Las madres de aquella época hablan de las sopas con pan, porque no había fideos, respondió otra madre tras ser inquirida sobre los acontecimientos de octubre de 1962, cuando parecía inevitable una guerra nuclear.
I
Las madres de aquella época hablan de las sopas con pan, porque no había fideos, respondió otra madre tras ser inquirida sobre los acontecimientos de octubre de 1962, cuando parecía inevitable una guerra nuclear.
Aunque ese recuerdo no permita comprender la dimensión exacta de lo ocurrido, guarda en sí el tono dramático de aquellos días.
Como suceso mediático, la crisis robó titulares de prensa durante trece días, al considerar la grave tensión internacional generada por la instalación de misiles soviéticos en Cuba, un deslucido intento de la URSS por imponer su respeto en el contexto de la Guerra Fría, más allá de la lógica defensa de la Isla ante las amenazas de Estados Unidos.
Sin embargo, los orígenes del evento no se asientan en octubre, ni tampoco en 1962. Desde la perspectiva de varios investigadores, lo acontecido resulta el punto clímax de un grupo de acciones promovidas por el gobierno norteño, con el objetivo de socavar el proyecto socialista liderado por Fidel Castro.
Luego de la victoria de enero de 1959, la mirada hacia el archipiélago alcanzó matices de hostilidad y desmesurada injerencia. Dwight Eisenhower, mandatario estadounidense de turno, se había propuesto impedir el arraigo de la Revolución. Sus palabras no abrían margen a dudas: “Si no pudimos evitar que tomaran el poder, al menos podemos evitar que lo consoliden y finalmente derrocarlos”.
Según cuenta el reconocido intelectual Esteban Morales Domínguez, la primera confrontación entre ambas administraciones se produjo durante los juicios a los criminales de la dictadura de Fulgencio Batista, totalmente desacreditados por la administración norteamericana, al presentarlos como actos de venganza.
Desde entonces, la óptica de la política de Estados Unidos hacia La Mayor de las Antillas no ha variado. En aquel escenario, el ascenso del demócrata John F. Kennedy (20 de enero de 1961), lejos de significar un cambio, mantuvo la misma estridencia del antecesor e incluso tomó un nuevo aliento. La determinación de poner en cero la cuota de azúcar cubano en el mercado de su país, así como la inserción de Cuba en el llamado Libro Blanco (se le juzga como estado satélite de la URSS), vino a reafirmar una postura observada durante la campaña presidencial del dignatario: “Con la dominación comunista en este hemisferio nunca podremos negociar”.
No obstante, el episodio que agravó las relaciones entre ambas naciones constituyó la derrota de los mercenarios yanquis en Playa Girón. Tal fracaso supuso un duro golpe para el gobernante estadounidense, al punto de convertirse la necesidad de venganza en una ambición personal, a fin de deshacer la humillación sufrida.
“Sólo diez días después de finalizada la invasión de Girón, el presidente, junto al secretario de Estado Robert McNamara y el almirante Arleigh Burke, revisaban un plan de contingencia para el despliegue de las tropas estadounidenses en Cuba. Según McNamara, tal acción no debía ser interpretada como un signo de intervención en Cuba, aunque en definitiva resultaba lo más parecido a ello”, relata Morales Domínguez.
Las circunstancias vaticinaban una agresión a gran escala, planificada para los días finales de octubre de 1962. El camino había sido preparado: la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA) —violación de la carta constitutiva de ese organismo―, la reactivación aquí del bandidismo y el recrudecimiento del bloqueo económico mediante la Proclama Presidencial que le daba forma, dejaron servida la mesa.
Así lo evoca Fernando Martínez Heredia, Premio Nacional de Ciencias Sociales, al descubrirse él mismo, vestido de verde olivo, aquel lunes 22 de octubre: “Kennedy lo sabía desde el día 14. En realidad, los términos principales de la cuestión estaban acumulándose desde hacía meses. EE.UU. había arreciado en sus agresiones y multiplicado las formas subversivas contra Cuba, y las diferencias de criterios en el equipo imperialista eran entre los que confiaban en que el Plan Mangosta culminaría en una gran revuelta del pueblo desesperado contra su propia revolución y una acción ʻfinalʼ salvadora norteamericana, y los que, peores pero menos ilusos, solo creían efectivos grandes bombardeos aéreos y una invasión militar masiva. El presidente Kennedy lideraba a los primeros. La naturaleza de la cuestión para ellos era el derecho del más fuerte, que debía hacer sucumbir a Cuba; la presencia nuclear soviética fue el accidente”.
