Asumo que debe ser condición indispensable de ser revolucionario cubano el anticonformismo, la búsqueda de la perfección, la intolerancia con lo mal hecho, la angustia ante lo inalcanzado, la frustración por la castración de lo soñado y la disposición permanente de luchar por alcanzar esas metas superiores que encarnan el concepto socialismo. No el de los libros y las consignas: el de la obligación de dar lo que se debe, en bien de la mayoría, y el del derecho de recibir lo que se merece.
Comprendo que en otras sociedades, cuyas reglas de juego no se ponen en duda porque el capitalismo se ha encargado de cimentarlas, de hacerlas naturales, inamovibles, presuntamente eternas, los horizontes estén tan bien definidos que el pobre sólo aspire a serlo menos, los del estatuto medio pretendan mantenerse y, quizás, subir un peldaño, y los de arriba pelean a como sea para continuar siendo lo que son y, en todo caso, aumentar ese poder, alcanzado por lo general a costa de los otros.
La que estamos viviendo aquí resulta heredera de caminos socialmente desarrollados y plenos de logros en justicia social, solidaridad y beneficio popular –que incluso aspiro a la utópica construcción simultánea del socialismo y el comunismo- y sobrevive tras la catástrofe del primero como sistema global. Es de las pocas que puede proclamar en este siglo XXI que es conducida por un Partido Comunista, junto otras como las de China, Viet Nam y la República Popular Democrática de Corea, aunque cada cual aplicando concepciones propias.
No cedimos al fatalismo del “efecto dominó” y soportamos el “doble bloqueo” de perder aliados que en lo económico nos hicieron pensar en una senda casi sin espinas. Ese es nuestro mérito histórico –añadido al soportar décadas de un bloqueo que aún está vigente, activo y dañino. Pero el futuro no se construye sólo con las glorias vividas. Recordarlas debe ser acicate para reeditarlas en las nuevas condiciones y no sólo para festejar lo bueno que fuimos, tanto en la economía como en el deporte, por ejemplo.
Ahora, al acercarnos a un nuevo Congreso del Partido conductor de nuestro proceso social, debemos recapitular a profundidad, cada uno en lo que mas sabe y todos en lo que como pueblo nos toca: dónde y por qué están nuestras fallas y fortalezas; cómo podremos eliminarlas y ampliarlas, respectivamente; a quiénes les toca y qué plazos tenemos para hacerlo.
Hay comisiones que trabajan en ello e instancias que valoran el resultado de esa labor, pero falta abrir un proceso mayor, el de la participación a todos los preocupados e interesados por preservar conquistas y mantener el rumbo socialista de nuestro país. Esos que hoy podrían sentirse más involucrados y, por tanto, mas comprometidos, menos exhaustos y no titubeantes. Es la hora de que confusión, incertidumbre, desengaño, abulia, derrotismo y oportunismos de diverso signo sean sustituidos por la confianza general en SI SE PUEDE por los resultados que podemos y tenemos que alcanzar en todo, desde la economía hasta el deporte. Se hace decisivo escuchar también esas voces y acumular voluntades.
Los medios de prensa son claves para que el despertar de cada día sea de desafíos que impulsen y no que desalienten; que el entorno –la calle, el centro de trabajo o de estudio, el policlínico o la bodega- se llene de esperanzas y no de recriminaciones, hace falta que TODOS los dispuestos a mirar con optimismo el futuro hagamos lo que nos toca en una sociedad que deseamos, mas que llamarse, sea SOCIALISTA.