— “¿Se siente satisfecho?”, pregunta la estudiante de primer año de Periodismo, sin poder eludir aún, por su inexperiencia, la frase manida, aunque de exploración necesaria.
El periodista, con un historial inmenso, responde:
—«No, porque aspiro a más y todavía estoy en esa búsqueda. Porque no miro hacia el pasado, miro siempre al presente. Porque hay que cuidarse de creer que hemos realizado mucho y que debemos ser reconocidos, porque nadie está exento del ego. Creo que me falta casi todo por hacer. ¿Con qué se puede uno sentir totalmente satisfecho? La satisfacción total está en saber la deuda que se tiene con la vida y ser capaz de pagarla cada día».
Y tal vez en esa respuesta se resuma la altura toda del diálogo. Ernesto Vera, el hombre fiel que hoy nos convoca, no es de los que comulgaban con la satisfacción. Se exigía y nos exigía más. Se indagaba y nos indagaba más. Sabía que, como dijera ese otro grande, el mexicano Manuel Buendía, hasta en el último minuto de un reportero, este habría de lamentarse por conocer a la Parca, visitar el más allá, y no poder contarlo a sus semejantes.
En una hoja de servicios tan extensa e intensa como la de Vera, cuesta trabajo seleccionar algún hecho, algún dato para ilustrar la memoria y disponerla al homenaje. Por eso, más que acciones concretas me quedo con conceptos, macizos conceptos que en él fueron letra y vida.
El primero: Compromiso. Con una causa y sus líderes, con un oficio y sus derroteros, con una visión del gremio y sus entidades organizativas. El Vera que guardó prisión por sus ideas revolucionarias, antes de 1959, es el mismo que presidió después la UPEC por dos décadas, es el mismo que convocó a destruir la mentira organizada y alertó de que la verdad andaba dispersa.
Hermanado al vocablo anterior hay otro de irradiante voluntad: Coherencia, que no ha de ser fe irreflexiva, ni dogma como consigna, sino el anteponer, a veces con riesgo, pero siempre con intención generosa, el interés mayor y definitivo, la causa humanista, sobre las dudas del camino y las mil torceduras que pueden lastrar loables empeños.
Hablando de este hombre de prensa, habría que tocar el término Latinoamericanismo, porque como le gustaba recordar a la maestra Nuria Nuiry, y al parecer fue martiana enseña del articulista: «América Latina es una e indivisible». Él lo comprendió a cabalidad y por ello luchó sin cansancio.
Finalmente, sentir a Vera, comprender su legado, que no es página de ayer sino tarea para mañana, implica, a mi juicio, pasar por la palabra Unión. Clave insoslayable de la fuerza gremial, fórmula para que la prensa sea lo que le corresponde: parte pujante de la conciencia crítica de una sociedad.
En la nuestra, hay montañas por levantar. Pero nadie que se precie de lucidez puede desconocer los esfuerzos que nos preceden, los hombros firmes que hasta aquí nos trajeron —haciendo, como apuntaba en otra entrevista el gigante Julio García Luis, el periodismo que se pudo, no siempre el que se quiso—. Entre esos primigenios fundadores, anduvo este hombre decente, que respondió al nombre de Ernesto Vera.