Por estos días, sucesivos alardes sísmicos marcan impredeciblemente el tiempo de Santiago de Cuba, Guantánamo, Granma, Holguín y territorios adyacentes. Pero la noticia, el epicentro de cada sacudida, es también el tino y la sensatez con que allí se blindan el coraje y la entereza.
“Hay mucho nervio a flor”, sentenció un desbocado cronista. Y lo argumentaba: “Desde que nací, escucho que vendrá “uno grande”; pero aquí seguimos tenazmente, subiendo y bajando las empinadas calles”.
Y en los “sismógrafos” de la comunicación, hay que reconocer la belleza telúrica, la información fraterna y el sondeo hasta las entrañas por parte de los periodistas santiagueros.
Ellos, sin esperar señas ni viejas y centralizadas notas oficiales, y soltando el lastre de escenografías retóricas, han tomado plazas y parques. Y comparten el insomnio y la suerte de los pobladores, que concilian un beligerante sueño bajo las estrellas.
La Presidencia de la UPEC , y los periodistas todos de este país solidario hasta en sus capas tectónicas, viven la réplica de cada estremecimiento en Santiago, la grandeza de su pueblo y la devoción de esos guerreros de la información, que pulsan allí el duelo entre los caprichos de la Naturaleza y las resoluciones humanas.