Tras nueve meses de negociaciones, la organización empresarial que encabeza el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi concretó el pasado domingo la compra del grupo editorial italiano RCS Mediagroup. Con esta operación, sumado al Grupo Mondadori, que ya posee, el empresario, político y mafioso milanés controlará en lo sucesivo 40 por ciento del mercado editorial de Italia, un cuarto del de libros escolares, así como buena parte de las concesiones de radio y televisión de ese país, además de multitud de compañías editoriales y de comunicación y entretenimiento en diversos países, entre ellos España, donde el consorcio Mediaset –de su propiedad– posee Telecinco, Cuatro, La Siete, Factoría de Ficción, Boing, Divinity, Energy y otros dos de alta definición. Con la operación realizada ayer Berlusconi se hace también con la propiedad del periódico madrileño El Mundo.
La relación perversa entre poder mediático y poder político tiene en la carrera de Berlusconi un acabado ejemplo: fue precisamente el control de buena parte de los medios italianos lo que le permitió fundar un partido político de derechas, hacerse diputado y llegar a la presidencia del Consejo de Ministros en tres ocasiones: 1994-1995, 2001-2006 y 2008-2011. Desde ese cargo llegó incluso a desempeñarse como presidente del Consejo Europeo. Por descontado, el paso por la política le permitió ensanchar su dominio corporativo y acosar a los espacios informativos que no controlaba. Hacia 2011, según Forbes, Il Cavaliere –como se le conoce en su país con cierta ironía– había acumulado la mayor fortuna de Italia (casi 8 mil millones de dólares).
Resulta estremecedor recordar que si Berlusconi pudo acumular propiedades y escalar cargos, lo hizo con métodos ilegales; para empezar, con su participación en el grupo delictivo Propaganda Due, dedicado a la extorsión política y el lavado de dinero. Posteriormente incurrió en fraude, prostitución de menores, abuso de autoridad y cohecho, y se sospecha que fue autor de golpizas e incluso asesinatos.
Igualmente preocupante resulta que, a pesar de que perdió buena parte de su influencia política a fines de 2011, el magnate sigue controlando enormes capitales, medios informativos de primera importancia y decenas de editoriales en diversos países de Europa. Semejante dominio en manos de un individuo como Berlusconi es un riesgo para el ejercicio informativo, la libertad de expresión, el derecho a la información, y amenaza por igual a audiencias, autores, editores, comunicadores y consumidores.
Su caso es ilustrativo, por lo demás, de los peligros que genera una relación poco clara y poco regulada –como es el caso en la mayor parte de las naciones del mundo, incluida la nuestra– entre el capital, los medios y el poder público. Esos peligros se multiplican bajo el modelo neoliberal, que tiende a suprimir los medios de propiedad pública y los de carácter social –como las radios comunitarias–, a fin de dejar el terreno libre a los privados. Se producen, así, promontorios de poder incontrolables y monopólicos, capaces de doblegar y desvirtuar a las instituciones e incluso al conjunto de la vida pública. Como ocurrió con el imperio de Berlusconi, el triángulo entre política, empresa y medios se convierte pronto en un cuarteto con un componente adicional: la delincuencia. Y en tales circunstancias la democracia queda reducida a una mera simulación.
Fuente: La Jornada