Supongo que no estoy en el Congreso. Ni delegada ni invitada, ni siquiera periodista, como en el anterior y el anterior al anterior. Esta vez se han restringido las acreditaciones y se han conformado pequeños equipos de reporteros, cuya misión es sacarle el sumo a los debates.
También le toca ser eficiente a nuestro gremio, que tanto clama por la eficiencia, así que no tengo que estar en Palacio para ver vacíos los pasillos y otros espacios sociales, donde solíamos gastar café, cigarros y tiempo los invitados sin tareas de urgencia.
Leo y escucho a mis colegas con fruición. Distingo los estilos y adivino los ambientes cuando no me los cuentan explícitamente. Ayudan las buenas fotos y los videos. Los reportes de la televisión y de la radio y los comentarios de quienes tienen la posibilidad de acceder a las web y meterse en el debate que desatan las intervenciones versionadas.
El país que nos están mostrando tiene como un rostro nuevo. Para empezar, se ve todo mezclado: ministros y otros funcionarios del más alto nivel, sentados entre la masa diversa que ha llegado de las bases, del campo o de la ciudad, eso que comúnmente llamamos “gente” y que algunos suelen etiquetear ahora como “de a pie”.
El viernes en la mañana, buscando a la delegada más joven, estuve en el hotel Palco, donde se hospedan las mujeres. Me impresionó la diversidad: de acentos, de formas de vestir y andar por los mismos espacios donde se mueven anualmente algunas de las más relevantes personalidades del mundo que vienen a participar en otro tipo de congresos.
Aunque muchas vienen del centro mismo de la tierra, hablan de tú a tú con cualquiera y se expresan alegremente, sin timidez. Nada en ellas recuerda a las guajiritas de ojos bajos que la Revolución trajo a estudiar corte y costura o magisterio en sus primeros años. Pero algo conservan de aquellas: ellas traen a esta cita de la nación perspectivas de problemas y soluciones que las mujeres de la ciudad jamás tendremos.
Y también están los intelectuales y los héroes que han demostrado serlo con creces: buscándole el mejor sentido a las palabras, levantando los principios, poniendo a la economía en el lugar central pero no para dictar política sino para subordinarse a ella.
De unas y de otros, de todos, se va haciendo el Congreso, que es eso: un sumun del país ejerciendo su sagrado derecho a construirse y reconstruirse una y otra vez. Cambiando lo que tenga que ser cambiado, revolucionándose y evolucionando, como le gusta subrayar a Silvio Rodríguez.
Mirándolos y oyéndolos, consumiendo con intensidad todo lo que se publica en nuestros medios, tengo la sensación de estar sin estar en el Congreso. De hecho, hoy me he sentido más dentro que fuera. Quizás porque, por primera vez en muchos años, no he sido intérprete de una parte, sino testigo del completo.
No importa que haya habido pelota decisiva en Telerebelde, tanda infinita de cine en Multivisión y otras opciones de fin de semana puertas afuera. Quien haya querido saber del Congreso, tuvo, tiene, cómo acceder a lo que ocurre Convenciones adentro, ahora desde la selección periodística, después desde los resúmenes que seguramente trasmitirá la televisión. Más adelante desde los documentos que, ya sabemos, saldrán a encontrarnos a todos, en busca del mayor consenso.
Por lo pronto ya colgué un par de comentarios en la web sobre lo que escriben mis colegas y sobre la importancia de que se trasmitiera en vivo la singular presentación que hizo Raúl del Informe Central, nombre formal de lo que realmente sonó como un diálogo, rico en evaluaciones del estadista y al mismo tiempo del cubano que es. Desde ese instante vivo, el Congreso comenzó a sesionar puertas afuera.