Hasta finales de noviembre, el mundo se mantuvo a la espera de lo peor. Y aun cuando todo quedó en la intimidación, de aquel drama persisten todavía demasiadas incógnitas.
II
¿Crisis de octubre o Crisis de los misiles? Quizás la pregunta parezca redundante. Sin embargo, una simple denominación, al margen de la aparente sinonimia, altera el sentido ideológico en el tratamiento a los hechos.
En el lenguaje norteamericano predomina el término Crisis de los misiles, una estrategia usada para tergiversar los roles entre agresor y agredido, y culpar a Cuba por aquellos días de tensión, cuando en realidad lo acontecido sobrevino como resultado de una escalada de agresiones contra el país caribeño.
Solo ante la urgencia de velar por la seguridad nacional, la Dirección de la Revolución aceptó la instalación de los misiles por parte de la URSS, consciente además de la connotación de ese suceso en el propósito de equilibrar el potencial nuclear de Estados Unidos con los países socialistas.
Informado Kennedy, el 14 de octubre, de la presencia aquí de baterías de cohetes tierra-aire, la respuesta no se hizo esperar. Seis días después se decide el bloqueo naval de la Isla con 183 buques de guerra (ocho portaviones incluidos) y 40 mil infantes de marina a bordo de los transportes.
Así lo narra Fidel Castro en una entrevista concedida al periodista franco-español Ignacio Ramonet, al valorar la reacción del mandatario estadounidense. “Él habla por televisión el 22 de octubre a las 7:00 de la noche. Lo hace por todos los canales del país y con gran dramatismo. Es entonces cuando la opinión mundial se entera de la crisis y que el mundo está al borde de una guerra termonuclear. Kennedy anuncia que la Unión Soviética debe retirar sus proyectiles o arriesgarse a esa guerra”.
Desde la perspectiva del investigador cubano Esteban Morales Domínguez, dos factores condicionaron el posterior desenvolvimiento del conflicto. El engaño jugado al presidente norteamericano con la instalación secreta del armamento, le otorgó una ventaja moral, política y estratégica al momento de poner cara a la situación, al punto de darse el lujo de presentarse como agredido cuando siempre fue el agresor.
Tan craso error afectó, incluso, la proyección internacional de la URSS. Mas el segundo, vino a ser como el cazador cuando cae en su propia trampa. En carta del líder ruso Nikita Jruschov, fechada el 26 de octubre, a Kennedy, se expresa la disposición soviética de prescindir de los misiles que los Estados Unidos consideren ofensivos.
Esta decisión no solo le permitió al gobierno norteamericano negociar la retirada de las armas a su antojo; tuvo un alto costo en el plano de la ética, pues al aceptarse que los misiles no tenían un carácter ofensivo – y ciertamente era así- los soviéticos negaban la existencia de cohetes nucleares en Cuba. A esa altura, un gesto absurdo de ocultación.
Al respecto, una la certera valoración realiza Morales Domínguez. “Si los cohetes hubiesen sido instalados públicamente, de todo modo Kennedy habría protestado, esgrimiendo la Doctrina Monroe u otras razones, porque su prepotencia nunca le hubiera permitido tener que convivir con los cohetes nucleares en Cuba. Entonces, Jruschov habría tenido que portarse muy firme, porque las fuertes amenazas por parte de Estados Unidos vendrían –dado la supremacía estratégica de que disfrutaban– pero sin embargo, hubiera podido ser una pelea más pareja, e incluso ganable, dentro de la lógica de una acción protegida por el derecho internacional.
“Como resultado de todo ello, no fue que Kennedy haya ganado la confrontación, sino que Jruschov la perdió, al haberse dejado llevar este por una lógica política que no podía ser la suya. Jruschov jugó con la lógica del adversario, al negociar como gran potencia y desconocer al aliado pequeño, incluso haciendo caso omiso a sus consejos, por eso perdió”.
