“Por primera vez en la historia, el Congreso está dominado por una mayoría de millonarios que son, como promedio, catorce veces más ricos que el estadounidense medio… nuestros representantes están totalmente desconectados de la lucha diaria de la mayoría de los estadounidenses, que viven -de un cheque a otro- atrapados en la agotadora lucha por sobrevivir día a día”.
Así lo observa John W. Whitehead, Presidente del Instituto Rutherford, en su libro “A Government of Wolves: The Emerging American Police State” (“Un gobierno de lobos: el estado policial estadounidense que emerge”).
“De hecho, aunque se supone que Estados Unidos sea una república representativa, estas personas ganan salarios de seis cifras y habitan un mundo exento de multas, con gimnasio gratuito y atención sanitaria que no es segunda de nadie, sólo tienen que trabajar dos o tres días a la semana; hacen 32 viajes por carretera completamente reembolsados cada año, viajan al exterior, reciben descuentos en restaurantes y están exentos de impuestos en las tiendas de Capitol Hill, con aparcamiento reservado en el aeropuerto nacional de Washington, flores frescas gratuitas en los jardines botánicos y asistencia también gratuita en la preparación de sus informes de impuestos sobre la renta. Ellos ni representan ni sirven al pueblo estadounidense. En vez de eso, se han autoproclamado nuestros amos”.
Según informa Dan Eggen en el diario The Washington Post: “las nuevas cifras ponen de relieve una larga tendencia de acumulación de riqueza en el Congreso, que está integrado mayoritariamente por millonarios y casi millonarios que poseen a menudo varias casas y otros bienes fuera del alcance de la mayoría de los votantes que representan”.
“Muchos de nuestros políticos viven como reyes. Pasean en lujosas limusinas, vuelan en aviones privados y consumen comidas gourmet, todo pagado por los contribuyentes estadounidenses, bien alejados de aquellos a quienes se supone que representen. Por su lujoso estilo de vida, resulta difícil identificarles con el ciudadano común que vive cheque a cheque y mantiene al país con su dinero duramente ganado con el sudor de su frente”.
Como escribe el renombrado economista Joseph Stiglitz en la revista Vanity Fair, “prácticamente todos los senadores de Estados Unidos y la mayoría de los representantes de la cámara, integran el 1 por ciento cuando llegan, son protegidos en sus cargos por el dinero del 1 por ciento y saben que si sirven bien al 1 por ciento serán recompensados por el 1 por ciento cuando dejen sus cargos. Por lo general, las autoridades claves del poder ejecutivo en materia de política comercial y económica también integran el 1 por ciento.
Lamentablemente, dice Whitehead, la política electoral ha sido tan profundamente corrompida por el dinero corporativo que hay pocas posibilidades de que, incluso una persona bien intencionada, pueda promover un cambio real en el Congreso. El camino de las urnas, ya sea a la Oficina Oval o al Congreso, es caro, y sólo los ricos, o aquellos apoyados por los ricos, son capaces de llegar siquiera a la línea de partida.
En el ciclo de las elecciones presidenciales de 2012, ambas partes gastaron mil millones de dólares para intentar obtener la elección de sus candidatos.
Una vez electos, estos burócratas ricos ya privilegiados entran en una vida de privilegio aún mayor, vergonzosamente a expensas de los contribuyentes estadounidenses. Ya sean demócratas o republicanos, todos ellos aprovechan al máximo lo que un informe de prensa describe como “una montaña de ventajas con las que la mayoría de las fortunas mayores del mundo no podrían rivalizar”.
Incluso los consejeros más cercanos del Presidente Obama son millonarios, los de su gabinete de quince miembros incluidos. Y luego están los grupos de presión (lobbys), con un estimado 26 cabilderos por congresista, fuente de mucha corrupción y trasiego de dinero en Washington.
Esta presión, dice Whitehead, es alentada a su vez por un estilo de vida del Congreso que exige que los congresistas pasen la mayor parte de su tiempo recaudando fondos para campañas, en vez de respondiendo a las necesidades de sus electores. “Cuando la mitad de su tiempo la dedican a pedir dinero a individuos ricos y a otros intereses especiales, no hay manera que puedan responder a los problemas que están presentes en el país”.
Según el representante demócrata por Carolina del Norte Brad Miller, “a lo que nos enfrentamos es a un gobierno oligárquico, uno de los ricos, por los ricos y para los ricos. Si nos propusiéramos la supervivencia de nuestro supuesto gobierno representativo, lo primero que debíamos hacer es arrebatar su control de la élite adinerada que lo dirige”.