No porque merecidamente ostentara el Premio Nacional de Periodismo José Martí, otorgado en 2013, ni porque durante muchos años dirigiera el periódico Juventud Rebelde (donde había empezado de redactor, viniendo del semanario Mella), o porque llegara a ser director de Granma, ni siquiera porque integrara el Comité Central del Partido en su IV Congreso.
No porque fuera un connotado profesional del periodismo, con una notable hoja de servicios también en la Agencia Prensa Latina, donde estuvo al frente de Publicaciones de PL, o por su jefatura de la corresponsalía de México, como colofón de su larga ejecutoria periodística, aunque aun ahora se mantenía activo.
No porque conservara esa simpatía innata de contar el mejor chiste o de improvisar una broma (solo a su gente cercana, pues siempre fue muy respetuoso), o porque conservara la figura delgada, quijotesca, aunque a pequeña escala, de cuando fue joven rebelde, militante de la UJC e integrante de su Buró Nacional en los años 80.
No porque siempre se sintiera comprometido con su Revolución, con la prensa cubana, con la Unión de Periodistas de Cuba, de la que fue fundador.
No por demostrar fidelidad con las mejores causas de la sociedad nuestra y de América Latina, del mundo entero, tratando de que los medios de prensa donde tuvo autoridad publicaran de lo humano y lo divino, sin tapujos, sin engaños, ético y responsable, como corresponde a un magnífico profesional.
No solo por todo lo mencionado, y su trabajo desde la AJR, la UJC y el PCC, hasta ahora mismo; trabajos voluntarios, cursos de superación, madrugadas en los dos principales diarios cubanos, donde se formó y ayudó a formar a tantos y tantos valiosos colegas, eso sí, acompañado por uno, o mejor, dos elementos que le hicieron mucho mal desde siempre: el cigarro y el café.
No solo por ser excelente amigo, camarada, buen padre, esposo de Mireya, su leal compañera de siempre, o por ser auténticamente como era, de camisa y pantalón formales, sin andamiajes de la moda y tras haberse empinado desde su oficio de contador público, hasta ser reconocido por otros excelsos profesionales de la prensa cubana y continental por el dominio del oficio que requirió la asunción de su responsabilidad social y su compromiso ético.
Más que todo eso, Jacinto Granda de La Serna (La Habana, 6/6/1945-La Habana, 21/12/2015), era un ser humano bueno, bueno de nobleza de alma y corazón, con un deseo profundo de buscar siempre la dimensión noticiosa, tal vez queriendo desconocer que esa afección pulmonar, -que fue mayormente su padecimiento-, lo llevaría este día 21 de diciembre a ser él la triste noticia para el gremio de periodistas cubanos.
Un abrazo a familiares y amigos, con profundo dolor, desde esta Upec, que le reconoce suyo.