La noche estaba fresca. El día había sido muy agitado pero intenso como le calificó una de mis colegas de Villa Clara al indagar sobre la satisfacción o aprendizaje vividos en la jornada vespertina, casi a nuestra llegada a Ciego de Ávila a propósito del Encuentro Regional de Género y Comunicación del centro del país. A muchas, porque éramos mayoría las mujeres, parecía que ya las experiencias disfrutadas no serían superadas, luego de un mágico encuentro con adolescentes.
Pero La Piñera nos reveló nuevas historias que atesoradas como parte de la urdimbre de las conocidas en los años de cada quien, resultará siempre de colores vivos, a pesar de un encuentro nocturno, en un barrio de casas muy humildes, de calles escasas de pavimentación y de la moderada iluminación que tuvo la cita.
El descenso del ómnibus que nos llevó al hallazgo de esa vecindad avileña nos develó ipso facto un recibimiento tan cálido y de tantas personas que nuestro grupo fue cautivado de inmediato. Apenas nos salían las palabras, el miedo escénico o el cómo decir las frases justas que pudiesen descorrer el velo de nuestra emoción entonces, después no fue más que recuerdo.
La contención primera poco apoco cedió paso ante las primeras palabras del delegado del Poder Popular allí, que pronto presentó a dos bailarines de apenas 10 u 11 años que danzaron un inolvidable Hasta siempre comandante de Carlos Puebla, cual pareja profesional sobre tabloncillo de gran teatro.
Los aplausos se reiteraron por otras niñas que llegaron a recitar en el mismo son de bienvenida que las que no cantaron pero anduvieron vestidas de abejitas, o la del pequeño que rápido me recordó los ojos de mi hijo. Alta fecundidad en ese barrio asegura rápido cualquiera de los visitantes al ver cómo junto a sus madres, abuelas, hermanas y algunos jóvenes y adolescentes, corría de un lado a otro feliz, la menuda familia de los hogares del barrio de La Piñera.
Imagino que mucho más, porque a esa hora cuando ya deberían estar encaminándose a la cama, les permitieron estar libres como el viento, en el festejo con mesa sueca de dulces y frutas que desmentían el improvisado escenario.
También en contraste con la austeridad del lugar florecieron las reflexiones acerca de la labor de la prensa, de los temas que preferían escuchar, ver o leer, de la urgencia por abrir las casas ante la fumigación para no dar cabida allí al mosquito transmisor del virus del Zika y y de la preocupación para que se insista desde la prensa, en la vocación del magisterio, una profesión imprescindible.
Por cierto, de maestras de varias generaciones conocí allí. Una muy joven hablaba con tal vehemencia que la reconocimos seguidora de otra, de apellido Thompson que fue makarenco, educadora de círculos infantiles. Con 62 años, y aun piensa en cada objeto o idea que pueda ser útil a los infantes.
Una joven embarazada y ama de casa, entrevistada por una colega cienfueguera como parte del toma y daca, declaró que su mayor alegría es que estuviese allí una representación de la prensa cubana, y que además les entregáramos los diplomas como destacadas en su trabajo como miembros de la Federación de Mujeres Cubanas.
De La Piñera, recordaré a Yosley, el joven vendedor de dulces que se levanta muy temprano convocado por el trabajo no estatal y que además amenizó nuestra cita con meditaciones que también desmentían el hecho de que no fuera universitario.
Más allá, con un abrazo afectivo de despedida, la internacionalista del deporte invitaba a otra vez, a la comunidad de Mirta Rosa o mi Santa, como conocen a la presidenta del Consejo Popular que al día siguiente su recorrido se iniciaba para desatar nudos relacionados con el gas licuado.
La Piñera es inspiración en la cotidianidad de Santa y motivó estas líneas para que la desmemoria no pueda borrar aquella cita cargada de historias de vida para cualquier agenda periodística.