Como lectura de fin de semana, les ofrecemos una excelente crónica, de la autoría del inolvidable colega Guillermo Cabrera Alvarez, publicada en la sección Tecla Ocurrente, de Juventud Rebelde, el siete de junio de 2001 y titulada “La corbata”.
Me causa admiración una mujer estentórea que regala corbatas. En cada obsequio rescata la memoria del siglo XVII (1635), cuando la caballería croata dio apoyo en París a Louis XIII, y sus jinetes causaron admiración en los parisinos por las croavattas que llevaban enlazadas al cuello.
La singular y desconocida prenda croata, distinguía, según la calidad de la tela, el rango de su portador, desde la tosca hasta el algodón o la seda. Los franceses fueron conquistados y se esclavizaron a esa moda. Zagreb es la capital de la corbata, aunque también se afirma que en las Columnas de Trajano, por la Roma del siglo II de nuestra era, se pueden apreciar las primeras corbatas, que por entonces no se llamarían así. No cabe duda que la genuina corbata croata se confecciona con genuina seda italiana.
Para algunos lo más terrible del mundo parece ser ponerse una corbata de mala calidad. Hay reglas: la fina jamás se arruga; la costura de la parte delgada evita que se voltee y el dorso de la parte ancha impide que se abra. Si la corbata es buena, al tomarla por la mitad, cada extremo debe colgar recto. Las hay de lacitos, moñitos o pajarita, incluso se fabrican con el nudo hecho; se pierde el encanto de enlazarse a sí mismo.
Pierre Cardin, ese modisto francés, por los años 50, al inventar la moda unisex, pretendió sin éxito eliminar la corbata. Ni hablar de los Dandis. La corbata moderna nació en Nueva York: cortar la tela en bies y coserla en tres fragmentos. La mafia italiana impuso el modelo ancho de colores fuertes, y la de los ejecutivos popularizó las extremadamente estrechas. Cuando Wall Street requirió seriedad, triunfó el color amarillo.
Existen unos 4 000 nudos diferentes. ¿Quién los contó y clasificó? Los más famosos son los ingleses y españoles. El nudo americano y el de Windsor, y su medio camino, el half Windsor, generalmente encajan en todos los cuellos.
Decidí escribir de corbatas hoy por una razón: me contaron una anécdota, y si me promete que queda entre usted y yo, se la digo. Resulta que estaban sentados a la mesa un grupo de jefes de estado iberoamericanos, y entre ellos uno muy querido. No sé cómo surgió el tema de los nudos de corbatas y cada mandatario explicaba el nombre y las características del que llevaba al cuello. Desfilaron lazos de alcurnia y rancia historia. Le llegó el turno a este singular jefe de estado: “El mío es estilo Príncipe Silvino”, comentó. Nadie en aquella mesa pudo imaginar que había nacido el nudo 4001, mientras un miembro de su escolta, al oír su nombre, sonrió ante la ocurrencia de su jefe.
Por Guillermo Cabrera Alvarez
(Agradecimientos al profesor Jesús Arencibia, por hacernos recordar estas líneas del Guille)