Para gestar el cambio, término común durante el Encuentro territorial de Jóvenes Profesionales de la Prensa, se acordó este jueves, en la ciudad de Matanzas, coordinar eventos que fomenten la cultura sobre los medios de comunicación, y rescatar espacios para el debate.
Fruto del diálogo en la casa social de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) en la urbe de ríos y puentes, trascendió además la necesidad de socializar las investigaciones que genera la comunidad universitaria sobre el contexto informativo, y propiciar el acercamiento de los egresados a la academia.
Con la participación de Bárbara Doval, vicepresidenta de la UPEC en el país, y Dayán García, presidente nacional del Club Juvenil de la organización, se constituyó oficialmente el Club Juvenil de Matanzas, con Yeilén Delgado Calvo, del periódico local Girón, como su coordinadora principal.
Reflexionó Delgado que la prensa comprometida con la Patria debe ser la más profunda, la que erice la piel, la primera que denuncie, se atreva; entonces toca a los periodistas impulsar el cambio desde su pequeña parcela: lo que escribe.
Sobre resistencia a las transformaciones, vicios en las rutinas productivas, desafíos éticos, censura y autocensura, debilidades en las estrategias de dirección, carencias materiales, y voluntad para generar un periodismo más cercano a la cotidianidad, se debatió además este jueves.
Antecedente del intercambio sucedido en la casa de la UPEC en Matanzas lo constituye el Encuentro de Jóvenes Periodistas que durante diciembre último reunió en La Habana a profesionales y estudiantes de todas las provincias del país.
Yenli Lemus Domínguez /Cubaperiodistas
NECESITAMOS LA VERDAD, SEA DULCE O AMARGA
(Palabras de apertura de Yeilén Delgado Calvo, al Encuentro de Jóvenes Periodistas, Matanzas 2016)
El día que los primeros graduados de Periodismo en la Universidad de Matanzas recibimos nuestros títulos, la Upec nacional nos regaló un libro: Revolución, Socialismo, Periodismo. La prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI, de Julio García Luis.
Para ese entonces tenía yo una experiencia profesional exigua: varios periodos de práctica, y un año y medio de labor como reportera televisiva. Pero muchas de las preocupaciones reflejadas en ese volumen que devoré, subrayé y llené de papelitos me habían rondado por intermedio de colegas, profesores, y de los otros estudiantes.
Si algo se nos da bien a los periodistas, incluso a los neófitos, es debatir.
Aquella fue, y lo sigue siendo, una lectura esperanzadora –daba cierto alivio que ya estuvieran plasmados, desde una visión científica, nuestros problemas; ese era el primer paso para resolverlos- pero también dolorosa: en primera instancia por lo crudo del retrato de la prensa que somos, y luego porque los errores persisten.
El párrafo que más me golpeó fue aquel en que el profe Julio resumió una “enseñanza abrumadora. Aun sin faltar a la verdad, la prensa podía crear un país formal, en el que todo marchaba bien, todo era positivo y unánime; mientras el país verdadero se debatía en una seria crisis socioeconómica y moral”.
La reflexión me dejó, como periodista recién graduada, en cortocircuito y con complejo de culpa. ¿Estaría yo contribuyendo con esa formalidad, lo haría en el futuro? No decir mentiras era insuficiente; la verdad era más que la ausencia de mentiras, era ser profundos, críticos, analíticos, aunque se nos vinieran encima muchos problemas y detractores.
Por suerte, aquel texto me dejó otra frase como coraza y la anoté en la primera página de mi agenda: “la verdad no admite ser administrada, manejada o acicalada; necesitamos la verdad, sea dulce o amarga. La verdad es el respeto al pueblo, a su conciencia, a su lealtad probada, a su capacidad para razonar. La verdad es siempre revolucionaria”.
Yo le hice caso a Julio García Luis, y los problemas vinieron, también los detractores. En mi corta carrera profesional he tratado de hacer honor a eso, no siempre me ha salido bien, pero peor sería no intentarlo; esa filosofía la sigue la mayoría de mis colegas jóvenes – y algunos no tan jóvenes, pero hacedores de un periodismo al que no se le notan las arrugas ni las zonas grises.
Me siento parte de una generación de periodistas matanceros, eso me enorgullece y a la vez me preocupa, sería imperdonable que nos disgregáramos como le pasó a aquellas generaciones abismadas por el Periodo Especial, Varadero, la desprofesionalización y otros demonios.
Sería nefasto también que siguiéramos presos en las catarsis interminables, en los temas vitalicios, en el deber ser, sin jamás llegar al ser. Que no sepamos transmitir a los estudiantes la pasión tenaz y loca hacia el Periodismo; que el miedo a que nos emplacen nos haga coquetear con la autocensura; que la mediocridad deje de parecernos el peor de los males; que de tan realistas nos acomodemos entre planes de trabajo flojos, informaciones complacientes, coberturas de actos, recorridos y reuniones, y dejemos de soñar con lo imposible.
Es difícil, pero si a alguien en plena conciencia y uso de sus facultades se le ocurrió la “disparatada” idea de estudiar Periodismo, es porque las cosas fáciles le aburren un poco y lleva dentro el anhelo de todos los superhéroes: cambiar el mundo.
Entonces nos toca impulsar el cambio desde nuestra pequeña parcela: lo que escribimos. No soy ingenua, sé del salario bajo, de los viajes de madrugada en camiones que nunca cobran menos de diez pesos, de los teléfonos que no llegan, de las conexiones que la cigüeña no acaba de traer. Mas, en lo que todo eso aterriza y mientras lo exigimos, la meta tiene que ser una: no hacer “croquetas” informativas, hacer periodismo, y no cualquiera, sino uno revolucionario.
La prensa partidista y socialista, la comprometida con la Patria, debe ser la más profunda, la que nos erice la piel, la primera que denuncie, la que se atreva.
Si nos enteramos de la última y nos quedamos esperando orientaciones, estamos suspensos; si no asumimos el riesgo del error como consustancial al deber de informar y quedamos paralizados por el temor, estamos suspensos; si Matanzas habla de una cosa y nosotros de otra, estamos suspensos. Si sabemos todo esto, se hace lo contrario y nos callamos, estamos suspensos.
Los jóvenes profesionales no podemos darnos el lujo de estar apartados, deprimidos, enmudecidos. Son nuestros los espacios para participar, ser líderes, cumplir y exigir que se cumpla la ética periodística.
Este Encuentro pretende unirnos, no como una pandilla que mire con sospecha a todo el que supere los 35 años, sino como un grupo creador, generador de ideas, rebelde, que se inserte activamente en ese gremio tan hermoso, irreverente y complicado, como es el de la prensa.
No esperamos que sea este un evento más, donde se debata hasta el cansancio, se vire el mundo al revés, se almuerce, se tome helado, se baile, para después volver a enfrentar a la rutina con su cara ojerosa. No. Pretendemos generar acciones, dinamitar el status quo, idear la forma de vernos mucho más y hacer mucho más. Al menos lo vamos a intentar.