Otra, debe decirse también, hubiera sido la realidad hoy para Cuba, de incluir en la solución buscada a la Crisis de octubre los intereses de nuestra Revolución. Pero la práctica de los soviéticos distaba de escuchar a los “estados subordinados”.
III
“He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y principios”, le confiesa Ernesto ʻCheʼ Guevara a Fidel, en su carta de despedida.
Ciertamente, ante los desafueros que marcaron las negociones entre Estados Unidos y la URSS en busca de una salida pacífica al conflicto, la postura asumida por Cuba evidenció su compromiso con la soberanía nacional, al margen de la actitud imperialista asumida por ambas potencias.
Tras conocerse la determinación del dirigente soviético Nikita Jruschov de retirar los cohetes de la Isla, el 28 de octubre la Dirección de la Revolución hizo pública su posición, definida en el programa conocido como Los Cinco Puntos, una estrategia que extralimitaba la única garantía ofrecida por Kennedy ―eliminar el bloqueo naval—, al colocar sobre la mesa de discusión pretensiones mayores.
El cese del bloque económico, de las actividades subversivas, de los ataques piratas desde bases instaladas en Estados Unidos y Puerto Rico, de las violaciones del espacio aéreo y naval, así como el cierre de la Base Naval de Guantánamo y la devolución de ese territorio a nuestro país, resultaron las demandas planteadas.
A ello se agregó la decisión de accionar contra los vuelos rasantes e impedir la verificación in situ, por parte del gobierno norteamericano, de la retirada de los misiles y otras armas soviéticas del archipiélago, un acto mayúsculo en defensa de nuestra independencia.
Fidel Castro, al valorar la situación desde la distancia, comenta al periodista franco-español Ignacio Ramonet: “Todo eso se habría podido obtener, dentro de aquella dramática tensión, puesto que —como le dije― nadie estaba dispuesto a ir a una guerra mundial por un bloqueo económico contra Cuba, unos ataques terroristas y una base que era ilegal, en un territorio ocupado contra la voluntad del pueblo cubano. Nadie habría ido por eso a una guerra mundial”.
Sin embargo, los reclamos de la pequeña nación cayeron en saco roto. El gobierno estadounidense aventajó a la URSS en la solución a la crisis, cuyo proceso negociador concluyó en las Naciones Unidas para los protagonistas en la confrontación Este-Oeste. No así para nosotros, pues las causas que llevaron al conflicto mantienen plena vigencia.
Hasta el 30 de noviembre duró la llamada Crisis de octubre, cuando al producirse la entrevista entre el vicepremier soviético Anastas I. Mikoyán y Kennedy, quedaron fijadas las posiciones definitivas en el acuerdo de paz concertado por ambas potencias, siempre en menoscabo de los intereses de la Revolución.
De ahí, pues, la tensión sobrevenida luego en las relaciones de la Isla con la URSS, sobre todo cuando en abril y mayo de 1963 Fidel, en visita realizada a esa nación descubre, casi por casualidad, que Jruschov había negociado con el mandatario norteamericano cambiar los cohetes de Cuba por los de Turquía.
En la visión de Fernando Martínez Heredia, Premio Nacional de Ciencias Sociales, se resume la odisea vivida aquellos días. “Para nosotros, los cubanos, que hemos tenido que llegar a ser lo que somos por nuestra cuenta, aquella no fue la Crisis de los Misiles, sino la Crisis de Octubre. Mediante la actuación decidida y el aferramiento a los principios del pueblo y sus dirigentes, Cuba conservó lo esencial, su soberanía y su Revolución, frente a la necesidad de hacer concesiones y retroceder que cualquier analista serio hubiera podido aconsejar. Y venció al mayor intento que hizo EE.UU. contra ella. Como en todos los demás momentos decisivos del largo proceso, la reducción a lo posible era errónea y funesta. La gesta de octubre y el pueblo de octubre no son solamente parte de un pasado heroico para el recuerdo, son una demostración del camino a recorrer”.
Un drama mucho más largo nos esperaría, cuando el campo socialista, encabezado por los soviets, se vino abajo. Entonces las madres volvieron con sopa para sus niños, como en la época de los misiles en Cuba.
Por Roberto Alfonso Lara