Conocí a Juan Varela Pérez en medio del fragor de la zafra del 70 —la Zafra de los 10 millones—, cuando ambos, él como periodista de Granma y yo entonces corresponsal de Juventud Rebelde en la provincia de Oriente— coincidimos en varios recorridos periodísticos por centrales azucareros del norte y centro de aquel territorio.
Varela poco tiempo después, ya era un “sabio de la zafra”, como me comentó un dirigente del sector en un lugar conocido como Loma de Yarey, para esos años Puesto de Dirección para toda la zona oriental.
Me acostumbré a ver todos los días su nombre en las informaciones azucareras; sus reportajes sobre los recorridos por donde se libraba la heroica batalla; entrevistas con macheteros y con operadores de combinadas y alzadoras; en análisis sobre la importancia de la maduración de la cepa para la extracción de una mayor cantidad de azúcar; en los campamentos donde se albergaban los macheteros; en polvorientos caminos y guardarrayas. Siempre Varela estuvo allí, en contacto directo con esa realidad cotidiana, llena de ejemplos de seres humanos comprometidos con su país y su Revolución.
De las decenas de veces que coincidimos en el trabajo periodístico vinculado a la zafra, recuerdo sus consejos: Hay que meterse dentro del ingenio para conocer lo dura de esta tarea; hay que ir al campo y cortar algún que otro plantón de caña; hay que dormir junto a los macheteros y comer con ellos; hay que vivir esta realidad para identificarnos con ella y así poder escribir mejor…
Años más tarde tuve la oportunidad de ser su colega en Granma.
Se sentaba en una silla que hoy ocupa una muy joven colega no nacida en la época de esas jornadas por los cañaverales que “zapateaba” Varela para extraer las informaciones que cada día aparecían en el Diario.
Conversaba de lo divino y de lo humano. Crítico con lo que creía estaba mal escrito y apegado al principio de ayudar a los más jóvenes, aunque luego lo hiciera peleando por lo que consideraba erróneo.
En días pasados, cuando me enteré de su deceso, me vinieron a la mente muchas de las cosas que hoy he querido plasmar aquí porque de no hacerlo, sería una deuda imperdonable con el compañero y amigo que hemos perdido.
En la nota publicada en el diario para el que trabajó, pudieron agregarse muchas otras enseñanzas de Varela que, por motivos de espacio, no podían recogerse.
Lo recuerdo como lo que fue, un héroe del trabajo, de fecunda labor de décadas. También por su militancia política vertical y su compromiso con Fidel, el Partido y la Revolución.
También me llegan a la mente las llamadas telefónicas de Varela para conocer de mi salud o la de otro compañero o compañera enfermos.
Porque Varela, además del gran periodista conocedor en detalle de todo lo que tiene que ver con una zafra azucarera y con otros temas de la agricultura cubana, era un ser humano solidario, preocupado, conversador, del que hoy y en el futuro, los que ocupan su silla en la redacción y todos los jóvenes inclinados por esta profesión —bella y difícil— pueden y deben beber de su sabiduría y entrega al trabajo.
Los que compartimos con él la profesión de periodista tenemos el deber de hacer saber a los jóvenes, sean directivos o redactores de nuestros medios, de la fecunda obra de un colega que dejó al morir, un ejemplo a seguir.
Por Elson Concepción Pérez /Cubaperiodistas