esta escena de Fidel montado sobre el tanque conduciéndonos hacia la Victoria, como al pueblo de Aguada aquella noche, en las calles, frente a la casa de la milicia, exigiendo las armas, ansioso por pelear; el centenar y pico de trabajadores del Central Covadonga atrincherados, con machetes, palos y escopetas, para cumplir la orden de Fidel de impedir que la fábrica cayera en manos de los invasores; las dos docenas de milicianos sobre cuyos cadáveres tuvieron que pasar los mercenarios para penetrar en la playa; el centenar de carboneros que se nos unió en Cayo Ramona, cavando trincheras y conteniendo a las primeras patrullas enemigas con sus escopetas mohosas; los gloriosos batallones de obreros milicianos que entraron triunfantes, con obuses y morteros, rescatando, para siempre, a los carboneros del pantano.
Por Angel Fernández Vila / Periódico Granma
Nota de la Redacción
*Angel Fernández Vila fue un destacado revolucionario en La Habana, fundador del periódico clandestino Vanguardia Obrera y también dirigió las publicaciones clandestinas Revolución, Sierra Maestra y otras del Movimiento 26 de Julio. Integró las filas del Ejército Rebelde y subió a la Sierra Maestra en noviembre de 1958. En la clandestinidad se le conoció como Horacio.
Fuente: Periódico Granma / abril de 2011