El 6 de agosto de 1892 apareció publicado en Patria y con la firma de José Martí un texto titulado “Ante la tumba del padre Varela”, en el que el Apóstol rinde homenaje a Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales, quien había nacido en La Habana, el 20 de noviembre de 1788 y fallecido en San Agustín, La Floroida, el 25 de febrero de 1853.
Afirmó el Maestro en el mencionado artículo que “la ciudad de San Agustín” es “venerada hoy para el cubano, porque allí están, en la capilla a medio caerse, los restos de aquel patriota entero”.*
El docto sacerdote había promovido desde su cátedra en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio una verdadera revolución pedagógica al transformar la enseñanza de la Filosofía e incorporar al programa de estudios Física, Astronomía, Matemática y Geografía. En sus clases estimulaba el razonamiento y para ello, empleaba el método explicativo —sería extendido 20 años después por uno de sus más ilustres discípulos: José de la Luz y Caballero—, promovía el debate y condenaba la memorización.
Al ingresar en la Sociedad Patriótica, en 1817, el ilustre presbítero demandó una nueva pedagogía basada en el análisis y la comprensión. Consideraba urgente desarrollar la educación primaria con el fin de potenciar el progreso de la Isla. Por supuesto, su discurso no fue aceptado ni entendido por todos los presentes, sobre todo porque hasta entonces pensar era un derecho exclusivo de las élites.
En 1820, cuando fue creada la cátedra de Constitución, en San Carlos, el padre Varela inauguró lo que, de hecho, resultó ser la primera cátedra de derecho en América Latina y los jóvenes habaneros, matriculados o no en su curso, escuchaban, tras puertas y ventanas, las clases impartidas por el padre, en las que se enseñaba por primera vez en estas tierras lo que era la legalidad, la responsabilidad civil y el freno al poder absoluto. En su docencia, Varela cultivaba las semillas de la libertad y la dignidad humana, que medio siglo después fructificarían cuando los cubanos se lanzaron a la manigua. Llamaba a estas clases “la Cátedra de la Libertad y de los Derechos Humanos, la fuente de las Virtudes Cívicas y la base del gran edificio de nuestra felicidad”; algunos de esos términos resultan, sin duda, muy contemporáneos.
A pesar del favor alcanzado por la cátedra, solo pudo impartir clases durante tres meses, porque en 1821, fue elegido diputado en representación de Cuba a las Cortes de Cádiz (1822), donde defendió el derecho a la autonomía de los territorios americanos, propuso la abolición de la esclavitud en la Isla y la modernización de la enseñanza, posición que, al retornar España al absolutismo monárquico, significó su condena a muerte y provocó su huida de España y su establecimiento en Estados Unidos.
Analiza Martí cómo cuando el presbítero había vist “[…] incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo […]”.* De ahí que se radicara en San Agustín, La Florida, en cuya basílica desarrolló gran parte de su obra.
El texto martiano en cuestión tiene como motivo una carta recibida, en la que el remitente recuerda la visita realizada a la capilla erigida en el cementerio de Tolomato, en honor del presbítero Félix Varela, el 24 de julio de 1892 por Martí y su comitiva —integrada por Carlos Roloff, Serafín Sánchez, José Dolores Poyo y Carolina Rodríguez, la Patriota, entre otros— en labor de propaganda a favor de la independencia patria. Dicha capilla había sido levantada con el dinero de los amigos que ayudaban a sostener al padre y, aunque los restos de Varela serían trasladados a Cuba en 1911, aún se mantiene erguida como un símbolo.
Ese día de julio de 1892, Martí y sus acompañantes se reunieron con los miembros de la comisión encargada de recolectar fondos para erigir un monumento a la memoria del padre Varela, en cuyo honor se creó también el club patriótico homónimo, que creció con rapidez y cuyos miembros, no todos cubanos, estarían listos a luchar por la independencia de Cuba en cuanto el Apóstol, en su condición de delegado del Partido Revolucionario Cubano, diera la orden de alzamiento.
Martí, en su trabajo citaba en extenso el documento recibido, por ser su mensaje muy constructivo: “En la mesa de trabajar nos sorprendieron, y todo lo dejamos gustosísimos, este puñado de compatriotas que aquí somos, para demostrar al querido Martí y a sus compañeros el entusiasmo con que desde aquí seguimos su obra de resurrección. Me conmovió, Comandante, al preguntarles dónde querían ir, oírles decir: ‘Antes que todo, a la tumba del Padre Varela’: y allí fuimos, bajo el sol abrasador: la visita se la contaré con la palabra de uno de nosotros que no sabe mucho de letras, y dijo que le parecía que estaba vivo el Padre”.*
La misiva en cuestión terminaba con la frase “han vuelto los tiempos grandes”, en clara alusión a la primera de nuestras gestas emancipadoras y al resurgir del espíritu independentista al son de la vibrante palabra martiana y es que el Apóstol, en su prédica revolucionaria incorporó el pensamiento de todos los que habían soñado una Cuba libre
Notas
* José Martí: “Ante la tumba del padre Varela”, en Obras completas, t. 2, Centro de Estudios Martianos, Colección digital, La Habana, 2007, pp. 96-97.