Señor de la Vanguardia, Héroe de Yaguajay… Epítetos justos, pero quizás grandilocuentes para quien se consideraba, sobre todo, un hombre de pueblo y como tal lo amaron las masas: Camilo Cienfuegos Gorriarán, un imprescindible de la gesta revolucionaria que recordamos hoy, a 56 años de su absurda desaparición física.
La memoria popular y los reportes de prensa de la época reseñan el afán de la búsqueda, el dolor de la falsa noticia, la profunda tristeza de perder tan pronto a un héroe tan querido. Nacido en la barriada habanera de Lawton, sastre de oficio y rebelde de raza, Camilo no fue un hombre de discursos, pero legó varias frases memorables, como aquel “Vas bien, Fidel”, “Yo contra Fidel, ni en la pelota” o aquella vibrante declamación de los versos finales de Bonifacio Byrne, recordándonos que hasta nuestro muertos sabrán defender nuestra bandera, si en desecha estuviera en menudos pedazos…
Prensa Latina recuerda a Camilo con dos episodios de su vida, recogidas en el libro “El Hombre de las Mil Anécdotas”, de ese gran colega nuestro que fue Guillermo Cabrera Álvarez. Nos humaniza y acerca al hombre tras la leyenda, un cubano de pura cepa, siempre sonriente, ocurrente, pero serio y contundente cuando tenía que serlo. Ser fiel a su ejemplo, ser cada día revolucionario en el cabal sentido del concepto… no hay mejor manera de mantener vivo a Camilo.
La “identificación” de los masferreristas
El comandante José Quevedo, hecho prisionero durante el combate de El Jigüe se había sumado a las fuerzas rebeldes. Una tarde, víspera de la invasión y a modo de despedida, Camilo preparó una fiesta. Antes hizo llamar a Quevedo.
– Tengo presos unos masferreristas y necesito que los identifiques –le precisó.
– Es difícil, porque yo no tengo contactos con esos elementos -respondió el oficial.
– Es que ellos insisten –agregó Camilo– en que usted puede dar fe de ellos.
– Si es así, tráigalos, para ver si los conozco.
A una señal de Camilo, William Gálvez fue hasta los mulos y trajo sobre el hombro un saco. Quevedo miraba con curioso asombro el bulto. Cuando ante sus ojos fue abierto y descubierto el interior, las carcajadas duraron horas. Varias botellas de ron eran sus presuntos conocidos.
(Narrado por William Gálvez)
Cuando habla Fidel
Camilo y un grupo de compañero nos trasladamos a mi casa, que era la de mis padres. Muy próximo a comenzar Fidel su comparecencia por televisión, mi madre nos preparó comida a todos, y siguiendo la costumbre invitó a pasar al comedor.
Camilo, muy cortésmente le dijo:
– ¿Usted no se pone brava, mi vieja, si nos llevamos los platos para la sala para poder escuchar a Fidel?
Mi madre respondió con una sonrisa –ella tampoco quería dejar de oírlo— y todos nos llevamos los platos para la sala y nos pusimos a oír a Fidel, que estaba a punto de comenzar.
En medio de la intervención del Comandante en Jefe sonó el timbre del teléfono: era una llamada local de un compañero que quería hablar con Camilo. Camilo se puso de pie, con rostro serio, y después de escuchar brevemente preguntó qué estaba haciendo. No sé lo que le contestaron, pero jamás podré olvidar la respuesta de Camilo:
– Cuando Fidel está hablando lo único que debe hacer un revolucionario es oírlo.
(Narrado por Jorge Enrique Mendoza, guerrillero, fundador de Radio Rebelde)
Fuente: Prensa Latina